Una pintura, o un poema, tienen límites. Ambos. Poseen lindes; pero lindes que pueden no ser las mismas para todos los que las miren y observen, o incluso que pueden no ser percibidas, en alguna ocasión, como tales, como límites o lindes, Y si nos preguntáramos que cómo es eso, habría más de una posible respuesta. Incluso podría haber quienes negaran la existencia misma de trazas o líneas marcadoras. Y la razón de ello no es difícil de entender : hay modos de establecer fronteras que pueden inducir a la confusión; y aunque esto último ahora no es el asunto que hemos de tratar, no esté de más decir que esa posible confusión podría hacernos caer en un muy lamentable error : el error de privar de «alma» a lo que la tiene, aun cuando no se la podamos ver…
Ahora trataremos de esas demarcaciones que establecen los límites, las lindes de que hemos empezado a hablar. La imagen de arriba son unos puntos rojos que podemos ver en la Cueva del Tesoro (Rincón de la Victoria, Málaga) y que se sitúan en una Sala donde hay representada una cabeza de caballo, cuya dotación habría que remontar a los inicios de la historia misma de la Pintura en las Cuevas, esto es, a los siglos inmediatamente posteriores al período Auriñaciense, en el Paleolítico Superior, hace unos 40.000, ya con la aparición en la Prehistoria del Homo Sapiens. De esos puntos, nada sabemos salvo lo que nos dice al respecto una obra digna de conocerse : la de Genevieve von Petzinger : «The First Signs : Unlocking the Mysteries of the World’s Oldest Symbols». También tendremos que volver sobre este tema de nuevo, pero tampoco ahora es el momento.
Porque primero, tratemos de responder a esta pregunta : ¿qué es lo que establece límites en esas creaciones del ser humano? Diríamos que tanto para la poesía como para la pintura las lindes vienen marcadas, en cada momento histórico de su evolución, por «algo» de lo que podemos decir que, sin pertenecer en sí a los seres vivos, sin embargo posee un modo de «alma», en el sentido latino etimológico del término : las palabras latinas «anima» y «animus», ambas de una raíz u origen común, centran sus significado en lo que en nuestra lengua llamamos «soplo, aire, aliento». Y ese «algo» que se ha dicho un poco antes tómese ahora por un poema, por un cuadro, o simplemente por un símbolo. Un simple símbolo que, por escueto que sea, también «nos dice».
Sigamos. Las palabras «soplo, aire, aliento», nos llevan directamente a esos versos bíblicos del Génesis donde se nos describe la creación del mundo por Yahveh Dios : en el capítulo 1, «La Creación», va Dios dando ser a todo lo que existe con su propia palabra. «Hágase la luz, y la luz comenzó a existir», y así sucesivamente; sin embargo, en el capítulo 2, «El Paraíso. La formación de la mujer», esto es lo que leemos :
«Entonces formó Yahveh Dios al hombre (adam) del polvo del suelo (adamá), e, insuflando en sus narices aliento vital, quedó constituido el hombre como ser vivo». (Cito el Génesis, 2. 7 por la tercera edición de la BAC, Madrid, MCMLIII, que fuera de mi padre, que en Paz está.
Notemos la diferencia : las cosas como el día y la noche, el cielo y la tierra y las estrellas, y todo cuanto existe, a excepción de los seres humanos, el hombre y la mujer, los crea al nombrarlos. En cambio a los seres humanos, no sólo los nombra, sino que en su creación inicial interviene con su propio soplo o aliento. Ahí tenemos el sentido de «soplo, aire, aliento»; ahí tenemos lo que hemos ahora de entender por «alma» y por «ánimo». Pues bien : las cosas que llamamos poemas o pinturas, esas creaciones del artista, encuentran sus lindes en eso mismo que llamamos «aire, soplo, vida». Quiero decir que las creaciones artísticas (en general, aunque ahora nos centremos en pintura y poesía) son cosas vivas, tienen vida y vida pueden por lo tanto transmitir.
La imagen que ahí reproduzco está tomada de un cuadro del pintor italiano Francesco Furini, nacido en Florencia en 1603 y fallecido en la misma ciudad 43 años más tarde, tras viajar a Roma y Venecia, entre otros lugares. Se titula esta obra «Alegoría de la Unión de Pintura y Poesía».
La obra pictórica del artista del Barroco italiano abunda en temas donde parece que el autor se recrea en los tratamientos eróticos de lo que plasma en sus lienzos. Desde los 30 años de edad Francesco profesó el sacerdocio, pero nunca abandonaría ni su gran afición por la pintura, ni tampoco el tratamiento, – de fina sensibilidad según estudiosos -, erótico de sus cuadros. Se sabe que el padre del pintor fue su primer maestro y que luego pasó al taller de Roselli, que entre otras obras decoró en parte el Palazzo Pitti, situado junto a la ribera del río Arno, que cruza la ciudad de Florencia.
Ahora paso de nuevo a la cuestión de las lindes, los límites, y me pregunto : unos puntos geométricos dispuestos sobre una gran roca en el interior de una Cueva, ¿qué sentido tienen? Si los consideramos como marcas de algo, son y no son pinturas. Si los comparamos con la obra arriba representada del pintor del barroco italiano Francesco Furini, estaríamos trazando una línea de separación muy nítida entre lo que es pintura como obra de arte, y lo que no lo es. Aunque -¡hay que remarcarlo!- esto es algo que nos puede empezar a plantear dudas cuando consideramos que artistas de una extraordinaria maestría, como era Pablo Picasso, admiraba ya ese modo de arte de los pintores de la Prehistoria.
La cuestión entonces queda aún abierta : ¿dónde están los límites, cuáles son las lindes entre unas formas de arte pictórico y otras? ¿Es «inferior» artísticamente la conocida como «Escena del Pozo de Lascaux», que ya tratamos en un texto anterior y donde se veían formas inequívocas que bien podrían estar «narrando algo»? Aquí hoy dejo para otro día seguir con este mismo tema, el de las lindes. Pero hay que advertir algo importante y es aquello que cantara en su día Bob Dylan : «The answer, my friend, is blowin’ in the wind»… (La respuesta, amigo mío, sigue flotando en el viento).