Este artículo ha nacido mientras recorría ayer las calles de Málaga, una vez finalizada una de las impresionantes procesiones de Semana Santa. Caminé entre bolsas de plástico, hojas de periódico, papeles sucios, botellas vacías, cáscaras de pipas, vasos usados y restos de comida. Me pregunté por las personas que habían arrojado al suelo aquella suciedad. ¿Se habrían sentido responsables de su comportamiento? Seguro que no. Habían tirado al suelo aquella basura sin pensar que iba a causar molestias a otras personas, que alguien tenía que recogerla, que la imagen de las calles de la ciudad iba a ser lamentable y el olor poco grato… Me imaginaba a esas personas arrojando al suelo la bolsa de basura en presencia de sus hijos. ¿Qué harán ellos después?
Pensé, con preocupación y tristeza, en hacer estas reflexiones sobre la responsabilidad. Actitud que afecta a las pequeñas cosas de la vida, como ésta, y las acciones más horrendas como el asesinato o la guerra. El origen etimológico de la palabra responsabilidad es el verbo latino respondere, que significa responder. Hay quien no sabe responder de sus actos. Quien actúa con la inconsciencia de un niño, con la estupidez de un imbécil o con la maldad de un degenerado. Para que haya responsabilidad tiene que haber libertad. Si no fuésemos libres no podríamos ser responsables. Estaríamos entregados al determinismo biológico, psicológico o social. Afortunada o desgraciadamente los seres humanos gozamos de libertad. No b asta ser libres. Hay que aprender a ser responsables. Con el ejercicio paciente y esforzado de la responsabilidad. Lo cual supone dejar de ser niños y aprender a ser adultos. El infantilismo está en la base de la irresponsabilidad. Y también la adulteración de la conciencia.
No podemos imaginarnos cómo sería la vida en una sociedad en la que nadie fuese responsable. Ni de cómo conduce, ni de cómo se relaciona, ni de cómo habla… Aunque algunas veces da la impresión de que hemos olvidado el aprendizaje y el ejercicio de la responsabilidad. El irresponsable no tiene en cuenta las consecuencias de sus actos. Tira un cigarro encendido por la ventanilla del coche, hace un adelantamiento sin visibilidad, tiene una relación sexual sin preservativo, deja a su hijo pequeño solo en la casa, arroja suciedad en la calle…
En todos los ámbitos de la vida podemos y debemos ser responsables. Porque en todos ellos somos libres. En la familia (hay quien deja torada la ropa, quien ensucie, quien no respeta la convivencia…), en el estudio (hay quien malgasta el dinero de los padres, quien es holgazán, quien no hace las tareas…), en el trabajo (hay quien llega tarde, quien no cumple con su obligación, quien no se esfuerza por perfeccionarse), en la política (hay quien roba a quienes le han elegido, quien sólo pretende figurar, quien hace trampa en las elección…), en las relaciones (hay quien engaña a los amigos, quien tiene hijos sin capacidad para criarlos, quien abandona por capricho o por despecho, quien maltrata a su pareja…), en el ocio (hay quien se droga o quien bebe sin atenerse a las consecuencias, quien destruye a los otros, quien despilfarra el tiempo…), en la comunidad social (hay quien no participa, quien no vota, quien hace daño, quien no paga impuestos, quien roba a los otros…).
Nos damos cuenta de la importancia de la responsabilidad cuando, por ejemplo, ponemos a un hijo en manos de un médico irresponsable o cuando compramos una vivienda construida por unos profesionales sin escrúpulos. Cuando la irresponsabilidad de los otros destruye nuestra vida, comprendemos lo decisivo que es aprender a ser responsables.
Es frecuente que la persona irresponsable eche la culpa de todo a los demás. La culpa siempre es de los otros. “Todos son culpables, menos yo” (Celine). Esta cita abre el libro de Pascal Bruckner “La tentación de la inocencia”, auténtico vademecum de la moderna cultura de la irresponsabilidad. Si preguntamos a la gente si cree que las personas hoy en día son responsables, es probable que diga que no. Si añadimos a cada una la cuestión sobre su propia responsabilidad, casi seguro que responderá que sí.
Es triste ver a personas que dejan su propia responsabilidad en manos ajenas: en sus padres, en sus parejas, en sus jefes, en sus dioses… No asumen la propia responsabilidad. No son capaces de dar respuesta de lo que hacen, y achacan su suerte a los demás. He leído en el libro “La magia de la metáfor”, de Nick Owen, una curiosa historia al respecto. La resumo para el lector. En el corazón de América se encuentra una ciudad muy famosa. En ella se produjo un temporal de lluvia tan grande que las autoridades enviaron autobuses para evacuar a las personas. Algunas se negaron a utilizarlos pensando que, tarde o temprano, escamparía. Entre esas personas estaba un anciano que dijo:
– No pienso moverme de aquí. Ésta es mi ciudad, ésta es mi casa y pase lo que pase confío en que Dios. me salvará.
Continuó lloviendo, lloviendo y lloviendo. El agua llegaba al primer piso de las casas, de modo que las autoridades enviaron botes para recogerlas. Todos fueron puestos a salvo, menos el anciano que dijo:
– No pienso moverme de aquí. Ésta es mi ciudad, ésta es mi casa y pase lo que pase confío en que Dios me salvará.
Continuó lloviendo, lloviendo y lloviendo. El agua cubría las casas. El anciano, con gran dificultad, subió a la parte más alta del tejado de su vivienda. El agua le llegaba hasta la cintura. Entonces las autoridades enviaron un helicóptero para salvar al anciano
– Salte, salte, buen hombre, vengo a rescatarle. No habrá salvación posible si no salta, dijo el piloto. Es su última oportunidad.
– No pienso moverme de aquí. Ésta es mi ciudad, ésta es mi casa y pase lo que pase confío en que Dios me salvará.
Continuó lloviendo y lloviendo. El agua subió de tal modo que el anciano se ahogó. Cuando llegó al otro mundo, se dirigió furioso hacia Dios.
– ¿Por qué me has fallado? ¿Cómo me pudiste hacer eso? Yo confiaba en ti. Pensé que me salvarías y me dejaste tirado.
Y Dios, de manera sosegada, le dijo:
– ¿Cómo que te he dejado tirado? ¿No sabes utilizar tu cabeza y los medios que están a tu alcance? ¿No sabes tomar las decisiones adecuadas?
– ¿De qué me estás hablando?, dijo el anciano todavía más furioso.
– ¿Cómo dices que te he abandonado? Que yo sepa te envié autobuses, botes y hasta un helicóptero. En tu próxima vida harás bien en responsabilizarte un poco más de ti mismo.
Elogio de la responsabilidad
14
Abr