Algunas personas, cuando se les pregunta por su posición política o lo que piensan sobre los políticos profesionales, responden que no entienden nada de eso, que no les importa, que ellas nunca van a votar, que están hartas de la situación y que todos los políticos son iguales (lo que viene a decir que todos son unos sinvergüenzas). Nadie puede ser neutral. Porque ser neutral ya es tomar partido. Todos somos políticos (no profesionales), pero políticos. Todos somos miembros de pleno derecho y con plenos deberes en una sociedad democrática. Por otra parte: no todos los políticos profesionales son indecentes. Algunos sí, ya lo sé. Muchos se preocupan por las necesidades de las personas, trabajan con rigor, esfuerzo y transparencia, dan la cara, justifican las decisiones, tienen gratitud y responsabilidad ante los electores, cumplen las promesas y son sensibles a las diferencias sociales. Es más, no da igual una posición política que otra, no es lo mismo defender y practicar unos idearios que otros. Creo que ridiculizar y condenar sistemáticamente la política y a los políticos es una actitud reaccionaria.
Las personas que niegan su condición política confunden la actividad profesional o partidaria con el compromiso ciudadano. Todos somos seres políticos. Nos ha de importar lo que sucede en la sociedad. Lo que les sucede a los demás en la sociedad. Practicar el deporte de encogerse de hombros, de mirar para otro lado, de no darse por aludido, de echar balones fuera es una irresponsabilidad. Tenemos derechos, pero también tenemos deberes.
Existen, a mi modo de ver, tres formas de asumir la condición de miembros de una sociedad.
Podemos ser simples súbditos. Los súbditos obedecen, se callan, acatan las órdenes. Si no las cumplen y son sorprendidos por la autoridad lo pagan. Los súbditos hablan para maldecir su suerte o para mostrar su conformidad sumisa, para pedir disculpas o mendigar favores. Algunos políticos quieren que seamos súbditos y así nos consideran. a pesar de que nosotros les hayamos elegido.
Podemos ser simples clientes. Los clientes estudian el mercado, compran y venden. Cada vez somos más clientes. Todo es mercado, todo es comercio. Para comprar un litro de leche hace falta tener en cuenta más de treinta variables: nata, minerales, calcio, Para comprar pan o aceite o ropa es necesario hacer un estudio detallado. Si lo que se quiere es adquirir un coche se hace preciso hacer un master. Las grandes multinacionales quieren que seamos, por encima de todo, clientes. Es otra forma de hacernos súbditos.
Pero podemos y debemos ser ciudadanos. Ser ciudadano es saber analizar lo que sucede. Discernir qué efecto se debe a qué causa. Dejar de ser ingenuos para pasar a ser críticos. Conocer los hilos ocultos que mueven intereses, actitudes y comportamientos. Sensibilizarse ante las calamidades, las desgracias y las desigualdades existentes. Elevar la voz. Votar. Pedir responsabilidades. Denunciar las injusticias. Participar en la construcción de la democracia. Organizarse para la exigencia y la protesta. Realizar propuestas interesantes y generosas. Pensar en los demás. Compadecerse de los que sufren.
Según relato de Habermas, poco antes del octogésimo cumpleaños de Marcuse, se preguntaban cómo explicar la base normativa de la teoría crítica. Marcuse no dio respuesta hasta dos días antes de su muerte: “¿Ves? –le dijo a Habermas– ahora sé en qué se fundan nuestros juicios más elementales: en la compasión, en nuestro sentimiento por el dolor de los otros”.
Estoy contra el fatalismo, contra el historicismo, contra el determinismo sociológico. Existe un pesimismo arraigado que causa estragos en el compromiso con la ciudadanía y que sirve de excusa para la pereza, la comodidad y la rutina. Pensar que las cosas son así porque ‘Dios lo quiere’, ‘porque no tenemos remedio’, porque ‘las cosas son como son’ o porque ‘estamos condenados a ser como somos’… no sólo es una equivocación, es una irresponsabilidad. Las cosas son como son porque las personas las hacemos así. Y hemos llegado hasta aquí porque hemos transitado por unos caminos y no por otros, no porque hayamos caído por arte de magia donde estamos desde un cielo de nubes asépticas.
La típica expresión ‘yo soy apolítico’ se corresponde con una falta de sensatez y de compromiso imperdonable. Porque somos seres políticos. Y porque debemos ejercer la ciudadanía. En el fondo, existe también un poso de miedo, un vago o concreto temor de que manifestarse o situarse políticamente pueda acarrear consecuencias negativas. No se puede olvidar que procedemos de una dictadura en la que no pensar como el poder era motivo de persecución, ostracismo, cárcel o muerte.
Hay que desarrollar procesos de formación para superar el analfabetismo político. Leer mucho. Pensar. Comprender que este es un barco en el que todos podemos salvarnos o naufragar. Y que el éxito o el fracaso dependen de todos y de cada uno. Practicar la generosidad y la solidaridad. Elegir bien a quienes nos van a gobernar. Vigilarlos estrechamente y exigir de manera rigurosa y constante. Mantenerlos cuando lo hacen bien y expulsarlos del gobierno cuando lo hacen mal. No dejarnos engañar. Todo está en nuestras manos si somos (y lo hemos de ser) auténticos políticos. Lo dijo de forma contundente ya hace muchos años Aristóteles: “El hombre es, por naturaleza un animal político”. No quiero hacer con la frase un fácil y estúpido juego de palabras.
Ser político es servir al pueblo, no servirse del pueblo. Por eso decía Balmes. “Las conversiones políticas me parecen bien. Lo que pasa es que desconfío de aquellas que se producen justo en el momento en el que empiezan a ser rentables”. Cuenta Eduardo Galeano en su estupendo libro ‘Patas arriba’ la siguiente historia:
– ¡Cómo has cambiado de ideas, Manolo!
– Que no, Pepe, que no.
– Que sí, Manolo. Tú eras monárquico. Te hiciste falangista. Luego fuiste franquista. Después, demócrata. Hasta hace poco estabas con los socialistas y ahora eres de derechas. ¿Y dices que no has cambiado de ideas?
– Que no, Pepe. Mi idea ha sido siempre la misma: ser alcalde de este pueblo.
Dice el famoso poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brech: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
El compromiso político nos exige, claro está, practicar la valentía cívica, una virtud democrática que nos hace ir a causas que, de antemano, sabemos que están perdidas.
Analfabetos políticos
26
Feb
Hay que hacer de la politica un ejercicio de amor a la humanidad. Excelente articulo
Primero que nada me parecio interesante su articulo, sobre los analfabetos politicos, estudio el sexto semestre de administracion publica , y tengo que hacer un trabajo para fin de semestre sobre algun problema politico, y le agradeceria me recomendara algunas lecturas para desarrollor mi problema el cual he decidido que sea el analfabetismo politico.