Ecce homo in humero

19 Ago

Esta obra de Cayetano Romero tiene mil y un posibles comentarios, interpretaciones, «visiones» o «lecturas». Contiene en sí una enorme cantidad de elementos que podrían sorprender a un filósofo, a un artista de la materia, a un profesor de arte, a un antropólogo… Es una obra estética pletórica de tiempo; o si lo prefieren, es una obra temporal plena de sentido estético. Imaginativa. Con todo medido. Medido y meditado, y que invita a reflexión, a silencio  : un hombre caminando sobre el hueso húmero : Ecce homo in humero.

Advierto que no uso el «ecce homo» pesando en absoluto en las palabras de Poncio Pilatos presentando a la muchedumbre a un Jesús hecho ya un Cristo, como se lee en el Evangelio de San Juan. Más bien quiero ceñirme en lo posible a las polivalencias que una obra de arte puede presentar, y en el caso del Profesor de Arte y escultor de genio inconfundible (es así como me imagino a C. Romero), a las posibles génesis de cada pieza, de cada matiz, de cada obra.

Porque cada vez que contemplo un cuadro, cada vez que me pongo ante una obra de creación artística, trato de hacer en mi interior un silencio lo más intenso posible, e intento descubrir lo que el artista autor de la obra tal vez quiera decirnos, (o quién sabe si sólo decirse a sí mismo), y aunque mi tarea empieza siempre siendo ardua, a veces, incluso, dura de enfrentar, siempre suelo terminar con una especie de epifanía que trato de no exteriorizar.

Digo «epifanía» en su estricto sentido de «manifestación», y hay aquí que quitarle al término toda posible resonancia religiosa. Y también digo «epifanía» pensando en la obra de C. Romero : esas esculturas, esos elementos nacidos de un proceso que seguramente se inicia en la mente del creador, a veces tal vez en el sueño o la ensoñación que cada día solemos tener  – incluso sin ser del todo conscientes de que estamos en ello, en nuestro ensoñar callado y escurridizo – esos «objetos rotos» pero tan pletóricos de sentido, y no sólo sentido temporal (como arriba empezaba yo diciendo), sino sentido físico, palpable, que invitan al tacto y se quedan en el contacto de lo mental intuíble con lo material visible, esos objetos de arte, digo, son en sí una grandiosa epifanía en la que, ( y esto no lo dudo), su autor, necesariamente, se ha reencontrado con rincones de su propio ser íntimo. Rincones largamente callados.

Hay algo obvio que hoy, ahora en este texto, no quiero abordar : aguardaré un tiempo, volveré sobre esta obra tan intensa y lúcida que, -intuyo-, de un manotazo aleja de sí todo posible lamento humano en torno a la fugacidad de la vida y de las cosas de la vida, y nos pondremos cara a cara con esa obviedad. De momento, quedémonos con lo infielmente dicho : «ECCE HOMO IN HUMERO».

Volveremos sobre estas cosas : bien que nos vale la tarea. Mientras eso se realiza, piensen en un aspecto curioso y en absoluto carente de sentido : la elementalidad, la sencillez de los materiales con que al artista ha trabajado : el barro, la arcilla, papel sin más incluso. ¿Estamos ahí ante una deixis del escultor-pensador-poeta que nos señala algo? Creo que sí.

 

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