Las quince vacas

5 Feb

El reciente debate parlamentario nos ha permitido contemplar dos posturas irreconciliables. La razón completa no se suele encontrar en una sola de las tesis radicalmente opuestas. Veo en cada una de ellas sentimientos nobles y razones contundentes. Unos defienden el derecho a sentir y a ejercer de vascos y otros insisten en el cumplimiento de la ley como único camino para salir del atolladero. (Así se caminó en este país desde la dictadura a la democracia) Si el diálogo se rompe, una de las partes queda condenada a la frustración.
Si se insiste en que la Constitución no se puede tocar, será imposible llegar al acuerdo. Si se defiende que no importan las reglas del juego porque, se diga lo que diga, al final se hará lo que se quiera, no habrá posibilidad de solucionar el conflicto. El círculo puede crecer hasta el infinito.
– “Yo quiero esto a lo que tengo derecho”.
– “Pero eso que tú quieres es inconstitucional”.
– “Pues yo lo sigo queriendo”.
– “Pues la Constitución no se puede cambiar”…
¿Hasta cuándo este diálogo de sordos? ¿Cómo seguir avanzando? Decir que las cosas están bien como están, sólo vale para una parte. No se puede imponer por la fuerza una convivencia en paz. Es como decirle a alguien : “Tienes que ser más espontáneo”, o “tienes que amar a esta persona”, o “tienes que estar contento a la fuerza”. ¿Les parecería bien a populares y socialistas que alguien les obligase a no poder hablar su lengua y a dejar de sentirse españoles? ¿Les parecería razonable y justo a los creyentes que alguien les impidiese practicar sus creencias?
Hay que tratar de entender las razones del interlocutor, del adversario. Hay que pensar que actúa con la misma positiva intención que nosotros. Hay que desmontar las falacias de la argumentación con auténticas razones, no con dogmas inamovibles o con descalificaciones viscerales. Al lehendakari hay que preguntarle (ante el panorama idílico que pinta del país vasco) por todos aquellos que han muerto y por todos los que hoy mismo no tienen libertad de expresión ni de movimiento. Que son muchos. A los constitucionalistas hay que preguntarles si su nacionalismo, por el hecho de ser suyo, es ya positivo, defendible y admirable.
Al lehendakari hay que decirle que, en lugar de pedir a Zapatero que legalice a Batasuna, que pida a Batasuna que condene la violencia. Y a Rajoy y Zapatero hay que decirles que el hecho de que el parlamento vasco tenga la misma finalidad que ETA no significa que lo que quiere el parlamento sea algo malo. Si ETA defiende la paz en Irak, por ejemplo, que no sé si la defiende, no hay que entender que, per se, todo el que pida lo mismo esté equivocado.
De ahí mi tesis: hay que sentarse a negociar. La otra solución es la violencia. Porque claro, nadie va a pensar que si se dice a los nacionalistas que no pueden pedir lo que piden porque es anticonstitucional, los nacionalistas se van a callar y se van a olvidar de sus demandas. Ya está: aquí paz y después gloria. No es tan fácil.
Hay que negociar. En las negociaciones hay posturas, intereses, principios, actitudes, alianzas, estrategias, normas, ritmos, clima y, quizás, acuerdos y subacuerdos… Pero, sobre todo, hay diálogo. Muchas veces se negocia desde la suposición de que si uno gana el otro pierde. No siempre es así. Hay negociaciones en las que ambas partes ganan y otras en las que ambas partes pierden. Negociar no siempre es como dividir un pastel, a veces es como construir una casa.
Alguna vez he realizado en mis clases un simulacro de negociación. Se forman grupos de tres personas. Un vendedor necesita deshacerse de quince vacas porque tiene que irse de viaje por un largo tiempo. Un carnicero necesita comprar diez vacas y un peletero quiere comprar otras diez. Los compradores no saben que tienen intereses complementarios. Cada uno cree que el otro comprador tiene su mismo interés. Como cada uno quiere comprar diez vacas, el acuerdo resulta imposible ya que el vendedor no dispone de veinte. En ocasiones (cuando las posturas se encasquillan) no se llega a ningún acuerdo. En otras, la venta se convierte en una subasta. Pero cuando descubren la complementariedad de sus necesidades deciden comprar a medias o según precio de mercado para carne y para pieles.
Si no llegan a ningún acuerdo todos pierden. Pierde el vendedor que no puede llevarse las vacas de viaje. Pierde el carnicero que no puede comprar la carne de las vacas y el peletero que no se puede hacer con las pieles. Pero hay una forma en la que todos pueden salir ganando. Uno porque vende y los otros porque pueden comprar lo que necesitan a un precio razonable.
Para ello hace falta aplicar la sensatez y mostrar la habilidad negociadora. Hay pésimos negociadores. Son personas que, en cuanto alguien se sienta delante, casi sin haber hablado, ya han despertado una actitud hostil en el interlocutor.
Las actitudes para negociar son importantes. Y la defensa de los principios, a mi juicio, imprescindible. No se puede hacer trampas. Es necesaria también la generosidad. Algunos, cuando se llega al acuerdo de repartir “mitad y mitad” quieren quedarse con la y. Resulta imprescindible la creatividad. No se sale de un conflicto profundo manejando tópicos. Pero hace falta también disponer de estrategias para persuadir al contrario. Hace falta también tiempo y tranquilidad. Y, sobre todo, una excelente capacidad de escucha. No es fácil escuchar. Por muchos años que estemos intentando aprender, nunca llegaremos a hacerlo a la perfección. Porque es muy difícil. Algunos piensan que, para escuchar, basta quitarse los tapones de las orejas. Hay que tratar de saber qué es lo que quiere decir el interlocutor, hay que desmontar los prejuicios, hay que ponerse en su lugar… Le oí decir a Karl Rogers: “Cuando un ser humano te escucha, estás salvado como persona”.
En un debate sugerí que, para poder hablar fuesen necesarias dos condiciones. Pedir la palabra y, además, repetir fielmente el argumento del contrincante que había hablado anteriormente. Muchos no habían escuchado porque seguían dando vueltas a sus argumentos. Otros no eran capaces de reproducir correctamente el argumento. ¿Se imaginan una sesión parlamentaria con estas reglas?
Si se parte de prejuicios y estereotipos nunca se podrá llegar a un acuerdo. ¿Que queda entonces? La frustración o la violencia. Me gustó ver a los parlamentarios de mi país escucharse con respeto, argumentar, debatir y tratar de entender los argumentos del oponente. Ese es el camino. La intransigencia, el desprecio, la torpeza y la agresión llevan al desastre. No tiene sentido alguno, y causa daños irreparables, pensar que tiene más razón quien más víctimas causa al adversario. La máxima sinrazón es la violencia.