Esta “Bruja de los Vientos”, a la que creo que hay que considerar más bien como una joven que no se aviene a compartir sus secretos nada más que con seres a ella fieles, está junto a las murallas del castillo que corona una colina en la ciudad de Bratislava. Su nombre propiamente dicho es Bosorka y con ella se ha querido honrar la memoria de todas las mujeres que fueron en su día quemadas en la hoguera al ser acusadas falsamente de brujería. La Edad Media y sus demonios. Es obra del escultor Tibor Bártfay.
Se le conoce también como “Bruja de Bratislava”, por más que en sus rasgos no se perciban los típicos de las brujas, sino todo lo contrario. Normal, si ponemos por delante la intención honorable que da lugar a su representación. Pero en la realidad de los viajeros, lo que ante todo cuenta no es la intención de los otros, los ajenos a uno mismo, sino más bien la percepción que en cada cual suscita o despierta la visión de lo que durante su periplo, su viaje, se nos va adhiriendo a la memoria. Y lo que la visión de esta “bruja de Bratislava” despierta en uno es, junto a la sorpresa, la simple curiosidad por saber quién es, qué representa, quién la hizo. Y uno la mira y la mira por acá y por allá, hasta ver si “nos dice algo” la estatua. O al menos ese fue mi caso en concreto. Pero volvamos ahora más a lo que íbamos : las “imágenes enfrentadas”.
¿Qué queremos decir en estos momentos con esas dos palabras, “imágenes enfrentadas”? La respuesta (creo) queda muy clara apenas reparemos en las dos figuras que en este caso ofrecemos a los lectores, la de la mujer, de frente a todos los vientos, y como dispuesta a abrazar el mundo ante ella, el mundo y sus paisajes, y la del que se recoge sobre sí y apenas si nos permite vislumbrar nada de su propio ser, salvo su figura cubierta y, tal vez, su mirada, sus ojos, que tenemos que imaginar. La doncella con sus brazos abiertos, y el misterioso monje con su inexistente breviario : esas son las dos figuras enfrentadas.) ¿O son quizá, – pues que podrían representar -, la Edad Media -, imágenes del acusador y de la acusada?)
La estatua de este monje se encuentra en la Ciudad Vieja de Tallín. No tiene, que yo sepa, un nombre en concreto. De hecho, en aquellos jardines elevados de la Ciudad Vieja, aparecen acá y allá figuras de monjes semejantes a esta que ahí pueden ver. Están en posturas diferentes, cada cual parece que pendiente de su propio hacer, o de los quehaceres del momento. Tal vez esté el monje que ahí como si leyera un breviario, que en sus manos no vemos. ¿O es tal vez que ofrece una paz al viajero, una paz que hemos de encontrar únicamente adentro de uno?
Sea lo que fuere, poner estas figuras juntas, en la memoria, y a lo largo de los viajes (interiores) que durante la vida hacemos, a veces es un acto de imaginación. Sólo eso, pero sobre todo, ni más ni menos que eso : un acto propio de imaginación. ¿Acaso lo que día a día imaginamos no es, al fin y al cabo, algo como la sal y la pimienta de lo que afuera de nosotros va ocurriendo y luego creemos que es lo que en realidad ocurre, lo que de verdad pasa? ¡Como si lo que sucede afuera de nosotros tuviera más peso que lo que adentro nos nace! Digamos de estas dos figuras que son una especie de “psicologema”, dicho sea recordando lo que C. G. JUNG escribió en un artículo de mediados del siglo XX sobre la psicología del pícaro.
Porque le demos las vueltas que le demos, la vida concebida como un viaje cuyo origen quizás podemos rastrear en nuestros antepasados, pero cuyo final ignoramos, la vida así pensada, tiene sin duda un mayor sentido del que usualmente se le da : porque en definitiva las cosas que no sabemos parece que suelen llamarnos con más fuerza que muchas de las que sabemos, o creemos saber. Y que la vida nos llame, ya sea desde los tiempos pasados, o ya sea desde el futuro que imaginemos, es cosa que estimo favorable y válida : porque de ese modo nos proporciona un nítido motivo para degustar cada instante.
Hoy, aquí, repasando decenas y decenas de fotografías de lugares y países diversos, he tenido la impresión de que, en ocasiones, las cosas que surgen y se nos imponen de pronto como traídas a manos llenas por un azar del que apenas si podemos decir esto o lo otro, esas cosas a cada uno sobrevenidas, en realidad nos enfrentan a nosotros mismos : en el tiempo, si repasamos lo vivido; y en los sueños, si dormidos asistimos a escenas donde estamos y no estamos : depende de los modos que las ensoñaciones tomen sobre uno. Actuando un poco al modo como hizo Jean-Jacques ROUSSEAU en su obra que tituló “Les Rêveries du promeneur solitaire”. Eso, aun cuando en mi caso no sea la soledad lo que nunca me acompañe, dicho sea como ensalmo que permita estar en todo tiempo con quien uno está en grata compañía.