El lecho de Procusto

1 Oct

Procusto era un bandido del Ática que había construido en su casa un lecho de hierro. Tenía la costumbre de salir por las calles y detener a los viandantes. Los invitaba a cenar en su casa. Cuando terminaba la cena los tendía sobre el lecho de hierro. Ajustaba la cabeza al catre de la cama de manera que si sobresalían por la otra parte las piernas o los pies, se los cortaba para que el cuerpo se acomodase al tamaño de la cama. Si, al tender a una persona en la cama, no llegaba a la cabecera y a los pies, los descoyuntaba. En lugar de acomodar la cama al tamaño de las personas, hacía que éstas se ajustaban a las medidas de la cama.
La mitología dice que Procusto murió a manos de Teseo, quien le aplicó el mismo castigo que él infligía a sus víctimas.
Me he preguntado muchas veces si la escuela será también un lecho de Procusto. Si, en lugar de acomodar el currículum a las características de las personas, lo que se hace, como Procusto, es acomodar a las personas a un currículum único y homogeneizador. A costa de evidentes e inadmisibles torturas.
La escuela es el reino de la diversidad. Aunque se diga que una clase es homogénea, se trata de una evidente exageración, cuando no de una flagrante falsedad. Porque nadie es igual que nadie. La escuela encierra hoy una diversidad cultural inaudita. Algunos centros tienen un número mayor de alumnos extranjeros que de autóctonos. Pero la diversidad no es sólo cultural. Hay diversidad de capacidades, de intereses, de motivaciones, de expectativas, de estilos de aprendizaje… En definitiva, que no hay dos niños idénticos. Los alumnos que acuden a los centros escolares se dividen en dos grandes grupos: los inclasificables y los de difícil clasificación.
Por eso, entre otras razones, la tarea educativa es tan difícil y tan admirable. Lo saben bien los padres y las madres que tienen dos o más hijos. Aunque sean gemelos homocigóticos son enormes las diferencias que tienen. ¿Qué no sucederá en un aula en la que hay treinta niños o en una escuela en la que hay cerca de mil? Lo que para uno es estimulante, para otro puede resultar desalentador. Lo que para una está claro, otro lo ve con una enorme dificultad.
Cuando se convierte el trabajo en una competición se comete un grave error: ¿Sería justo organizar una carrera en la que participase un cojo, un enfermo con tendinitis en el quinto metatarsiano, un atleta, un corredor con una bola de hierro atada al pie, otro con el pie sujeto a una estaca…? Sería una grave injusticia comparar los resultados y atribuirlos al mérito exclusivo del esfuerzo de cada uno.
No se puede cerrar los ojos a la diversidad. No se puede actuar de espaldas a ella, si se quiere tener éxito y, sobre todo, si se quiere actuar conforme a la equidad. Cada persona es única, irrepetible e irremplazable.
Un currículum uniforme en el que todos tengan que aprender lo mismo, de la misma manera, en los mismos tiempos, abocará al fracaso a un número importante de alumnos. Una evaluación idéntica, en la que todos tengan que demostrar lo que han aprendido, no es precisamente la más justa.
Nadie se imagina un consultorio médico en el que el profesional atienda simultáneamente a veinticinco pacientes. No sería ni siquiera imaginable que pretenda aplicar un mismo tipo de receta a todos, después de un diagnóstico visual.
Porque a uno lo puede matar si es alérgico al medicamento en cuestión, a otro esa medicación no le servirá para nada ya que su mal es distinto al del primero Y sólo alguno (acaso por azar) se beneficiará de ese tratamiento homogeneizado. Salvo que se les dé a todos el mismo fármaco inocuo para que ofrezca un efecto placebo porque lo único importante no sea que el paciente mejore sino que el profesional actúe.
Si al terminar el tratamiento se explica todo el fracaso por el hecho de que los organismo de los pacientes son frágiles o porque no se han tomado adecuadamente lo prescrito, el sistema estaría condenado a no subsanar los errores.
La diversidad no es una desgracia, ni una lacra, ni un lastre, ni un problema o una maldición. Hay que considerar la diversidad como una ocasión de enriquecimiento, como una oportunidad de aprendizaje, como una bendición de los dioses. Afortunadamente somos diferentes, aunque tengamos la misma dignidad de personas y los mismos derechos como ciudadanos…
Para atender la diversidad es necesario modificar las concepciones y las actitudes de los profesionales, largamente habituados a un planteamiento homogeneizador. Pero es necesario también contar con los medios necesarios para actuar de una manera flexible, adaptada y oportuna que se convierta en eficaz. Qué duda cabe de que la masificación es un enemigo de la atención a la diversidad.
Procusto tuvo un castigo que algunos calificarían de ejemplar. Yo hago votos para que el esfuerzo por acomodarse a las capacidades, motivaciones y exigencias de cada uno nos sirva de aval ante quienes han de pedirnos cuentas por el desempeño de la tarea.
En alguna ocasión hice un ejercicio con mis alumnos para que la idea de la diversidad quedase plasmada de forma clara y llamativa. Entregué veinte naranjas (una a cada persona) y les pedí a todos que describiesen cómo era (olor, rugosidad, color, textura, defectos…). Después las recogí todas y pedí a cada uno que escribiese su nombre en una tarjeta. Colocadas las naranjas sobre una mesa les dije que con su tarjeta salieran a identificarla colocando la tarjeta debajo de ‘su’ naranja. A los tres minutos todos estaban sentados. Las naranjas habían sido perfectamente identificadas, a pesar de que el tiempo de observación había sido realmente breve. Si esto pasa con simples naranjas, ¿qué sucederá con las personas? Las naranjas no tienen sentimientos, expectativas, ideas, valores… A pesar de ello son inconfundibles.
Y una observación más: las naranjas que tienen mayores defectos son más fácilmente identificables. Digamos que son más irrepetibles que las otras.

6 respuestas a «El lecho de Procusto»

  1. Muy interesante y aleccionador. Paradójicamente es lo que dicen pretender las autoridades educativas, aunque después la realidad, tozuda, los desmiente, puesto que siempre les puede su espíritu homogeneizador.
    También para nosotros, los educadores, es todo un reto, más que nada, saber con exactitud cuál es el perfil auténtico de cada uno de nuestros alumnos.
    Enhorabuena.

  2. Aun cuando tu historia y la comparación me parecezca desagradable, estoy deacuerdo contigo en que debemos de asumir la diversidad como un elemento enriquecedor y autentico una excelente encrucijada.

  3. Miguel Angel, como siempre llegas hasta lo más hondo con la mayor sencillez y claridad. Voy a utilizar tu texto en la introducción a un seminario sobre atención educativa a alumnos con TGds…porque si la diversidad no se entiende para todos entonces confundimos diversidad con discapacidad y eso es erróneo pero es lo que se va entendiendo en la escuela. Muchas gracias

  4. comentario muy bien encuadrado… a expensas de un mito se pulveriza el mito absurdo de que los alumnos aprenden por igual.. en las escuelas los idiotizan alli reyna procusto

  5. Excelente! a veces los que estudiamos y no nos va muy bien en un examen nos frustramos si los demás compañeros les fue muy bien, creyendo nosotros que el examen estaba muy difícil y para algunos no lo fue. Tal vez fue algún problema con la explicación del profesor. Los profesores deberían tomar en cuenta que la ley de Procusto no es aplicable en un centro educativo

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