Atendamos a estas palabras :
«El primitivo pasará cerca de una roca o una piedra cualquiera sin prestarle atención. Pero por poco que alguna cosa de la misma detenga su mirada y dañe su imaginación, bien porque la forma sea extraña, su posición curiosa, o su dimensión anormal, al acto revestirá el carácter que los papúas del delta del Purari denominan «imunu», los indios de las llanuras de la América del Norte llaman «wakan» y en otras partes de modo análogo. Estos objetos, por estar cargados de fuerza mística, pueden ejercer sobre la suerte del indígena y de los suyos una influencia dichosa o nefasta. Probará, según sea el caso, de evitarla, conciliarse con esa fuerza e incluso captarla. Si llega a apropiársela, aumenta por ello su propio «mana» o «imunu».»
(Pág. 38 del estudio de Lucien Levy – Bruhl que se titula «Alma primitiva», obra de la que más adelante, pero otro día, daré más datos).
La imagen que ahí arriba pueden ustedes ver corresponde a una roca situada en un lugar muy, muy especial de la Cueva del Tesoro, por las razones que volveremos a reseñar en esta misma aportación nuestra al blog que se publica gracias a la generosidad de La Opinión de Málaga, y que se titula como ya saben ustedes «Palabras, bosques».
En dicha imagen ven ustedes la roca, y sobre ella también se distinguen claramente tres puntos rojos dispuestos de una forma un tanto especial : conforman lo que podemos llamar una especie de «triángulo de poder», noción que ahora no explico pues creo que en principio se comprende su sentido general y básico, pero que más adelante sí que tendré que explicar y razonar : hay en La Cueva del Tesoro (al igual que en otras muchas Cuevas de las que habitó el hombre prehistórico) una gran cantidad de elementos que en su conjunto con-forman una especie de «modelo del espacio cavernario» que tiene sin lugar a dudas no sólo sentido, sino sobre todo, una nítida y clara «intencionalidad». Tal cosa, la intencionalidad del conjunto de pinturas y espeleotemas de esta Sala, es algo que a poco que se medite empieza a resultar evidente.
La sala donde está esta gran roca, roca que no es exenta aun cuando sobresale bastante del techo, (y pared : forma parte de ambas partes de lo que es esa zona de la gruta), contiene elementos ya en sí muy característicos de los llamados «paleotemas». Veámoslo todo en sucintas palabras : Cerca de la roca que ahí ven, en un divertículo de regulares dimensiones, están las que en otro texto describí y llamé «rayas chamánicas»; sobre ella, a unos pasos tan sólo, y en el techo, puede verse una gran figura, toda en roca viva, que semeja una cabeza de toro, con su hocico, sus cuernos, su ancho y fornido cuello…; (también en otro texto analizamos en parte este extraordinario paleotema); a unos metros está una enorme forma de ave de presa, como un águila, en roca viva también. Es la que precisamente da nombre a la Sala de la Cueva, que por eso se conoce como «Sala del Águila».
Hay, finalmente, en esta Sala, justo en la pared que está frente al Águila y a la Roca con puntos rojos, otras pinturas rupestres que ya fueron objeto de atención en una obra que publicaron R. Maura, P. Cantalejo. A. Aranda y María del Mar Espejo. Me refiero a la obra titulada «Prehistoria en las Cuevas del Cantal», publicada a expensas del propio Ayuntamiento del Rincón de la Victoria en el 2007.
Lo que ahora más llama nuestra atención son esos puntos rojos. En la representación de este texto hemos aislado tres, sobre todo, de los tales puntos, pero hay más. Tienen aproximadamente el mismo tamaño y destaca que dos de ellos ( : no están en la imagen, pues serán objeto de análisis en otro texto, a ser posible continuación del de hoy) tienen una especie de cola del mismo color y material pictórico, con lo que nos recuerdan, más que a puntos, a lo que diríamos que son cometas vistos en el cielo. ¿Lo son, tratan de representar cometas pasando sobre el cielo? Eso, lectores, es algo que dejo para otro texto, y en él podrán ustedes mismos ver y juzgar lo que decimos. Si lo fueran, tendríamos junto a la Constelación de Tauro el paso de dos grandes cometas, todo ello representado en parte por la mano del hombre con sus pinturas rupestres, en parte con el indudable apoyo del espeleotema del Toro (y el del Águila).
La cuestión, francamente, me resulta fascinante. Hoy, ahora, aquí dejo todo este simple esbozo, pues hay mucha tela que cortar al respecto, y me comprometo a volver, (así que pasen unos diez o doce días), sobre el tema, continuando de una manera más detallada lo que acabo de iniciar. Bástenos decir para acabar este texto que hay un libro, ya citado en otra ocasión por nosotros, y cuya autora es Genevieve von Petzinger. Se titula la obra «The First Signs. Unlocking the mysteries of the world´s oldest symbols». Atria Paperback, N.Y. 2016. Tal obra de G. Von Petzinger nos será útil, junto con otras que en su momento citaremos, para centrar el análisis de los dibujos sobre roca de rayas y puntos, algo que en esta Sala del Águila ( para nosotros también Sala del Toro, y Sala de las Rayas Chamánicas) es una constante muy curiosa.
Las piedras, en el alba de la humanidad, estaban muy íntimamente ligadas al fuego : era con la percusión del pedernal contra el pedernal como se hacía saltar la chispa de la que luego brotaba el fuego. De ahí el título de hoy.
Un punto es tan infinito como pueda serlo el espacio vacío, pero el ser humano aborrece el vacío, según muchos filósofos y hombres de pensamiento han razonado. ¿Es por ello que aún más se animaban a llenar su mundo de imágenes desde el principio de los tiempos?
En un trabajo de 1992, el genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza, titulado «Genes, pueblos y lenguas», en un mapa donde traza con el rigor propio de la época, afirma lo siguiente : «Genes y piedras nos relatan una historia muy parecida».
Explica L. L. Cavalli-Sforza que su proyecto, cuando había él comenzado a trabajar en el Laboratorio de Sir Ronald A. Fisher en la Universidad de Cambridge, era (¡nada más y nada menos!) era reconstruir el origen de las poblaciones humanas y los caminos que dichas poblaciones habían tomado para extenderse por el ancho mundo.
Sobre este asunto trataremos en futuros textos, nosotros más atentos a las piedras que a los genes.
Comentaré en un próximo artículo algo sobre los trabajos del genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza, en especial uno de 1992 que se titula, como señalo en otro sitio, «Genes, pueblos y lenguas».
Ahí afirma el sabio profesor que «Genes y piedras nos han enseñado mucho sobre la evolución del ser humano».