Esta imagen nos viene de un viaje que nos llevó por varias ciudades del norte de nuestra mínima Europa. Mínima ; porque por su historia es mucho más grande de lo que podría uno creer si sólo se atendiera a lo que llamamos geografía física. Es algo que suele pasar con los pueblos y las naciones : que de pequeños y humildes orígenes alcanzan renombre y se aúpan a grandezas que se ponen pronto en letras de molde.
Pasó con Grecia, con la Macedonia de Alejandro Magno, con Roma y su Imperio, con “Castiella la gentil”, como se le nombra fugazmente en el Poema de Mío Cid. Los romanos que tenían como lengua propia el latín, llamaron al Mediterráneo “Mare Nostrum”; a un monarca español (Felipe II) se le atribuye aquello de “En mi Imperio nunca se pone el Sol”; y así en tantos y tantos casos como ojalá mantengamos en sano olvido, ya que por lo general la mayoría de las grandezas empiezan y acaban oprimiendo.
Este caballero sentado a la puerta de una taberna está en Riga, una pequeña nación, hoy libre de yugos ajenos, y siempre, según creímos percibir a medida que pasábamos en ella días a lo largo de nuestro viaje, siempre rica por su extraordinario sentido del humor. Sirva de muestra esa imagen con la que hemos iniciado este texto : el caballero, ese simpático esqueleto que hasta parece sonreír a nuestro paso.
Como ignoraba su nombre, -el de la canina, digo-, y no quise preguntar nada que pudiera parecer un despropósito a nadie del mesón donde tomamos un tentempié, lo llamé “Pietr el Letón”, recordando a G. Simenon. En estos momentos momentos ignoro qué me movió a establecer esa relación; tal vez, me dije, el haber visto a las puertas de un hotel de la ciudad una imagen de un famoso detective literario, Sherlock Holmes; este último de Arthur C. Doyle. Porque era curioso : en la misma ciudad pude ver además de este esqueleto a quien ya considero personaje literario como dije, otras referencias detectivescas, además de otras imágenes fantasmales.
Pero con sus caninas y fantasmas y todo, Riga se nos mostraba como una ciudad agradable y acogedora. Sus gentes son educadas y suelen tratar bien a los viajeros. Es la patria chica de Mikhail Tal, un insólito campeón de ajedrez, y personaje real que hoy, por fortuna, es además protagonista de una novela que en otro momento habremos de comentar en este mismo foro : la novela se titula “El Mago de Riga” y su autor es José María de Loma.
Volviendo a la capital letona tenemos que insistir en el tesón con que los riguenses constantemente tratan de auparse, con éxito notable las más de las veces, al nivel de otras notables ciudades europeas, ya sean o no capitales de sus respectivos países. Paseas por Riga y, cuando menos te lo esperas, te encuentras con una recuerdo vivo de algo que nos lleva, inexcusablemente, al mundo occidental más europeo.
Vuelvan a mirar esa estatua adosada al muro en la entrada de un lujoso hotel, a ver quién no ha leído alguna vez una novela policiaca, o de terror, o de intrigas y suspense, ya sean de A. Conan Doyle o de Herman Melville. O de sano humor, como por ejemplo la de Alfonso Vázquez que se titula “Crimen on the Rocks”. Que quien lee, ya viaja, y por lo general no es raro que quien viaje, también lea. Y se me excusen estos incisos que puedan parecer librescos, y no lo son; que yo los tengo por justas relaciones entre lo que se va viviendo al pasar por las ciudades que no conocíamos, y lo que un día se leyó. Justas relaciones, digo; o, si no justas, sí justificables.
Cruzar una y otra vez el río Daugova, o “río del destino”, que va serpenteante hasta llegar al golfo de Riga, donde desemboca, no es preciso. Basta con asomarse a él, una vez llegados a nuestra meta urbana, y hacer como solemos ante casi todos los ríos en las ciudades donde los encontramos : dedicar, mentalmente, un recuerdo (siempre acompañado de una cierta emoción) a los otros muchos ríos que vamos cruzando a lo largo del viaje de nuestras vidas. Y, desde luego, nada de preguntarse cuántos otros ríos nos esperan en el futuro para ser cruzados; pues, desde que nacemos, “Alea iacta est!” Y dejemos ya en sus rincones los recuerdos de tantas cosas, y alejemos de nosotros los fantasmas de tantos sucesos como hoy nos rodean con tantas infaustas noticias. Y nos baste la decidida voluntad de ir completando los días con firmes pasos y los tan precisos cuidados que siempre hemos de tener. Mucho en ello nos va. No lo dudemos. Y hasta pronto!
Dan ganas de ir a Riga tras leerte, Manolo, por esta mezcla tan sana de cosmopolitismo y humor. Muchas gracias por transmitirnos el paisaje y el paisanaje.
Es una muy hermosa ciudad, y en ella se percibe un sentido del humor que uno no se espera. Los riguenses son amables y atentos con los forasteros. Y hay un cierto aire que en otras ciudades rara vez se da. Me resultó una ciudad “muy literaria”, no sé exactamente describir ese sentir que me produjo, y lo de “muy” puede que sea algo exagerado, pero lo de “literaria”, ya te digo que no. Merece la pena visitarla, Alfonso. Y a ti las gracias, a ti más que nada : te las mereces por cuanto escribes y también por tu amistad.
Manuel gracias por compartirnos este artículo, de igual manera destaco el uso de la fotografía, resulta muy oportuna a la hora de darle fuerza a tu texto y como espectadores nos permite engancharnos más con la historia.