Si me diera por ponerme en plan político tendría que hablar de desaceleración o meter uno de esos «palabros» que se inventan los asesores (principalmente economistas) para maquillar o barnizar de corrección política las situaciones reales que parece que nos van a doler menos si nos las edulcoran. Como no tengo por qué disfrazar nada de lo que escribo, tengo que hablar de crisis. No hay más vueltas ante la situación del equipo. De los últimos seis encuentros (cuatro en la Liga Endesa y dos en Euroliga), sólo ha ganado el partido de Málaga frente al UCAM Murcia, perdió en Fuenlabrada (80-78), Málaga (frente al Real Madrid en Euroliga, 80-81), Manresa (86-68), Bilbao (en Euroliga, 85-70) y en Las Palmas (60-49).
Aunque las competiciones nacional y europea son lo suficientemente duras para respetar a todos los contrarios, viendo los partidos previos al más que complicado mes de febrero que se avecina (Copa del Rey y decisión del Top 16 de la Euroliga), se pueden entender las derrotas ante Madrid y Gescrap, aunque el sabor de ambas es más que diferente. La derrota como local tenía que ser una inyección de orgullo para el equipo, sobre todo por las dificultades encontradas y el rival que tenía enfrente. Pero lo de Bilbao queda marcado por 12 minutos de desconexión que tiran por la borda el trabajo.
No hay que perder de vista las lesiones de jugadores capitales dentro del plantel, pero da la impresión de que otros no han dado el paso al frente necesario para subsanar en la medida de lo posible las dificultades. Por supuesto que si hay algo que forme parte de la huella genética de la competición ACB es la dureza. Esa sensación que flota en el aire que, a menos que seas Real Madrid o Barcelona Regal, si no andas despierto, cualquier equipo puede ganar a los de arriba. Naturalmente que entendemos lógico el respeto para cualquier rival, pero viendo las derrotas ante Fuenlabrada, Manresa y Gran Canaria, éstas tienen que doler, mucho más viendo la forma en la que se produjeron.
Una muestra está en el partido del sábado. Cuando se anotan 29 puntos en los 30 últimos minutos de partido o cuando la valoración del segundo y tercer cuarto de los de Chus Mateo fue en conjunto de -2, el tema escuece. Mucho más cuando el total del partido fue de 41, menos de la mitad del promedio de toda la temporada hasta ese encuentro (89,4). Somos conscientes de la situación de crisis y naturalmente aquí no vamos a cambiar a los dirigentes como ha ocurrido en las últimas elecciones. Para empezar, no se puede.
Y además no creo que quien viniese tuviera esa varita mágica que parece que traen todos los políticos cuando llegan nuevos al cargo. Así pues, ya que los contrarios van a comportarse como esos malvados de la economía que se llaman mercados (y a los que no se les puede atacar porque no se les identifica nunca), sólo queda la opción de seguir trabajando para recuperar lo antes posible la forma y el tono necesario para competir en todos los compromisos. Y, sobre todo, realizar el imprescindible reconocimiento de la culpa en aquellos que han estado por debajo del nivel exigible para este equipo. Y es que siempre hemos tenido claro que, o se rinde al máximo de concentración y actividad, o este Unicaja se queda en soso, gris y ramplón.
Creo que para salir de la crisis que vive el equipo, la primera medida no está en culpar a los trabajadores, más que nada porque sería injusto olvidar que son los mismos que habían realizado más que bien su trabajo hasta final de diciembre. Además, ellos son los que tienen que volver a poner al equipo arriba. No conozco a ningún trabajador que no quiera ver prosperar a su empresa (aunque políticos y jefes piensen lo contrario).
Para abrir boca, el primer escollo se llama Montepaschi Siena. Dicho de otra forma: despedida de Europa o golpe de orgullo. No lo digo por la vuelta de Rakocevic (casi tan odiado como Prigioni en Málaga), sino por la exhibición que dieron en Madrid en la última jornada. Como además, el que esto mejore es beneficio para todos, la mejor oportunidad está ahí, para querer ver la redención de la plantilla cajista, o en su defecto, ver esa maravilla que se llama Bo McCalebb, en lugar de pensar en problemas para los bases. Una oportunidad para reivindicar una valía que hasta ahora sólo está en duda en la pareja Rowland-Valters.