Estamos en una zona del interior de la Cueva. No se detectan en ella restos de pinturas rupestres ni marcas, ralladuras, etc., que puedan tener un origen intencionado. Si algo hay que de pronto pueda a alguien, en su observación, sugerirle lo que fuere, eso es puramente casual. Lo que se ve y lo que de un minucioso examen puede detectarse, son formas creadas por la propia naturaleza a lo largo de la formación de la gruta, que como sabemos es de origen marino : Una de las pocas grandes Cuevas de origen marino que son visitables.
Lo que más grandioso puede sentirse en esta gruta, aparte del silencio casi puro que la habita, silencio que está remarcado por las gotas de agua que de cuando en cuando caen de las pocas estalactitas y chocan contra el suelo, es un fantástico pensamiento : el de saber que miles de años atrás, en los albores de la humanidad que hoy conocemos, nuestros ancestros más lejanos, ya fueran “sapiens” o puede que “pre-sapiens”, esto es, homínidos anteriores a los Neandertales, ya recorrieron estas grandes Salas o Domos, estos pasadizos, y también miraron estas formas. Tal pensamiento, -me digo para mis adentros y ahora aquí hago público -, nos lleva a algunos de los más rotundos párrafos de María Zambrano en su “La tumba de Antígona”, cosa que en otro texto (no muy alejado de este de hoy, espero) pienso desarrollar. Ahora es más mi idea recordar una palabras de Walt Whitman, que cito a continuación :
“Oh desenvolvimiento infinito de las palabras a través de las edades!
Mía es la palabra de los tiempos modernos : la palabra En Mase. (1)
Una palabra de fe que nunca ha de extinguirse. Que se realice aquí o en el porvenir, es siempre la misma para mí. Yo acepto el tiempo en absoluto,
Solo él es perfecto, el único que redondea y completa a Todo, esa mística y desconcertante maravilla que lo completa sola,
Acepto la realidad y no la discuto. La materia me absorbe desde el principio hasta el fin.”
(1) Sic : En Mase : multitud, Humanidad. Cito por la edición de Obras Escogidas que hizo la Editorial Aguilar en su Colección “Tolle, Lege”. Para dicha edición escribió un Prólogo el Profesor de la Universidad de Illinois John Van Horne. La Traducción es de Concha Zardoya.
Los versos citados pertenecen a su obra “Hojas de Hierba”. La traducción de Concha Zardoya es de 1945.
Volvamos a la Cueva, a esas formas, a lo que se ve en la fotografía que puedo hoy ofrecerles, y no perdamos de momento la idea germinal : las Cuevas naturales, esas grutas que puede que fueran a su vez primeros templos del hombre prehistórico y también primeras moradas compartidas, representan en su total identidad una especie de espacio donde el tiempo es muy diferente del que se percibe al aire libre en las sucesiones de días y noches, de estaciones y años. Es como un Tiempo Quieto, a la vez que el espacio se nos convierte en una especie de Lugar Mágico. Quietud, Magia, Silencio…, y el pensamiento generador de las palabras, el pensamiento que es el “padre primero” del Lenguaje.
En el interior de la gruta, ya estemos acompañados de otras personas o ya estemos a solas, las cosas cobran por sí mismas unas muy especiales dimensiones. Es como si lo que en ciertos órdenes de cosas se llama “Lo Sagrado”, aquí se nos volviera tangible, palpable. Sólo una cosa se hace precisa : que estemos callados, mirando las formas, tratando de sentir en nuestro interior el silencio mismo que ahí afuera, adonde suenan las gotas de agua que acabarán formando estalactitas y estalagmitas. Que nada digamos y nos dejemos llevar por el flujo de lo que, viendo esas silenciosas paredes y techos de la gran Cavidad, vaya recorriéndonos por nuestros adentros, como si fuéramos en esos momentos el cauce de un río.
Ahí, y actuando así, acabamos siendo ríos invisibles donde todo lo mágico va cobrando sustancia. Y así acabamos descubriendo que en realidad los seres humanos somos, como todo lo vivo, mágicos.