En la localidad coruñesa de Toques ocurrió hace meses un hecho tan repugnante que merece, en mi opinión, la repulsa general. No, por lo visto, la de una parte de los ciudadanos y ciudadanas de la localidad, la de un sector de su partido político (PP) y la de muchas otras personas que admiran y sostienen al delincuente sexual. El señor alcalde, condenado por abusar de una menor, no sólo no quiso dimitir (a pesar de la solicitud de la dirección de su partido) sino que se permite sacar pecho, dar un puñetazo sobre la mesa y mantener una actitud caciquil impropia de una democracia. La Audiencia Nacional ha confirmado ahora la sentencia contra el alcalde de Toques. Pero él dice, de nuevo, que seguirá en la alcaldía hasta la muerte. La herida sangrante de la vejación sobre la mujer no se cierra en una sociedad sexista.
La joven, que ahora tiene 18 años, ha llegado a decir que hubiera sido mejor arrojarse del coche en el que el alcalde cometió los abusos aunque eso le hubiera provocado la muerte. Ella, la víctima, está avergonzada. Por el contrario, el verdugo, que ha sido condenado, está feliz. La chica dice que piensa abandonar el pueblo. El alcalde dice que no piensa dejar la alcaldía. ¡Significativo contraste! Hay, en este caso terrible, que se repite con mucha más frecuencia de la que conocemos, tres facetas especialmente negativas que deseo comentar:
En primer lugar quiero hacer referencia a los comportamientos que han merecido una condena por parte de la justicia: abusos de una menor, hija de un amigo del alcalde. Dice el alcalde que mostrará que se trata de acusaciones falsas. Qué va a decir. Las personas prepotentes no piden perdón. No lo ha considerado inocente el juez ni, ahora, la Audiencia Nacional. Vuelve otra vez a ponerse sobre el tapete el caso de los abusos realizados desde el poder. Otra vez esta penosa y miserable actitud que ofende la dignidad de las mujeres. Se trata de una actitud inadmisible, que el alcalde califica de ‘escasa relevancia’. (También Manuel Fraga dijo que se trataba de una cuestión menor, al lado de todo lo que el alcalde ha hecho bien). La gravedad del asunto sería distinta para este señor (si así se le puede calificar) si hubiera padecido los abusos una hija suya. Es muy propio de quien tiene un talante machista medir los hechos con dos varas distintas. Abusar de otros (de otra, en este caso) es irrelevante. Que abusen de ti o de alguien de los tuyos, es gravísimo. Es preciso subrayar que los abusos suelen estar realizados desde una posición de poder. No se le ocurrirá al secretario de una Ministra hacer un broma sexista o tocarle de forma insinuante una pierna. No es siquiera imaginable que un conserje de la empresa acaricie el pelo a la Jefa omnipotente. El sexismo es un problema de género y, en buena medida, de poder. Por eso es necesario incentivar los procesos educativos y las llamadas estrategias de ‘empoderamiento’ de la mujer. Si tuvieran poder, dinero y la misma posición y libertad que los hombres, se acabaría con estos abusos vergonzosos.
En segundo lugar, quiero resaltar la postura del alcalde que pretende, según dice, “dejar la sangre en la alcaldía”. Si quiere dar la sangre (ya sé que él lo dice en un sentido altísimamente metafórico) lo que debe hacer es irse a un Centro de transfusiones. Lo que le pide el sentido común, la parte más sensata de sus ciudadanos y un elemental sentido de la decencia es marcharse sin levantar la voz, pedir perdón a quien hizo daño y lamentar ante los ciudadanos y ciudadanas el pésimo ejemplo que ha dado. Resulta curiosa esta autopercepción de ser imprescindible. “El pueblo no me perdonaría que yo presentase la dimisión”, dice. ¿Qué piensa el señor alcalde que sucederá en su pueblo si dimite? ¿No podrá sobrevivir y prosperar? ¿Se saldrá del camino de la historia? Habría que aclararle que lo único que perdería el pueblo es un ejemplo pernicioso y un modo de proceder autoritario.
En tercer lugar quiero hacer referencia a la actitud de los concejales de su partido que le apoyan y a los asistentes al pleno que le aplaudieron. ¿Qué tipo de gente es ésta? ¿Cómo es posible que aplaudan un comportamiento tan repudiable e inadmisible? ¿Cómo entender que entre quienes apoyan al alcalde haya también mujeres? “A este alcalde teníamos que lamerle los zapatos”, dice una vecina del pueblo. “Con todo lo que el alcalde hizo por el padre esta chica, ¿cómo ha podido denunciarlo?”, añade. Resulta imperdonable que un representante del pueblo actúe primero con desvergüenza y después con chulería. Pero la actitud de los ciudadanos y ciudadanas que aplauden y alientan ambos comportamientos es todavía más repugnante. Casi incomprensible. La expulsión de los medios de comunicación, a petición del alcalde, es una muestra más de la actitud dictatorial. Los medios van a Toques no para juzgar sino para contar. Y gracias a ellos nos enteramos de que existen todavía estos personajes antediluvianos y estos hechos despreciables. Lo que realmente resulta incomprensible es la declaración de un vecino: “Si mañana hubiera elecciones, volvería a arrasar”. Y, más aún, la del anciano cura párroco de Santa Ixía: “El alcalde es un buen cristiano. A los cristianos se les conoce por sus obras. Y las suyas están ahí. Mire todas las pistas que ha asfaltado”.
La chica dice que no soporta que la condenen, que la desprecien, que la ridiculicen. Dice que está harta de que la llamen ‘la niña del alcalde’. Parece que se conforma con la liberación de ese desprecio. Ha tenido la desgracia de caer en las manos (sucias) de un abusador y luego en la boca (sucia) de quienes la desprecian. ¿Cómo van a denunciar muchas mujeres tantos abusos si en lugar de encontrarse con la justicia se las tienen que ver con el desprecio?
Algo parecido ocurrió en Orihuela. El segundo teniente alcalde del PP ha sido denunciado por una señora de la limpieza. Al parecer, el edil le mandó más de veinte mensajes de contenido erótico a través de un móvil del Ayuntamiento. Propuestas, chantajes y amenazas. “Tendrás tu trabajo y tu paro. A ver cuándo lo hacemos”… Cada día saltan a la prensa nuevos casos, hechos de una crueldad desesperante.
El colmo nos lo plantean ahora los concejales y concejalas del PP de Ponferrada que pretenden poner el nombre del alcalde Ismael Álvarez a un Centro Cívico de la ciudad. Como muchos recordarán el ex-alcalde de Ponferrada fue condenado como acosador de Nevenka Fernández, hoy en el exilio, como cuenta con su admirable maestría Juan José Millás en el libro que ha dedicado a comentar este caso. No sólo no lo condenan. Lo premian. Una provocación en toda regla. Una exaltación de la desvergüenza y el cinismo. Él mismo, abrumado por la reacción, se ha visto en la necesidad de solicitar el rechazo de la propuesta.
Estos hechos son un trasunto de la sociedad. En ellos queda reflejada la perversidad instituida, la discriminación aceptada y bendecida, la opresión perfectamente articulada. No defiendo el linchamiento, pero sí la justicia. Estamos avanzando hacia la igualdad, pero todavía queda mucho camino por recorrer. Quien tapa estos hechos, quien considera panfletario denunciarlos, quien mira hacia otra parte y, sobre todo, quien los aplaude y los premia, contribuye al desarrollo de la miseria moral y frena la lucha por la dignidad.
El alcalde de (no me) Toques
30
Oct