El pasado lunes se cumplieron 26 años de la muerte de Gerardo Diego. Un poeta. Una generación. La del 27. Catedrático. Fundador de la revista “Carmen” y Premio Nacional de Literatura ex aequo con Rafael Alberti en 1925. Miembro de la Real Academia Española.
En las celebraciones y homenajes a Góngora durante 1927 publicó “Antología en honor de Góngora” pero sin duda la antología más famosa fue la que publicó en 1932, cuya importancia se basaba en presentar y dar a conocer la obra de todos los compañeros de su generación bajo el título de “Poesía española”, un verdadero manifiesto poético de aquella generación del 27.
Su obra poética cultiva dos vertientes, la vanguardista y la tradicional, que siempre crecieron a la par y que estimuló de forma paralela inclinándose más por la segunda. Esto responde tanto a su faceta de escritor que vive la vanguardia intensamente como al catedrático de Literatura que es, y que conoce en profundidad a los clásicos. En propias palabras poesía de creación y poesía de expresión. Y en ambas se encuentra cómodo.
La obra de Diego es muy extensa, casi cincuenta libros, y aunque existen altibajos y él mismo dice de ella que “es desigual, más desigual de calidad o de logro y hasta de intención o ambición que lo es la de otros poetas”, lo cierto es que su poesía, al pertenecer al grupo más restringido de poetas de su generación, es la única que realiza el trayecto completo partiendo del ultraísmo y el creacionismo.
En su rama vanguardista destaca por ser el representante del creacionismo, movimiento creado por Huidobro, donde cultiva una poesía con realidad autónoma, con mundo propio como en “Imagen”, “Manual de espuma” o “Limbo”. En “Imagen” menciona la propia definición del creacionismo como “crear un poema como la naturaleza crea un árbol”. En este tipo de poesía Diego une a la potencia de la continua imagen dos recursos más: la plasticidad del verso que tiende a caligrama y la musicalidad, como
Los verbos irregulares
brincan como alegres colegiales
otras veces sólo se ayuda del significante, como en “Angelus” donde expresa la longitud y el tedio de la vida separando con doble espacio las palabras
La vida es un único verso interminable
Uniéndose al significado de la oración dos significantes, uno fónico con la aliteración en el centro de “un único” y otro gráfico con la separación entre palabras.
De su rama tradicional los temas son el amor, el paisaje o los toros predominando las cancioncillas como métrica preferida, los romances y los sonetos, de entre los cuales destaca “El ciprés de Silos”. De esta línea poética destacan las obras “El romancero de la novia” –con influencia de Juan Ramón Jiménez-, “Soria” o “Viacrucis”.
Tomo aparte su obra la “Fábula de Equis y Zeda”, bello poema homenaje a Góngora, un calco desde la realidad del mundo moderno de la sintaxis y recursos expresivos del autor admirado.
Actualmente a Gerardo Diego se le recuerda sobre todo por las antologías mencionadas anteriormente pero fue un poeta de una versatilidad asombrosa. Su libertad poética y tipográfica prepararon el camino para que otros poetas que llegaron después hicieran un uso más interesante de la imaginación. Sus muestras poéticas también pueden considerarse ismos poéticos que estaban de moda en ese período y cuyas acrobacias mentales tras una prolongada lectura pueden llegar a cansar. Pero no hay que negarle a esta gran figura que ambas trayectorias generan una lectura meditada porque siempre buscó la expresión adecuada para cada emoción y porque también siempre buscó la libertad de expresión y creación llevando a la poesía a un alto concepto de comunicación entre el autor y el lector.
Si queréis profundizar y conocer su obra visitad la página web de su fundación
(Artículo original publicado en melibro.com)