Mi amiga Lola Alcántara, que ha heredado a partes iguales (y, desde luego, extraordinarias) ingenio, simpatía y memoria, me cuenta de una persona cuyo nombre no quiero desvelar que tiene una actitud tan negativa ante la vida, las personas y las cosas que no puede concebir el disfrute sin pensar que le pasará factura, tarde o temprano, en forma de desgracia.
– Qué buen día hace hoy, dice alguien.
Y ella comenta:
– Ya lo pagaremos.
Se trata de una actitud sadomasoquista que hace concebir la vida como sufrimiento, como ‘valle de lágrimas’, como purgatorio redentor. Por eso, para estas personas, cualquier disfrute ha de llevar aparejado el correspondiente dolor, la consiguiente pena, el inevitable quebranto. Dado que el saldo ha de ser finalmente negativo, tarde o temprano se pagará el precio de estar pasándolo bien. Es la mejor forma de ser siempre desgraciado. Cuando estás mal porque estás mal, y cuando estás bien porque estás haciendo méritos para estar mal.
Esta es una actitud muy extendida en las personas. Una actitud que hipertrofia la parte mala, que se regodea en el dolor, que hace de la imperfección una obsesión mortificante. Una actitud que consigue hacer de lo bueno una promesa de lo malo. La luz que se ve al final del túnel no es más que un tren y, de todas las maneras, no es el tuyo.
Algunos ejemplos me ayudarán a describir la actitud de estas personas. En el acontecer político sólo ven intenciones perversas y catástrofes futuras. La patria se descompone, el Estado se rinde, la familia se disuelve, la sexualidad se corrompe, la economía se arruina, la educación se empobrece…. ¡Qué desastre total! En la sociedad ven crecer el relativismo moral y la degradación de las costumbres. La juventud actual es egoísta, perezosa, hedonista y superficial e indolente. Los estudiantes son cada vez más vagos y más torpes. Los matrimonios son cada día menos estables. La delincuencia crece por doquier…
A quienes así piensan y viven quiero contarles una hermosa historia que, al finalizar el primer cuatrimestre del presente curso académico, me regaló generosamente una alumna. Una historia que, según me cuenta, es parte sustancial de la filosofía familiar.
Un aguador de la India tenía sólo dos grandes vasijas que colgaba en los extremos de un palo y que llevaba sobre los hombros. Una tenía varias grietas por las que se escapaba el agua, de modo que al final del camino sólo conservaba la mitad, mientras que la otra era perfecta y mantenía intacto el contenido inicial.
Esto sucedía diariamente. La vasija sin grietas estaba muy orgullosa de sus logros pues se sabía idónea para los fines que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y de no poder cumplir correctamente con su cometido. Así que al cabo de dos años le dijo a su aguador:
– Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir por tu trabajo.
El aguador le contestó:
– Cuando regresemos a casa quiero que observes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo la vasija y, en efecto, contempló muchísimas flores hermosas a lo largo de la vereda. Pero siguió sintiéndose apenada porque al final sólo guardaba dentro de sí la mitad del agua del principio.
El aguador observó su pesadumbre y le dijo a la vasija agrietada:
– ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Quise sacar el lado positivo de tus grietas y sembré semillas de flores. Todos los días las has regado durante dos años y yo he podido recogerlas.
La vasija escuchaba sorprendida y a la vez emocionada. Entonces el aguador comentó:
– Si no fueses exactamente como eres, con tus capacidades y limitaciones, no habría sido posible crear tanta belleza.
He traído a colación esta hermosa historia porque muestra exactamente la otra cara de la actitud que describía al comienzo. Me refiero a la disposición que es capaz de convertir la imperfección en un motivo de esperanza y de riqueza. Es muy positiva, a mi juicio, la postura del aguador. Esa actitud inteligente y optimista que es capaz de sacarle partido a las limitaciones, a los defectos, a las carencias. Es muy sugerente el aprendizaje que realiza la vasija agrietada, permanentemente acomplejada ante la perfección de su compañera, obsesionada por sus deficiencias. Aprendizaje que consiste en descubrir cómo se puede sacar partido a las carencias.
Yo no sé por qué existe esa endiablada tendencia a ver tan abultadas las cosas negativas de la vida, del prójimo e, incluso, de nosotros mismos. Sea cual sea el motivo creo que se trata de una tendencia poco inteligente. ¿No sería más saludable pensar en todo aquello que nos engrandece, que nos alegra, que nos hace mejores?
Eric Marcus escribió un pequeño libro de bolsillo titulado ‘Manual del pesimista’. No tiene desperdicio. De él tomo esta cita de John Kenneth Galbraith: “En nuestro tiempo el pesimismo es infinitamente más respetado que el optimismo. La persona que prevé la paz, la prosperidad y la disminución de la delincuencia juvenil es una mentecata. La persona que prevé la catástrofe tiene una capacidad de análisis que le garantiza que se convertirá en locutor de radio, editorialista de algún diario prestigioso o miembro del Congreso”. Al lado de algunas personas Murphy era un optimista. Pobres.
El aguador de la India
24
Jun
jeje hola!!estoy aburrido en la escuela jejeje