El Imperio es hoy Estados Unidos. Desde la caída, en del muro de Berlín en 1989, se ha convertido en el amo indiscutible del mundo. No tiene competidor. Su flota está en los cinco océanos y su presupuesto de Defensa es mayor que el de los 191 países restantes del globo juntos. Su total dominio sobre el mundo está haciendo posible que no respete los mandatos de la ONU, que se retire a su antojo de los grandes tratados (como el protocolo de Kioto o el convenio de minas antipersonas), que bloquee la creación de un sistema mundial de justicia… Vicente Verdú ha escrito un libro de lectura obligada titulado “El estilo del mundo”. Dice en él: “Estados Unidos logró su destello de país mágico a comienzos del siglo XX, alcanzó el estatuto de primera potencia económica en los años veinte, logró un glamour humano en la década de los treinta, su apoteosis en los cincuenta, arrasó en el mundo financiero durante los ochenta y se hizo Imperio mundial tras la caída del muro de Berlín. Nunca antes en la historia de la humanidad un país reunió tanto poder”. El vicepresidente Dick Cheney dijo en 2002: “El futuro del mundo depende de nosotros”. Sin duda.
El ex presidente Aznar hizo que España se subiera al autobús del imperio, al “autobush”. La foto de las Azores, de infausta memoria, nos hizo más que colegas, esclavos; más que aliados, comparsas; más que adalides contra el terrorismo mundial, sus víctimas propiciatorias. La mano del señor Bush sobre el hombro del presidente Aznar fue un terrible yugo que nos ha uncido a un sinfín de maldiciones y desgracias. Michael Moore, director de la película “Bowling for Colombine” dijo al recibir el Oscar en marzo de 2003: “Vivimos en un tiempo de resultados electorales ficticios que deciden un presidente ficticio que nos manda a una guerra por razones ficticias”.
El presidente español pensó, contra la opinión casi unánime del pueblo español, que era beneficioso para España estar al lado del más fuerte, del más poderoso, del más influyente. Las vergonzantes y explícitas promesas de George Bush, hermano del presidente americano, estaban mezcladas con sangre. He vuelto a leer, en estos días, un libro de Carlos Taibo que leí en vísperas de la guerra: “Estados Unidos contra Irak”. Parece una profecía autocumplida. Dice el autor: “No hay ningún motivo para deducir que, tras una imaginable acción militar estadounidense, en Irak vaya a ver la luz una sociedad libre, democrática y solidaria”. ¿Estamos ayudando al pueblo iraquí o los estamos destruyendo? ¿No se le ayudaría más y mejor invirtiendo en su transformación todo el dinero gastado en armamento y en el mantenimiento de las tropas?
Nuestros aliados naturales son los miembros de la comunidad europea, nuestro jefe democrático es la ONU. Y la ONU dijo entonces “no a la guerra”. Algunos analistas explicaron, al estallar el conflicto, que se trataba de una guerra entre Europa y Estados Unidos. Dijeron que era una guerra del euro contra el dólar. Irak había comenzado a cobrar su petróleo en euros y a Estados Unidos no le gustaba la “eurización” de la economía mundial. Curiosamente España se encontraba entonces (y sigue estando ahora) al lado de los otros, no de los nuestros. La desairada postura de España en Europa es fruto de esa alianza contranatura. Choca y duele comprobar la forma de despedirse del presidente Aznar en Estados Unidos (colmado de aplausos) y de la Comunidad europea (rodeado de frialdad y silencio).
El presidente en funciones le ha pedido a Zapatero que no se baje del autobús de la lucha contra el terrorismo. Ha dicho también que retirar las tropas de Irak acarrearía un grave daño para España. ¿Por qué? ¿nos ¿Nos puede explicar por qué? No todo vale contra el terrorismo. Fue indecente, por ejemplo, la actuación de los GAL en los últimos años del gobierno de Felipe González, es inadmisible y absurda la lucha contra el terrorismo a través de la guerra de Irak. No ir a la guerra, retirar las tropas que actualmente forman un ejército invasor, no es dejar de luchar contra el terrorismo.
No se puede luchar contra el terrorismo con un terrorismo más fuerte, más indecente, más brutal. Con la guerra sólo se evita una cosa: la paz. Al terrorismo hay que combatirlo con la justicia y con la ley. Por eso digo que hay que bajarse del “autobush”, que hay que retirarse de una alianza que nos ha hecho entrar en una guerra ilegal, injusta, absurda y destructiva. Decir todo esto no es decir que Sadam Huseim fuese un gobernante magnífico o que Bin Laden sea un ciudadano ejemplar.
Se dijo entonces (y algunos lo siguen diciendo) que quienes se oponían a la guerra eran comparsas de los terroristas. Se dice ahora que el vuelco electoral da argumentos al terrorismo porque fue Bin Laden el que decidió quién tenía que gobernar en España. No lo creo así. Quienes nos opusimos a la guerra odiábamos el terrorismo y la destrucción gratuita. Habrá que añadir para quienes todavía no lo han entendido que lo que marcó el giro electoral no fue el terrorismo sino las mentiras que acompañaron la información consiguiente. Es cierto que la información no hubiera existido sin las acciones terroristas, pero el nexo causal con el resultado de las elecciones fueron las mentiras interesadas.
Se tacha de antiamericanistas a quienes criticamos la política del presidente Bush. Nada tenemos contra el pueblo americano. Nada contra su cultura, aunque no todo en ella sea de recibo (la pena de muerte, la moral puritana, el capitalismo descarnado…). Como sucede con la nuestra. Criticar la política de Bush es poner en cuestión los motivos que le llevaron a la guerra, la desobediencia burda de la ONU, la falta de rigor en la afirmación de existencia de armas de destrucción masiva, el desprecio de lis inspectores, las bromas estúpidas sobre la búsqueda de las armas, la falta de atención a los avisos de atentados…
Bajarse del “autobush” significa integrarse en la ONU no sólo de iure sino de facto, significa abandonar una alianza a pesar de los beneficios que reporta estar al lado del más fuerte (si es que reporta algún beneficio que no haya que pagar mil veces), fortalecer los lazos con la unión europea, apartarse del espíritu imperial, escuchar atentamente la voz del pueblo… Si no nos hacen caso cuando decimos que hay que bajar del “autobush”, nos tiraremos en marcha. Es preferible perder la vida voluntariamente en ese salto a que nos lleven a la muerte contra la propia voluntad. La muerte de los ideales, de la dignidad y de la esperanza en un mundo más solidario y más habitable.