¿Qué es en realidad «lo raro»? ¿A qué tipo de cosa podemos llamar «rara» con entera propiedad? Cuando digo que «con entera propiedad» es obvio que quiero referirme a algo que pueda ser reconocido como «raro» por un número suficiente de personas, o bien a algo que por sus características se salga de lo que en nuestra experiencias vitales aceptamos como «normal, usual», es decir, como cosa no extraña, no rara.
A este respecto la expresión «rara avis», que es ya proverbial, viene ahora a darnos una razón sobre este hecho : a lo largo de la historia, y en el seno de la mayoría de las culturas, (acaso en todas las culturas, me atrevo a generalizar), propias del ser humano, la noción de «lo raro» es algo que existe, esto es, en las experiencias vividas por los seres humanos a lo largo de su historia siempre se han dado fenómenos, sucesos, hechos o circunstancias que ha podido ser consideradas «raras», ya por su excepcionalidad, o bien por su infrecuencia.
Lo que ahí arriba pueden ustedes ver es un techo de cueva de naturaleza kárstica. Se trata, como los lectores habituales ya podrán imaginar, de la Cueva del Tesoro, que es la que suelo traer aquí a colación y sobre la que hago diferentes tipos de comentarios. Unas veces serán las apariciones de extrañas luces, otras las de pinturas de excepcional antigüedad y que muestran sin lugar a dudas estar realizadas por el ser humano, y otras, como la que hoy atendemos en este texto, «cosas» donde se han unido tanto la labor de la naturaleza como la propia mano del hombre para dejarnos, como al azar de un inesperado o impensable «encuentro», algún tipo de configuración que llama la atención del que visita la gruta y contempla sus formas.
Esta vez es una formación caliza en el techo de un rincón de la Cueva donde están como reunidas en un formación muy curiosa configuraciones de las piedras calizas, cuando esa gruta era aún marina en su completitud, (quiero decir que estaba aún sometida a los cambios marinos mucho más de lo que hoy lo está), y tales configuraciones así reunidas como en una especie de «común concordia conformante».
Y hasta tal punto resultaban extrañas o diferentes a la totalidad de su entorno natural, que el ser humano que en su día las vio quizá por primera vez, las quiso «marcar» de alguna manera (no lesiva) como señal de su re-conocimiento de la acción de la Naturaleza. Y las marcó para ello con unos muy leves puntos rojos, que hoy podemos ver. Usó el almagre como color señalador, y lo entremezcló con pequeños puntos negros que parecen estar hechos de manera artificial, aun cuando esto último, como otras tantas cosas que hay en esta gruta, es algo que deberá en su momento.
No se conformó con eso : el entorno de esas protuberancias rocosas, de piedra caliza y aspecto en algún caso marmóreo, como la que está en el centro y parece -se diría- un huevo que está naciendo del techo madre de la gruta, también realizó pinturas consistentes en puntos rojizos, entremezclados con algunas líneas negras, y dio al conjunto entero de ese rincón del techo de la cueva una especial configuración que, comparada con el resto, llama la atención : es «lo raro» que ahí podemos señalar. ¿Qué quiso significar con tales señalamientos, con esas leves pinturas nada lesivas?
Ese es uno de los grandes misterios de lo que las cuevas con señales de nuestros lejanos antepasados humanos nos reta a desvelar. O si no nos reta a desentrañar, al menos sí que nos invita a contemplar. Pero para ver estas cosas, primero es preciso algo clave : tenemos que «aprender a verlas», tenemos que «saber mirar». Algo esto, lo de saber mirar o aprender a ver, que atañe a la totalidad del arte, yo diría que desde el principio mismo de los tiempos en que el hombre tuvo la interior urgencia espiritual de dar razón de su paso por esta vida haciendo algún tipo de cosa que llamamos hoy «Arte».
Termino ya : me comprometo, lector, a completar con otros textos tanto el de hoy, con las consideraciones que nos van a sugerir el entorno «poco común» de estas rocosidades en «común concordia conformante», como el de las luces que un día se nos mostraron en el interior de la Cueva y que una persona llegó a ver sin intermediación de la fotografía, sino que llegó a ver cómo «algo luminoso» se le acercaba desde el fondo de la gruta, y como el de las extrañas «rayas chamánicas» que también comenté tiempo atrás en otro texto. Hasta pronto, pues.
La llamada «Sala de los Lagos», donde se encuentra esta curiosa formación de calizas que tiene la considerable antigüedad de la propia Cueva del Tesoro, pues es de formación marina, apenas si fue usada por el hombre prehistórico, a tenor de las muy pocas señales que dejó en sus techos y paredes. Estas rocas que ahí ven, y que tienen puntuaciones de color rojizo y algunas líneas negras en su entorno ( que no se ven en esta imagen de ahí arriba), están en un rincón de la Sala o domo, en el techo, y para llegar a verlas hay que adentrase unos pasos en un recoveco de la Cueva.
Amigo Manuel , nos pasará el tiempo y nuestra cueva no dejará de sorprendernos, nuestra imaginación es inimaginable, fíjate yo veo en esa cosa rara un dragón de esos que pasean
los chinos en sus fiestas, un cráneo, una boca, un ojo, y una gran perla, tal vez una orientación con algunos detalles unas libretas de apuntes, los que los visitan, descubrirían rarezas , en su estudio al mejor imaginativo, un premio con la foto de su descubrimiento, los niños en muchas situaciones
nos superan.