“En el Principio era la mano, y la mano hizo al Hombre…”
: Más o menos podríamos idear una especie de “Libro Sagrado” que se ocupe de mostrar a los seres inteligentes venideros esto : que hemos estado aquí, en este mundo, en esta tierra; y que desde aquí, hemos ido forjando todo un conjunto de esquemas de vida. Es decir, formas de vivirla que, en el fondo, nos perpetúen a nosotros, los que fuimos antes que ellos. Fuimos, o sea, existimos.
Tal “libro sagrado” tendría que contener cuantas cosas ha hecho el ser humano; todo lo que desde sus orígenes hasta el fin de sus tiempos (lo cual habrá de ocurrir), ha sido capaz de elaborar, creándolas y dándoles existencia, ya se trate de un cuenco de cerámica cocida al sol, o de una punta de flecha tallada en piedra; ya se trate de cabañas rodeadas de fuertes empalizadas en un claro de la selva, o sean edificios de ladrillos y sólidos soportes que eleven viviendas hacia las nubes.
Armas de acero, cuadros de incomparables estilos, vestidos donde se vean modos de arte, instrumentos musicales…etc. Todo cuanto haya sido creación del ser humano, todo, deberá estar en ese singular Libro Sagrado; incluida la totalidad de los libros que han ido viendo la luz del sol a lo largo de los tiempos. Estatuas, poemas, sinfonías, ciencias que expliquen nuestros organismos, que se adentren en nuestras mentes… Todo cuanto represente un acto humano que dé de sí una obra accesible a los otros sus semejantes.
Digo con esas anteriores palabras que podríamos idear una especie de “Biblia de los Humanos”. De los seres humanos, y no de otros posibles tipos de seres o entidades superiores, ya sean sus nombres Yahvé, Zeus, Isis, Krishna, Alá, la Gran Diosa, Gea… O de cualquiera otra manera y en cualquier otra lengua y otro tiempo posibles. Pero…,
Es obvio : nombrando dioses, damos una serie de saltos en el tiempo, en el espacio, y en las culturas que en ambos (espacio y tiempo) se han ido sucediendo. Dicho de otro modo : cuando iniciamos esa serie de nombres, es muy posible que cada lector, desde su propia cultura, podrá asimilar divinidades y creencias muy diferentes entre sí. Y por el contrario, eliminando esas series de nombres de entidades superiores y centrándonos en lo que somos, podremos con mejor andadura seguir dialogando sin caer en las discrepancias ideológicas.
Porque se trata de “Ideaciones”. Muy alejadas a veces unas de otras y, sin embargo, con algo común que yace en todas : hay, por un lado, el mundo de los seres humanos; y por otro lado está el mundo de sus creencias en Seres Superiores, a los que considerará divinidades, diosas o dioses. (¡Que ambos mundos no nos dividan a nosotros : bastante tienen con estarlo ya ellos!). Seres, pues, en los que creerá…
… O de los que descreerá. Y entonces sobre ellos formulará “tesis de orígenes negacionistas”, o sea, principios de un modo cualquiera de Ateísmo : tales “Seres Superiores” nunca han existido y sólo son el producto de la mente humana en su afán de hallar un modo de consuelo ante ese “temprano descubrimiento” que es la realidad de la muerte. Porque la mente humana puede con facilidad caer en eso que llaman “horror vacui”, horror al Vacío, aborrecimiento de la Nada. Y tal vez sea así como llega a soñar paraísos.
El mundo de las Ideaciones va de la mano con el mundo de las Realidades, porque lo ideal es complemento de lo que se nos presenta como sólido y concreto, del mismo modo que esa “mano ideal”, que pueden ver ustedes como imagen al inicio de este texto, y que está incrustada entre los adoquines de una calle en la hermosa ciudad de Àmsterdam, esa mano es y no es mano, es y no es adoquín, está (¡y no está) en la ciudad holandesa. Y ello, por esta razón : porque tal mano es más bien un símbolo, o podríamos concebirla como tal, como símbolo. Y ahora la cuestión es : ¿son también símbolos las pinturas en las paredes de la cuevas por donde anduvo el hombre en la Prehistoria?
Aquella mano que en otro anterior texto señalábamos como “solitaria” en una esquina arriba del cuadro de Picasso que se conoce con el nombre de “Las señoritas de Aviñón”, o aquellas otras numerosas manos que ilustran la portada de un libro de Ina Wunn, titulado “Las religiones en la Prehistoria”, o esta otra mano que aquí se ha representado como imagen preliminar del texto de ahora, (o esta otra con la que tecleo torpemente), ¿no tienen todas en común la cosa esa que podemos decir “son símbolos del ser humano”?
Y con esto acabo hoy : si somos capaces de ver en una representación de mano humana un símbolo, tal vez estemos ante un tipo de religión centrada en el mismo ser cuya mano se afana en representar manos, del modo que sea, y así estaremos también, de alguna manera, cerca, muy cerca, de aquella humanidad ancestral que dejó huellas en el tiempo y en el espacio, y huellas que se nos pueden hacer comprensibles. A ese tipo de comprensión aspiro, hoy por hoy.