No sé en qué película le oí pronunciar a un personaje sumamente pedante esta frase en la que confundía los adverbios esporádica y espasmódicamente. Recuerdo, eso sí, que era una chica desenvuelta y despampanante. No es que se quedase tan fresca después del pavoneo sino que se quedaba tan ufana, admirándose a sí misma y pensando que despertaba asombro por su erudición en quienes la escuchaban.
El pedante no se da cuenta de que hace el ridículo. Le pasa lo que al pavo real, que al pretender desplegar sus alas para mostrar la belleza de sus plumas deja al descubierto una parte menos elegante de su cuerpo.
Dice Pascal en su obra ‘Pensamientos’, refiriéndose a estos personajes engreídos y un tanto ridículos: “Aquellos que, habiendo salido de la ignorancia natural no han podido llegar a la otra, tienen un barniz de esa ciencia suficiente y se las dan de entendidos”
La persona pedante hace ostentación y alarde de una erudición que, muchas veces, no tiene. El verdadero sabio es humilde. El necio suele ser un pedante. Una persona que no ha leído ni media línea de psicología es la típica que alardea en una tertulia de su impresionante capacidad de intuición y exclama admirándose e intentando provocar admiración:
– Yo veo a una persona y, de un vistazo, sé lo que le pasa. Tengo unas dotes excepcionales de perspicacia y soy un psicólogo nato.
El que ha estudiado durante años y años psicología tiene otra opinión muy diferente de sí mismo. Y dice:
– El ser humano es insondable. Por mucho que nos cuente y por mucho que sepamos, no llegaremos a saber cómo es esa persona.
Nicolás de Cusa hablaba de la docta ignorancia. Es decir de la actitud humilde del sabio, que no alardea, que no se las da de tal. Actitud que emparenta con el clásico pensamiento de Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”.
En su libro ‘Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales’ dice Jorge Vigil: “La pedantería es un vicio característico de los hombres (y mujeres) de letras consistente en inundar su discurso de citas (reales o imaginarias), nombres de autoridades, así como de distinciones prolijas y falsamente sutiles, y de detalladas enumeraciones En la “jaula de papel” de la carrera universitaria parece casi una virtud adaptativa para subir en el escalafón y aspirar a complementos salariales”.
Me he encontrado con disertantes que pretenden demostrar que saben tanto que nadie les entiende una palabra. Y el que no les comprendan lo que dicen es para ellos un signo de sabiduría. Qué memez. Hay personas que se dejan embaucar por estos charlatanes profusos, confusos y difusos. Y, al finalizar la sesión salen diciendo: una palabra”. Decía Montaigne: “Aquellos cuyas ideas son insignificantes las inflan con palabras”.
La pretensión de epatar a los otros, de deslumbrarlos, de dejarles anonadados con la erudición roza en muchas ocasiones el ridículo. Todo el mundo ha podido escuchar, en tertulias de radio y de televisión, a auténticos pedantes. Personas que pretenden demostrar a los demás que tienen un vocabulario inabarcable y preciso. Y meten la pata de manera tan deslumbrante que en lugar de provocar admiración despiertan la compasión y la risa. He oído a tertulianos expresiones como las siguientes: “cuando se enfada se ponen como un obelisco”, “qué delgada estás, pareces una sífilis”, “se tomaba la medicina en pequeñas diócesis”, “me acorraló de tal manera que me puso en un membrete”, “no dijo ni mus”, “tengo un hijo que es imperativo”, “a los hechos me repito”, “nos vemos el lunes, Dios menguante”, “nos encontramos entre la espalda y la pared”, “que no cunda el público”, “las que estamos en el candelabro”, “aquí nadamos en la ambulancia”, “vamos de caspa caída”… No recuerdo en qué película Tracey Ulman, en su papel de nueva rica, decía cosas tan sugerentes como que invitaba a “canapiés” y que tenía una alfombra luminosa de “fiebre óptica”.
El escritor pedante es el que dice “asgo la péñola” (asgo del verbo asir y péñola, pluma de ave para escribir”), que podría muy bien sustituir por “cojo la pluma”. Recuerde el lector la hermosa anécdota de Antonio Machado en su admirable libro ‘Juan de Mairena’: Cuenta Machado que Mairena, en su clase de Retórica y Poética dice:
– Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”.
El alumno escribe lo que se le dicta.
– Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: “Lo que pasa en la calle”.
Comenta Mairena: No está mal.
Claro que cuando se tiene dinero o poder, la pedantería queda oculta debajo del oro y de la fuerza. Un cretino rico es un rico, un cretino pobre es un cretino. Un pedante poderoso es un poderoso, un pedante sin poder es un pedante.
En ‘Soldados de Salamina’ Javier Cercas nos presenta a un personaje que encaja muy bien en la categoría de los pedantes. Se trata de una chica que al ver que una calle lleva el nombre de un famoso prehistoriador, dice a su acompañante:
– Por lo menos, podrían haber dedicado la calle a una persona que hubiera terminado la carrera.
Esa es la clave del pedante. Que se cree el no va más y resulta que no da la talla. Al ser él mismo quien pretende deslumbrar a los otros pone en evidencia su ridícula vanidad. Qué hermosa virtud la sencillez.
A todo pedante se le puede aplicar aquella certera y ocurrente expresión que D’Annunzio le dedicó a Marinetti: “Es un cretino fosforescente”.
Leer el periódico espasmódicamente
3
Jun
En verdad me gustó mucho. Me recuerda a una chica que una vez dijo: \
«Donde hubo fuego, hubo cenizas»; también a un libro de Erasmo de Rotterdam: «Elogio de la locura», que estoy leyendo y me está gustando bastante.
Sí