La imagen que ahí arriba ven ustedes es una gran roca, en el interior de la Cueva del Tesoro, donde se pueden apreciar manchas o marcas hechas de manera intencionada la mayoría de ellas ( : no otras, que parecen ser naturales, aunque ello sea dudoso ) y que tienen ese color inconfundible de muchas de las pinturas rupestres que acá y allá se pueden ver en esta notable gruta. Los colores ocre y almagre, sobre todo este último, son los que predominan en las pinturas de esta gruta, junto con el negro. Esta cueva conserva restos (aún) de tiempos muy primitivos, cuando aún los neandertales eran casi unos recién llegados a esta tierra. Sé por qué lo digo, pero esto será tema central en otra ocasión : ahora, vayamos a lo que se anuncia en el título, y que es ahora nuestra hipótesis.
Hay como dos cuestiones que hoy por hoy no es conveniente separar de manera absoluta, esto es, verlas como si se tratara de dos libros diferentes, cuando en realidad esas dos cuestiones más bien hay que contemplarlas como dos capítulos de un mismo libro. Están tan relacionadas la una con la otra, que del modo como nos las planteemos, así nos condicionaremos cara a la visión que seamos capaces de asumir respecto a este tema : el origen del hombre, en términos amplios y generales, pero centrados en lo que podemos con toda certeza llamar «seres humanos». Y ya delimitado con claridad qué entendemos por «hombre» ( quiénes son – y hasta dónde lo son – «sapiens» y quiénes están aún en proceso de serlo), dónde situamos una línea lo más nítida posible entre lo que debe entenderse por «humanidad plena» y lo que aún no lo es.
Y a esto se le debe añadir algo clave : tratar de evitar por todos los medios que, en lugar de ver y entender lo que realmente hay, entendamos y «veamos» lo que nosotros creamos y establezcamos que hay. En cierto modo se trata de no confundir el territorio con el mapa.
¿Qué debemos entender por «hombre primitivo»? : Ésa es la cuestión ahora clave para nosotros, la que trataremos de dilucidar en pocas palabras y a riesgo de simplificar en exceso, pero evitando siempre la confusión y desde luego el error. ¿Hasta qué punto el hombre que lleva a cabo el arte parietal del tipo del que se conoce de Altamira, de Lascaux, de Chauvet, es «primitivo», mientras que un conductor de motocicletas que no tenga nociones claras de su mundo interior es «moderno»? ¿Tiene o no tiene valor la consciencia de lo que llamamos «mundo interior»? ¿Carecer de lo que se llama con bastante acierto «mundo interior» no nos convierte en cuasi brutos?
Por lo pronto habría que evitar la posible confusión entre «hombre primitivo» y «hombre prehistórico». No son dos designaciones de un único y mismo concepto. Y eso se aclara con facilidad, como podrá comprobar el lector. Y ello, aunque en los diccionarios de la propia Real Academia de la Lengua no se especifique (a mi juicio) suficientemente la diferencia. Insisto en lo de «a mi juicio», porque hay mucha tela que cortar en algunas de las definiciones que leemos en los más sesudos diccionarios de nuestra Lengua.
Un artista de la Prehistoria, un buen conocedor de las plantas y sus propiedades, capaz de orientarse en el espacio y el tiempo, o de tender trampas a animales mucho más poderosos que él, de generar y controlar el fuego luego de haberlo sabido producir por su propio «saber hacer», y sobre todo, capaz de realizar las pinturas que hoy admiramos en cuevas y abrigos, es un hombre prehistórico sin duda : la ha tocado vivir y habérselas con el mundo antes de que existiese la escritura como hoy se la estudia y conoce, y por lo tanto antes de que se pueda hablar de «Historia» en el sentido en que lo hace el hombre moderno. Pero ello no implica que sea un hombre «primitivo», término que tiene, además del valor de «muy antiguo» ( y ahí, entonces, sí podemos casi igualar las dos palabras), otros valores significativos que no son elogiosos, incluso que son peyorativos. Y esto no es aplicable, en un sentido general, al hombre prehistórico.
Dicho con otras palabras : tanto entre los prehistóricos como entre los hombres de hoy, los actuales, se habrán dado y se seguirán dando «actitudes de primitivismo» en el sentido menos elogioso del término. Y al mismo tiempo, tanto en el hombre actual como en el hombre de los más lejanos tiempos, los ancestros nuestros de la Prehistoria, se dan y seguirán dando actitudes que revelen «finura espiritual», algo tan lejos del «primitivismo a los basto», que nos lleva a pensar : ¿acaso los pintores de Lascaux o la Cueva de Altamira, o la de la Pileta, no estarían en mejores condiciones «mentales» para entenderse con Henri Michaux o con Joan Miró? ¿Acaso Picasso no manifestó públicamente su admiración por las pinturas de los hombres de hace más de 20.000 años, aquellos hombres prehistóricos muchos de los cuales «sólo» eran Neandertales?
Como ocasión tendré en días sucesivos, iré dando cuenta de las diversas marcas y pinturas que en esta Cueva aún están por estudiar.
Las que primero se dieron a conocer son las que, hace ahora unos 100 años, (¡todo un siglo!) descubriera el abate H. Breuil, y que se publicaron en la revista francesa » L´Anthropologie » por el propio sabio fundador de estos estudios .
Otras muchas están por ser estudiadas y contextualizadas, debido sobre todo a que suelen pasar muy desapercibidas al carecer de formas nítidas y reconocibles, como pueden ustedes ver en la imagen de este texto. ¿Sería ello porque el lejano artista prehistórico antes de pintar algo probaba la líquida textura vegetal que hubiera preparado para usarla como pintura? Es un posibilidad, entre otras.
El estudio que publicó en un libro G. von Petzinger, libro aún no traducido del inglés, arroja mucha luz sobre asuntos y temas que hasta hace poco ni siquiera se habían tendí en cuenta. En próximos textos sobre el tema, y con datos que en su día pude obtener de la misma Cueva del Tesoro, espero poder añadir algo (no mucho : aún me queda bastante por aprender; pero tengo tiempo) a las cosas que en ese libro ( «The First…» : Los Primeros Signos…) de G. von Petzinger se pone de manifiesto.