No se exciten, señores obispos

31 Dic

Tengan tranquilidad, por Dios. Resulta increíble observar con qué ímpetu se lanzan a la palestra política en determinadas cuestiones. Se diría que saben más que nadie sobre ellas y que les importan más que a nadie. La más conflictiva de todas es la sexualidad humana. Gobernar la sexualidad es un modo eficaz de dominar todas las conciencias, porque todos tenemos sexualidad. La propiedad es otra cosa. Sólo la tienen unos pocos. Algunos en demasía. No es una cuestión tan decisiva la desigualdad. A pesar de que han renunciado ustedes al ejercicio de la sexualidad quieren gobernar la de todos. Ustedes que han renunciado a casarse quieren regular el matrimonio de toda la sociedad (‘Familia y Vida 2004’ es el lema de la jornada de la Conferencia Episcopal). Ustedes que salen a la calle con un folleto titulado ‘Hombre y mujer los creó’, renuncian a emparejarse de por vida con una mujer. Ustedes que insisten en la importancia de que hay hombres y mujeres en la sociedad, según el texto bíblico, asisten sin inmutarse
a las reuniones de la Conferencia Episcopal, integrada exclusivamente por varones. Ustedes que se han pasado siglos echando sobre la sexualidad montones de oscuridad, de ignorancia, de puritanismo, de malicia, de miedo, de angustia y de pecado, pretenden decirnos a todos cómo debe vivirse luminosa y éticamente la sexualidad.
Frente al dictado de la ciencia, ustedes siguen diciendo que el preservativo no es un método seguro para evitar la concepción y el contagio. Claro que no lo es al cien por cien. Pero no podrán negar que ha evitado muchísimos embarazos no deseados y muchas enfermedades irreparables. Los porcentajes que ustedes manejan no sé de qué fuentes son extraídos. Sean cuales sean, interesadas. ¿Saben lo que les pasa a los jóvenes de hoy, a las personas de hoy? ¿Creen que basta predicar la castidad para que la castidad se imponga como el método más eficaz de evitar embarazos y enfermedades? ¿Saben cuántos embarazos no deseados existen? ¿Qué hacer después?
Todavía recuerdo una pregunta infantil formulada a un sacerdote en los años de la barbarie franquista:
– Padre, ¿por qué el toro se pone encima de la vaca?
– Hijo, para ver más lejos.
(Por cierto, la vaca sin el menor deseo de ampliar horizontes. El sexismo llega hasta los más recónditos rincones).
No es de extrañarse. Era la época en que los censores ensotanados veían las películas y cortaban por donde les parecía bien (repasen el contundente libro de Román Gubern ‘Un cine para el cadalso’). Ustedes, al parecer, estaban formados para verlo todo. Nosotros, pobrecitos españoles, teníamos que pasar (para no perdernos) por el filtro de su moralidad. Bendito sea Dios. Qué moralidad. Y ahora tenemos que pasar, para nuestro gobierno, por el criterio de sus decisiones. Ustedes que han dicho que en cuestiones de sexualidad ‘no hay parvedad de materia’, que han propiciado la enfermedad de los escrúpulos, que han convertido en pecado miradas, pensamientos y deseos…, qué nos van a decir.
No acaban de entender que esta sociedad ha elegido democráticamente a un gobierno que tenía en su programa lo que ahora, coherentemente, llevan a la práctica. Y eso es lo que queremos. Si no les gusta a ustedes, qué le vamos a hacer.
El señor obispo de Mondoñedo le recuerda al ministro de Defensa que tener tendencias homosexuales no es malo, pero que dejarse llevar por ellas es algo similar al que se deja llevar por el deseo de matar. Qué barbaridad. ¿No piensa el señor obispo lo que tiene que sentir ante esa afirmación un homosexual, tan sensible, tan honesto, tan buena persona, al menos, como él? ¿No piensa que está llamando ladrones y asesinos a quienes no hacen más que seguir el dictado de su naturaleza? No sé si son pecadores (ni me importa, porque esa es una categoría suya). No me importa, puse, que digan que es una tendencia ‘intrínsecamente mala desde el punto de vista moral’. Porque es ‘su’ moral. Sí me importa que digan que son enfermos. Y mucho más que son asesinos. Sí me importa que digan que el Estado no puede reconocer ‘este derecho inexistente’ al matrimonio homosexual. Ustedes dicen que ‘a dos personas del mismo sexo no les asiste ningún dere-
cho a contraer matrimonio entre ellas’. ¿No les asiste, acaso, el derecho a ser felices?
Se dice que quienes somos críticos con la Iglesia (con la jerarquía más bien, porque hay cristianos de base y teólogos y sacerdotes y religiosas que no piensan como ustedes) somos anticlericales. Como si ustedes no fuesen antidemócratas y, sobre todo, antigubernamentales. Dice Fernando Savater: “Dejaré de ser anticlerical cuando la Iglesia deje de ser antidemocrática”. Si se les obligase a ustedes a casarse unos con otros, si se obligase a mantener relaciones, a usar el preservativo, podrían incluso gritar. Un atropello a la libertad me tendría de su lado. Dejen que las personas actúen como desean, si no hacen mal a nadie. Dejen que el gobierno legisle para una sociedad laica. Dejen que el gobierno elegido democráticamente responda a su programa electoral.
Es magnífico que ustedes, como pastores, guíen a sus ovejas por el buen sendero. Háganlo. Están en su derecho. Es para ustedes un deber. Pero déjennos a los demás vivir la vida libremente. Felizmente, sin dañar a nadie, sin herir a nadie. Guiados por una ‘ética para la sociedad civil’, como reza el título del libro de Adela Cortina. Nadie les dice a ustedes cómo tienen que gobernarse.
Hablarían entonces de injerencia inaceptable. El poder religioso debe mantenerse al margen del poder civil. Hablen a sus fieles. No pretendan gobernarnos a todos con los criterios de su moral. Esa sí que es una injerencia. Por muy acostumbrados que estemos todos a verla. Ya tenemos una larga experiencia de lo que ha supuesto el seguirla.
Otro asunto que les pone en pie de guerra es el de las clases de religión. ¿Es lógico que sigamos pagando con dinero público a profesores y profesoras que ustedes nombran (o echan) para que les expliquen a los alumnos (y les examinen) todo aquello con lo que quienes pagamos no estamos de acuedo? ¿Les parece justo que un homosexual español o una lesbiana española tengan que pagar dinero de su bolsillo para que alguien explique al alumnado que están tarados, que están enfermos o que son como ladrones o asesinos? Hay que revisar los acuerdos del Estado español con la Santa Sede. Constituyen un privilegio inadmisible.
Yo también les pido a los señores obispos, a los sacerdotes y a todos los fieles que no entiendan estas reflexiones críticas como ‘una voluntad de tensionar ninguna relación’, como un ataque. No se exciten, señores obispos. No se enfaden con quienes no pensamos ni actuamos como ustedes. Quizás no seamos tan tontos como piensan. Ni, por supuesto, tan malos.

Una respuesta a «No se exciten, señores obispos»

  1. Pues mi experiencia es que dejarse llevar por cualquier instinto sexual no conduce a la felicidad. Sinceramente no se lo deseo a nadie. En cambio, la doctrina católica -bien entendida y correctamente practicada- conduce a una paz interior que no se consigue de otra forma. ¡Qué bueno que esté la Iglesia para dar criterios de orientación que contradigan los dogmas de los que predican el libertinaje!

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