¿Cuántas veces, a lo largo de su vida, pudo haber visto un cazador-recolector de hace algunas decenas de miles de años, esto es, un hombre de la prehistoria de hace unos 30 ó 40 mil años, a un ave de dimensiones regulares lanzarse sobre su presa desde un risco, desde una cornisa en la montaña, justo antes de iniciar el vuelo? Ahí, en esa imagen tienen ustedes ese fantástico espeleotema que se encuentra en la Cueva del Tesoro y da nombre a una de sus salas, hoy visitable : la Sala del Águila. La imagen que en la piedra labró en su día el mar es formidable. Desde este ángulo no puede observarse la notable simetría que presenta esa gran roca caliza casi blanca del todo y que allí, en la gruta, vista por un lado y por otro, nos hace reflexionar.
Pensemos un poco, antes de pasar adelante : cuando la veamos, pongamos nuestra reflexión, nuestra mente, en este hecho : antes que nosotros, hace muchos siglos, algunos de los hombres que comenzaban su larguísimo camino hacia el futuro, ya se tratara de Neanderthales, o ya se tratara de la siguiente generación de humanos, -los que son nuestros más directos pero lejanísismos ancestros-, también estuvieron donde ahora estamos nosotros, también vieron esa forma natural de piedra que parece un ave de presa petrificada a punto de echarse a volar, y también debieron sentir «algo» al ver esa formación tan singular de roca viva. «Algo», pero ¿qué? Y más : ¿cómo valoraban los prehistóricos ese fenómeno tan por seguir siendo estudiado que es el sueño?
Esa es una cuestión hoy por hoy imposible de resolver. Sé que algún día la ciencia habrá resuelto muchas de las cuestiones que actualmente sigue planteando todo cuanto concierne a lo que conocemos como «arte parietal», esto es, el arte realizado en tiempos de la Prehistoria sobre las paredes de las cuevas, fundamentalmente, pero también sobre otras superficies naturales abiertas al aire libre. Ahora, nos quedamos con las de las Cuevas, y como es nuestro caso, nos centramos en las que podemos observar con tiempo y cuidado en la que se conoce como «Cueva del Tesoro» por razones obvias que ahora no importan. Bien, seguimos, y por ahora dejamos de lado la cuestión del sueño y su indudable influjo en las actividades humanas, y vamos a lo de hoy.
Si a partir de la Sala del Águila hacemos un recorrido en dirección a la que se conoce como Sala del Volcán y vamos anotando mentalmente las cosas que vemos de manera detallada, nos encontraremos con otros espeleotemas semejantes al Águila en su origen, (esto es, labrados por el mar), algunos de gran tamaño, como la muy singular figura que llamamos Noctiluca y representa a una antiquísima deidad lunar que recibió culto en estas costas desde tiempos muy remotos, o como esa gran cabeza de toro que está en el mismo techo donde se halla el Águila, o como una formación de roca (siempre son calizas) que recuerda la forma de un conejo o liebre, y otra que simula ser una catarata de agua de color tan blanco que más parece catarata láctea que no de agua, o como «el fantasma»…etc.
Y junto a todos esos espeleotemas, otras marcas o pinturas o señales que son obra de la mano del hombre : acá, en un rincón de la Sala, unas rayas hechas con sílex muy posiblemente, y que llamo «chamánicas» por darles algún sentido de momento, allá unos dedos de mano de hombre impresos en la pared, en otro lugar unos puntos rojos de tamaño nada desdeñable que se agrupan en una gran roca no exenta y forman en algún sitio algo como los tres puntos de un triángulo, y más atrás otros dos que parecen querer simular lo que diríamos es un cometa visto en el cielo, además de otros varios tipo de señales o pinturas o marcas que no podemos asimilar a nada que conozcamos en el mundo real de la vigilia.
Para terminar hoy este texto, voy a resaltar algunas palabras de un estudio que consideramos de gran valor. Ya en otro texto muy anterior al de hoy me refería a ese libro. Se trata del titulado «Ombre et lumière dans l’art des grottes». Su autor, Marc Groenen, lo publicó en 1997 y su traducción se la debemos a Xavier Mangado, y se publicó en el año 2000 en la Editorial Ariel. En la traducción española sólo se ha modificado el título, del que se ha suprimido «…des grottes» y en su lugar se ha escrito «…paleolítico.» : «Sombra y luz en el arte paleolítico».
Estas son las palabras del sabio estudioso que ahora deseo resaltar : «Cada cueva es un mundo», leemos en la contraportada del libro; y eso quiere decir que lo que vemos representado en ese mundo no debemos mirarlo como miramos los cuadros que se pintarán mucho más tarde en nuestra Historia, y se conciben para estar expuestos en Museos o en casas particulares. NO : El ARTISTA PREHISTÓRICO PINTABA Y GRABABA O MARCABA EN EL INTERIOR DE LA GRUTA INTEGRANDO A ELLA, A LA GRUTA, TODO LO QUE ÉL COMO ELEMENTO AGENTE IBA CREANDO. Esta idea es clave.
Junto a esta idea, iremos desgranando otras que también nos van a ser guías en nuestra personal mirada actual a las actividades de hombre del pasado muy lejanos a nosotros, pero de los que sin duda venimos. Y voy concluyendo por hoy : las cosas que vamos sabiendo son como una luz en el camino, y cuanto nos preguntamos pero ignoramos, son como sombras. Y ese agente que nos asalta a veces con lucidez y otras muchas se hunde en el olvido, y que llamamos «los sueños», son unas veces intrusos que nos perturban, otras veces como amigos que nos dejan inesperados regalos, y siempre, siempre, (hoy por hoy), son aún luces y sombras de un todavía insondable misterio. Siempre.
La idea fundamental del libro de Marc Groenen es la de hacernos ver que el hombre que pintaba y eventualmente vivía en las grutas concebía sus pinturas y signos diversos, desde manos impresas en las paredes hasta grafemas como algo no ajeno a su entorno: la gruta misma. Una gruta es un todo, cada cueva era todo un mundo.