La escuela de infinitas aulas

19 Mar

Comienzan las vacaciones de Semana Santa. (No voy ahora a meterme con la veracidad y el acierto que para la ciudadanía tiene el adjetivo que tradicionalmente se dedica a la Semana en que la Iglesia católica conmemora la Pasión. Digamos, sencillamente, que comienza la Semana Santa). Lo cierto es que se cierran las aulas de los centros escolares y se abren miles de aulas invisibles. Niños y jóvenes se encuentran ante un tiempo que no está sometido a la disciplina escolar ni a las exigencias sistemáticas del estudio. El tiempo de vacaciones no es un tiempo baldío, no es un tiempo inútil, no es un tiempo fácil de llenar de forma rica y entretenida. Hay muchos que se aburren, que necesitan que les den el tiempo programado, que son arrastrados a comportamientos destructivos o a dinámicas estériles o agotadoras. Decía el humorista Perich hace años al terminar un período vacacional: “Los españoles regresan a sus domicilios después de las vacaciones en busca de un merecido descanso”.
Quizá sean las vacaciones el momento del año en que las familias más valoran al profesorado: ¿Cómo pueden gobernar a tantos durante tanto tiempo si es tan difícil organizar la vida de unos poquitos durante una semana? De ahí la frase de los padres y, sobre todo de las madres (en absoluto suscrita por los escolares): ¡Qué ganas tengo de que empiece el cole!
Por ser un tiempo de libertad, el tiempo de ocio es un tiempo lleno de riesgos. Pero, a su vez, es un tiempo cargado de posibilidades. El ocio (no se debe confundir ocio con ociosidad) tiene un elevado potencial educativo. Relacionarse con los amigos, convivir en libertad, conversar sin prisas, bailar hasta el cansancio, llenar de creatividad las horas, practicar ‘hobbies’ interesantes, hacer deporte, disfrutar de espectáculos, ver cine, leer reposadamente, escuchar música, organizar viajes o, sencillamente, pensar sin dirección ni cortapisas. Aristóteles dijo que el origen de la filosofía está en el ‘otium’, lo opuesto al ‘negotium’. “La felicidad reside en el ocio del espíritu”, dice el filósofo en su ética a Nicómaco. La modernidad empezó exaltando al homo-sapiens, pasó en la época industrial a ensalzar al homo-faber y en la encrucijada que vivimos ha potenciado al homo-ludens.
Todo el empeño educativo se sitúa en la esfera del trabajo y de la capacitación para el desempeño de un empleo. Lamentablemente, muchos jóvenes se ven luego avocados al paro. Hay muchas personas a las que ha destruido la dimensión laboral: no han encontrado trabajo o se han dedicado a menesteres indeseables o mal remunerados. A mucha más gente le ha destruido el ocio mal vivido. Muchos jóvenes se han dado de bruces con la droga, con la delincuencia, con el aburrimiento, con la explotación o con la soledad.
Nadie ayuda a prepararse para llenar de forma inteligente el tiempo libre. De forma inteligente no quiere decir de manera aburrida. Desde la Ministra de Educación hasta el conserje más joven de un Centro, desde los grandes presupuestos de educación hasta el mínimo gasto en chinchetas se pone al servicio de la formación laboral. Pero nadie se ocupa de la educación para el ocio.
–Hay jóvenes que se meten en la soledad de internet. Son los ermitaños del siglo XXI. Han profesado en una orden de soledad y silencio.
–Hay jóvenes que se ven arrastrados a la droga o al alcohol porque los demás lo hacen, porque se la ponen delante de los ojos, porque les persuaden hábilmente de su inocuidad.
–Hay jóvenes que se sumergen en la delincuencia para obtener un dinero fácil, para extorsionar al prójimo o por simple gamberrismo.
–Hay jóvenes que se entregan al ‘dolce fare niente’, a la inactividad absoluta, a la pereza y al abandono. Cualquier esfuerzo, cualquier proyecto que suponga iniciativa, entrega y entusiasmo les viene grande.
Cuando esto sucede, quienes manejan intereses económicos y comerciales hacen una oferta que soluciona aparentemente el problema, pero que permite enriquecerse de forma rápida y fácil a los promotores. Si los niños y jóvenes no tienen iniciativa les daremos oportunidades para hacer cosas programadas, si están solos les ofreceremos lugares de encuentro, si no saben qué hacer les abriremos discotecas con poca luz, alcohol y éxtasis… Así aparecen las “grandes catedrales” de la modernidad. Los centros de ocio y comercio. Para poder divertirse hace falta tener mucho dinero. Los pobres están condenados una vez más a ser desgraciados. “Queremos jugar gratis”, le decía un niño a Francesco Tonucci cuando éste le preguntaba cómo deseaba que fuese su ciudad.
Los Centros escolares eran antes lugares de encuentro de los jóvenes. Se organizaban en ellos fiestas, viajes, actividades deportivas… Hoy se ha ido cerrando la oferta educativa y se la ha ido reduciendo al curriculum académico: matemáticas, física, química, literatura e, incluso, religión… Llegado el fin de semana los Centros cierran sus puertas, los educadores se van a sus casas y los chicos comienzan a vagar por las calles sin saber qué hacer. El sistema educativo, en realidad, es sólo sistema académico. Los poderes políticos miran para otra parte y la familia considera que ha sido suficiente exigir que sus hijos obtengan buenas calificaciones.
Las familias atraviesan diferentes fases. Durante los primeros años corren el riesgo de desentenderse de la tarea formativa del ocio. Que nos dejen en paz. Que vayan a ver la tele. Que se vayan al cine. Luego, cuando quieren ir con los chicos, ellos prefieren ya ir solos, con los amigos o con la novia o el novio. Posteriormente, cuando intentan saber qué sucede con las actividades, las compañías y las aficiones de sus hijos e hijas, ya tienen dificultades hasta de enterarse.
La sociedad debe dar respuesta también a esta necesidad. No puede mirar para otra parte y escandalizarse luego cuando llegan los problemas. Hay que dar respuesta a los jóvenes desde su mentalidad, sus aficiones y sus deseos. No podemos organizar una diversión que no quieren, que no entienden, que no va con ellos…La única preocupación que ha tenido el mundo de los adultos es de carácter prohibitivo: que no hagan botellón, que no beban, que no se droguen, que no se maten con las motos, que no vean telebasura, que no practiquen sexo… Cuando había rombos en la tele, un padre pintó dos rombos en la parte exterior de la pantalla… En lugar de ayudar a su hijo a ver con criterio la televisión, había optado por un remedio más sencillo. Es una postura muy socorrida, pero bastante ridícula. Como pretender acabar con el problema de la caspa a través de la decapitación.
Con las vacaciones se abre una escuela de infinitas aulas. Es la escuela de la vida. Hay que aprender y disfrutar. O, mejor dicho: aprender a disfrutar. Felices y provechosas vacaciones.

Una respuesta a «La escuela de infinitas aulas»

  1. yo quisiera ponerme en contacto con miguel angel santo guerra. quisiera que nos diera un charla en un colegio de valladolid. soy angel crespo colegio santa maria la real de huelgas

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