Otro curso más (otro curso menos, según se mire). Otra vez a las aulas. Otra vez, profesores y alumnos, a la desafiante, intrincada y hermosa aventura del aprendizaje compartido. Es duro volver a la disciplina y al esfuerzo sistemático, pero es también estimulante y positivo. Resulta esencial el optimismo para realizar la tarea educativa. Es consustancial a ella. Porque se sostiene en el presupuesto básico de que el ser humano puede aprender.
Ya sé que es difícil, hoy especialmente, la tarea de la educación. Ya sé que nadie aprende si no quiere. El verbo aprender, como el verbo amar, no se pueden conjugar en imperativo. Como dice un personaje de la excelente novela de Bernardo Atxaga, “El hijo del acordeonista”: “Basta una persona para llevar un caballo a la fuente, pero ni treinta personas juntas pueden obligarle a beber si no quiere”. Ya sé que hay problemas. Hoy en día se han presentado nuevas dificultades. Cada vez hay más demandas sobre la escuela, sus funciones han cambiado, la tarea se hace cada día más compleja, la inmigración exige nuevas respuestas, nos invade la cultura neoliberal, hay una gran incertidumbre legislativa, algunos alumnos se han convertido en objetores de la escuela, tenemos competidores que ofrecen a los alumnos y alumnas modelos por la vía de la seducción… Por eso precisamente me preocupa que algunos profesores afronten el nuevo curso flagelándose de mil modos y maldiciendo su suerte y la tarea cotidiana que realizan. Pero no es razonable ver sólo los agujeros en el queso..
No preconizo un optimismo ingenuo y bobalicón que lleve a la complacencia y no a la autocrítica, a la parálisis y no a la innovación, a la pasividad y no al esfuerzo, a la pereza y no al compromiso, a la frialdad y no a la emoción. Creo que en la escuela hay que dar cabida al sentimiento, a las emociones, a lo que insistentemente hoy se está denominando “inteligencia emocional”. Hace falta dar cabida al humor, a la alegría, a la esperanza, al optimismo. Algunas escuelas son demasiado lúgubres. Excesivamente rígidas y formalistas. “Quizás nuestras escuelas y familias puedan comenzar a pensar seriamente en construir materiales, actividades y espacios que permitan desarrollar una cultura del humor”, se puede leer en el libro de autoría múltiple “La pedagogía del optimismo”. Y es preciso afrontar las dificultades y superar los fracasos con mejor estilo, con mayor capacidad de reacción. Sin perder la exigencia pero con una actitud más positiva. Un optimista redomado recibió una pésima noticia antes de acostarse. Y, con buen criterio, se dijo: Menudo disgusto me voy a llevar mañana cuando me levante.
No hace falta decir que la misma tarea, en las mismas condiciones es distinta vivida desde una actitud optimista. No hace falta insistir en las ventajas que tiene esta actitud esperanzada para los profesionales de la educación y para sus alumnos. De hecho hemos visto que a una cuarta que separa dos aulas (el espesor del tabique medianero), con el mismo ministerio, la misma ley, la misma inspección, la misma dirección y hasta los mismos alumnos (divididos por la letra ele), trabajan dos profesores con actitud radicalmente distinta. Uno entusiasmado y feliz. El otro amargado y, por consiguiente, torturador.
Esta invitación al optimismo no significa conformismo y sumisión. Hay muchas cosas que mejorar en la educación. Tener una parte más activa en la política educativa, ganar autonomía y participación en los Centros, mejorar las condiciones de trabajo (aunque las que ya existen no tienen comparación con las de otros países), mejorar la coordinación dentro de la escuela y entre las distintas escuelas, estimular la práctica innovadora…, son exigencias ineludibles.
Si se hace un canto tan elogioso del poder de la educación, si se proclama a los cuatro vientos su importancia y necesidad, ¿por qué quienes se dedican a ella han de vivir su tarea de forma entristecida y amarga? Obsérvese que no hay programa de televisión o de radio que aborde cualquier tipo de problemática social en el que no se diga que la solución se encuentra en la educación. Droga, alcoholismo, violencia, delincuencia, guerra, sida… tienen su principal solución preventiva en la educación. Si es así, que lo es, ¿cómo no potenciar la valoración de la tarea que realizan quienes se dedican a educar en las escuelas?
Hablo de fuentes de optimismo que nacen de la forma de pensar, sentir y actuar de los profesionales de la educación. Sé que, desde fuera, existen formas de alimentar el compromiso. Los políticos pueden preocuparse más y mejor por las condiciones en las que trabajan los profesores y las profesoras. Las familias pueden apoyar, alentar y colaborar más activamente con ellos. Los alumnos y alumnas pueden mostrar un interés que haría la tarea más ilusionante. Hay profesores que han quemado a los mejores alumnos No es menos cierto que algunos alumnos han quemado las ilusiones de los mejores profesores y profesoras. También habrá que reconocer que algunos profesionales han acabado, lamentablemente, con el entusiasmo de los colegas más comprometidos.
No es fácil esta tarea vivida desde la decepción y el pesimismo. Además, el masoquista, cando tiene poder, se suele convertir en un sádico. Resulta penoso ver a profesores acudir a los Centros los lunes por la mañana con la actitud de aquel condenado a muerte que iba un lunes camino del patíbulo diciendo: “Mal empieza la semana”.
Dice José Antonio Marina que “el pesimismo goza de un prestigio intelectual que no merece, porque vivimos gracias a optimistas que creyeron, como Condorcet, en “la perfectibilidad ilimitada de la especie” o, dicho en términos más humildes, en que las cosas podían ser mejores”. La esterilidad de la pedagogía del lamento, de la maldición y de la desesperanza lleva al progresivo deterioro emocional y a la relación frustrante. Actuar con la autoestima destruida, asentar la práctica sobre profecías destructivas es abonarse al fracaso permanente. De ahí esta invitación al optimismo. La tarea de la educación tiene hoy dificultades pero merece la pena.
Me gustan las personas que, a pesar de las adversidades, viven con alegría y optimismo su trabajo y su vida. Cuentan que el escritor francés Edmond Rostand el día que cumplió su ochenta aniversario se miró en el espejo y dijo:
–Los espejos ya no son lo que eran.
Se equivocaba, claro está. ¿No se equivoca de una forma más triste y más dramática una persona que, al cumplir veinte años, mientras se mira por la mañana en el espejo dice “soy un pellejo inservible”? De equivocarnos, es más saludable que nos equivoquemos como el escritor francés. Feliz curso.
Los espejos ya no son lo que eran
10
Sep
Hola, mi nombre es Cecilia y estoy terminando mi Tesis.
Quisiera más antecedentes del párrafo que a continuación expongo, puesto que quiero citarlo en mi trabajo de Investigación.
Gracias
“Los políticos pueden preocuparse más y mejor por las condiciones en las que trabajan los profesores y las profesoras. Las familias pueden apoyar, alentar y colaborar más activamente con ellos. Los alumnos y alumnas pueden mostrar un interés que haría la tarea más ilusionante. No obstante, hay profesores que han quemado a los mejores alumnos, y no es menos cierto que algunos alumnos han quemado las ilusiones de los mejores profesores y profesoras. También habrá que reconocer que algunos profesionales han acabado, lamentablemente, con el entusiasmo de los colegas más comprometidos
Querida Cecilia:
Cuando hablas de antecedentes supongo que preguntas por la referencia del texto para poder citarlo. ¿Dónde lo has leído? Recuerdo lo que escribí pero ahora no tengo presente la referencia exacta. Dime dónde lo has leído y eso nos podrá ayudar a localizar la cita. Y que termines felizmente tu tesis.
Estoy totalmente de acuerdo en que el optimismo es consustancial a la educación y que contribuye al éxito.Si partimos de la premisa de que todos pueden aprender, estamos motivados a reconocer las cualidades que cada alumno tiene.Es decir a ver el vaso casi lleno en lugar de medio vacío…El Desarrollo de la voluntad está dentro de cada uno de nosotros, va de la mano de la pasión, del enamoramiento, nos hace sentirnos vivos… y no nos convertiremos, como tu expresaste en tu conferencia, en cadáveres psicológicos…Buscar la automotivación al enseñar, el evitar expresiones que tiendan al…”no puedo”…capacitarse leyendo escritos edificantes como los tuyos nos ayuda a elevar la autoestima…y volver a tener la pasión por la escuela que teníamos cuando elegimos esta BENDITA PROFESIÓN, más allá de cuánto la reconozcan otros…Gracias Miguel Ángel!!!!
Estimado Miguel, gracias por responder e interpretar mi consulta.Efectivamente requiero citarlo, y no tengo la fuente. El texto lo leí en “los espejos ya no son lo de antes” es toda la información que tengo, un artículo que llego a mi correo hace 2 años atrás.
Con respecto a mi tesis, estoy afinando los últimos detalles, y este es uno de ellos. Espero me puedas ayudar, de lo contrario tendré que eliminarlo de mi tesis y eso sería muy lamentable. Confieso que eres mi esperanza. De todas formas agradezco tu preocupación.
Querida Cecilia:
El artículo en el que se publicó esta frase es, efectivamente, “Los espejos ya no son lo que eran” (atención, tú lo citas de forma incorrecta como “Los espejos ya no son lo de antes”.
Se publicó en el periódico La Opinión de Málaga el día 10 de septiembre de 2005. Esa es la cita. No ha sido publicado en la selección de artículos que la Editorial Graó eligió para el libro La pedagogía contra Frankenstein ni en los que yo elegí para el libro Norte del corazón. Espero que te sirva. Suerte en tu tesis. Un beso.
Miguel A. Santos
Querido Miguel:
Infinitamente agradecida. Una vez más agradezco tú gentil preocupación y el tiempo que me has dedicado.
Recibe un abrazo desde la distancia.