El título del artículo no hace referencia al reloj de la Puerta del Sol o a cualquier otro desde el que se cuenten y canten las doce campanadas de fin de año. Se refiere a ese reloj que nos inventamos en la cultura para separar una parcela de tiempo de otra, un año de otro. Ese reloj que nos permite tan artificialmente decir que una noche es vieja y que otra es nueva. Las dos son iguales, ciertamente. Dos noches, una tras otra, como las demás.
El tiempo pasa con una regularidad inexorable. El ser humano tiene unos relojes que le ayudan a conocer la cadencia de su paso, a dividir en partes ese impalpable continuum, que le ayudan a fraccionar el decurso indivisible del tiempo, que es el material del que estamos hechos.
Existe el reloj nictameral o circadiano (es decir, el reloj día-noche) que condiciona no sólo las costumbres sino el sistema neurovegetativo de las personas.
Utilizamos el reloj hebdomadario o semanal que marca el comienzo y el fin de la semana. Es lunes, decimos, Ya es viernes, llega el fin de semana. Qué semana tan horrible. Semana Santa. Semana blanca.
El reloj trimestral que marca las estaciones nos ayuda a orientarnos en el tiempo. La primavera altera la sangre, el otoño propicia depresiones, el verano nos propone actividades de ocio con las vacaciones, el invierno nos encierra en la casa por el frío.
El reloj anual está relacionado con la celebración del cumpleaños, con el curso académico, con la fiesta patronal y, sobre todo, con la tradicional fiesta del tiempo que es la Nochevieja… No sé en qué pueblo español celebran la Nochevieja en agosto porque hace unos años no hubo luz y decidieron posponer esa celebración y convertirla en un gancho turístico. Han colocado el mojón de la Nochevieja en pleno agosto. Para ellos, esa fecha separa un año de otro.
(Las mujeres tienen un reloj biológico peculiar que es la menstruación. Un reloj que marca fronteras que separan estados de ánimo y vivencias peculiares…).
Hay también artilugios de todo tipo que marcan artificialmente el paso del tiempo. Hoy no podemos vivir sin ellos. Los relojes. Hasta un reloj parado marca exactamente la hora dos veces al día. Dice Alphonse Allais que el tictac del reloj parece un ratón que roe el tiempo.
La Nochevieja nos invita a pensar en el paso del tiempo. Es una noche tan nueva y tan irrepetible como las demás, pero la cultura la llena de ritos y de jolgorio. Para recordarnos que el tiempo pasa fugazmente. O precisamente para olvidarlo. “Tempus irremediabile fugit”, dice Virgilio en las Geórgicas. Y esta noche lo dicen todos los relojes.
Carpe diem. Aprovecha el tiempo. Vive con intensidad el presente. Sólo hay ‘ahora’ en la vida. El tiempo es importante, pero lo es más la actitud con la que nos enfrentamos a él, a su paso ininterrumpido. Bergson habla del tiempo subjetivo. Nos recuerda que el tiempo no pasa con igual velocidad para todos. No se derrite a la misma velocidad el azucarillo en el agua para quien está sediento que para quien está saciado. No pasan a la misma velocidad los cinco últimos minutos de un partido para los seguidores del equipo que va perdiendo que para los del equipo que va ganando.
¿A qué dedicamos el tiempo? ¿ Cómo lo llenamos? ¿Cómo lo vivimos? “El tiempo es un gran maestro, lo que pasa es que mata a sus discípulos”, dice Berlioz. Una expresión española especialmente significativa es la que se refleja en el lacónico diálogo:
– ¿Qué haces?
– Aquí, matando el tiempo.
Se mata el tiempo cuando no se llena de contenidos vitales enriquecedores. Se vive el tiempo, se revive el pasado, se anticipa el futuro cuando hacemos que el tiempo sea enriquecedor. El tiempo de trabajo y el tiempo de ocio. El presente y el pasado. Alguien dijo que somos dueños de nuestro pasado. Porque podemos recordar de él, seleccionar de él aquello que nos hace mejores.
Alguien me ha recordado en estos días de Navidad, con los matices inevitables de los relatos anónimos, una historia que conocía desde hace tiempo.
Un maestro le pide al discípulo que llene un recipiente con piedras. Cuando cree haberlo conseguido, el discípulo dice:
– Ya está.
– ¿Seguro?, dice el maestro.
Le pide a continuación que eche en el recipiente pequeñas piedrecitas hasta rellenar los huecos que están vacíos.
– Ahora ya está lleno.
– No es así, dice el maestro. Echa dentro del recipiente unos puñados de arena hasta que se colme.
– Ya, ya está. Por fin.
– No, todavía no. Echa dos tazas de café y verás cómo todavía caben dentro del recipiente.
Así lo hace el discípulo. El maestro, entonces, le explica que las piedras son las grandes objetivos de la vida, las piedrecitas son los logros menores, la arena son las cosas intrascendentes. Y termina diciendo:
– Por muy llena que esté tu vida, siempre queda un tiempo para tomar una taza de café con un amigo. Las dos tazas de café.
Tiempos perdidos en el ajetreo de la vida. Tiempos ganados a la vida cuando lo llenamos de forma consciente y positiva. No hay tiempo para nada decimos, aunque lo cierto es que lo tenemos todo en nuestras manos. La Nochevieja, como fiesta del paso del tiempo, nos trae a la memoria la fugacidad de la vida. Nosotros somos el tiempo. ¿Qué hacemos con él? “El tiempo sólo se calcula por la felicidad o por el dolor”, dice Alejandro Dumas.
Afortunadamente somos seres temporales. Lean, para comprobarlo, la novela ‘Las intermitencias de la muerte’, de José Saramago, en la que se cuenta la historia de un país en el que a partir del uno de enero nadie moría. Estas son las primeras frases de la obra, referidas a la fecha de Nochevieja: “Al día siguiente, no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme…”. El reloj de Nochevieja marca la inquietante fugacidad del tiempo. Un año menos. Un año más. Feliz Nochevieja.
El reloj de la Nochevieja
31
Dic
Excelente artículo! Me sirvió de mucho, contiene partes en que las palabras forman frases que describen ciertas sensaciones con mucha claridad sin perder la originalidad. Y fijate que el artículo es del año 2005 y yo lo estoy leyendo en el 2009 ¡Cómo pasa el Tiempo! Por cierto…
¡Feliz Nochevieja!
Paula Bianca