Los rincones del ser

23 Ene

Todos los seres vivos que conocemos en la actualidad y recorren sus espacios en la tierra que habitan, acaban buscándose lugares apropiados para sus actividades y, muy especialmente, algún ( o algunos, eso depende ) lugar específico, algún rincón en su espacio vital que puedan, de alguna manera, considerar como propio, como algo suyo.  Como si equivaliera a su casa.

Aquel título del clásico español que entre otras muchas obras nos dejó la que conocemos como «El villano en su rincón», vendría ahora a cuento de lo que hemos empezado a ir desgranando en este breve texto. Lope de Vega, el autor de esa obra dramática, es «aquel clásico español» a que acabamos de aludir en la mitad de este párrafo. Y el término «villano» -aclaro ahora para ser justo en el uso de los términos- venía a significar simplemente «habitante de una villa», esto es, no se usaba inicialmente en sentido ofensivo, como luego ha llegado a ocurrir. E incluso la expresión «el villano en su rincón», según el diccionario de la RAE, significa o suele tener el sentido de «hombre arisco y poco tratable». Pero este sentido de «hombre arisco», insisto en la idea, no está en la etimología propiamente dicha del término «villano». Lo mismo que en el término «ciudadano» está en principio sólo la idea de habitante de una ciudad, en villano estaba sólo la de habitante de una villa. Y digo «estaba», porque desde el siglo XVII hacia acá la palabra villano fue adquiriendo un valor peyorativo que no tenía en su inicio.

Pero ahora, en este texto de hoy, trataré de remontarme al inicio de la idea antes esbozada : el rincón, los rincones, como eventuales habitáculos del ser en general : que aunque nos vamos a centrar en el ser humano, creo que la mayoría de los seres vivos acaban por buscarse rincones propios. Para aclarar aún más esto diremos que está en la naturaleza de los seres un curioso «doble impulso» : por un lado, tiende a propagarse y extenderse cuanto puede. Los pueblos, así, dan origen a los imperios y otras formas de dominación; y las personas, a familias y corporaciones. Las especies vivas «salen de sus rincones» y se lanzan a poblar la tierra. Y por otro lado, esa misma naturaleza de los seres hace que tiendan a aislarse, a buscarse un refugio, una casa que puedan considerar suya, un espacio íntimo que acabará siendo «su rincón preferido». Tal doble impulso parece en un principio contradictorio, pero no lo es. Al menos no lo es más de lo que puedan serlo conceptos como haz y envés, o como norte y sur ; son más que contradictorios, complementarios.

La imagen que ven arriba ya la comenté en un texto anterior, a propósito de lo que llamaba «rayas chamánicas», aclarando que lo de «chamánico» era sólo una de las hipótesis que se barajan en torno al sentido de estas extrañas rayas hechas con algún objeto punzante y de gran dureza sobre la pared de roca caliza de una cueva. Se trata de grafismos que entre otros arqueólogos han estudiado, por ejemplo, Jean Clottes y David Lewis-Williams en un libro que  me atrevo a calificar como fascinante : «Los chamanes de la prehistoria», que apareció inicialmente en 1996 en Èditions du Seuil, y la última, hasta donde yo sé, es la de editorial Ariel, del 2010.

La cuestión entonces era tratar de saber qué podrían significar estas «rayas» en un rincón de una sala o domo de la Cueva del Tesoro. Ahora, damos un paso más en la búsqueda de su interpretación y me atrevo a señalar aspectos que considero de interés y que por lo tanto deben tenerse en cuenta por quienes algún día se enfrenten a este hecho y traten de darle un sentido, el que fuere. Atendamos al hecho de que están en un rincón marcadamente explícito como «rincón», en tanto lugar aislado, de dicha Sala, que hoy se llama «del Águila», en virtud del espeleotema en forma de ave rapaz a punto de lanzarse sobre su presa. Y destaquemos también el hecho de que estas «ralladuras» están junto a un agujero natural que se formó en la pared de roca.

¿Por qué esto último del agujero en la pared? Otros estudiosos de la Prehistoria nos lo han señalado : muchos hombres de tiempos muy antiguos, según esos estudiosos que ya citaremos en otros textos, creían que las paredes de las cuevas eran el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos, límite o linde que podrían cruzar a veces en estado de trance. ¿Son esas rayas un modo de «llamar» a los muertos desde el acá de los vivos? ¿O son más bien un modo de invitarlos a no pasar al lado de acá, de pedirles que permanecieran en su mundo sin perturbar el de los vivos? Porque podría tratarse de ambas cosas, y hoy por hoy no lo podemos dilucidar teniendo sólo los datos que por ahora tenemos.

Por ahora vamos a terminar este comentario de hoy a propósito de esas marcas en la pared de una cueva con unas citas de un muy válido y prestigioso filósofo francés : Gaston Bachelar, físico y epistemólogo, hombre de una extraordinaria sabiduría que acertó a crear un nuevo modo de ver el mundo de los humano y del arte. En su obra «La poética del espacio» leemos :

«Para los grandes soñadores de rincones, de ángulos, de agujeros, nada está vacío, la dialéctica de lo lleno y lo vacío sólo corresponde a dos irrealidades geométricas. La función de habitar comunica lo lleno y lo vacío. La función de habitar comunica lo lleno y lo vacío. Un ser vivo llena lo un refugio vacío. Y las imágenes habitan. Todos los rincones están encantados, si no habitados.» (pág. 175 de la obra citada).

Siguiendo la estela de los pensamientos de este singular filósofo y científico, Gaston Bachelar, seguiré indagando en torno a estas «figuras no figurativas» (valga la aparente contradicción) que son esas rayas en la pared de un rincón del domo que tienen más de 40 ó 50 mil años. Y no se vea error en nuestra apreciación del tiempo : el homo neanderthalensis habitó esta gruta.

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