La mano es tiempo. La mano es signo. La mano es la más rotunda manera del saludo o de la ofensa. Junto con la palabra, acaricia o hiere, salva o mata. Junto con la palabra, la mano es siempre señal del ser humano. Sí : palabra y mano son el modo como el hombre se identifica ante el mundo, ante los otros seres. Y son los instrumentos con los que introduce el hombre, en dicho mundo, los cambios que les son más precisos para su vida : lo dominan al mundo, se convierte en su dueño.
En sus etimologías, las palabras «mano» y «hombre» tienen una curiosa coincidencia, pues proceden de una raíz indoeuropea (man-) que se escinde en dos : «man-1», que da «hombre, y «man-2», que da «mano». Obviamente están luego las otras etimologías de los otros modos de decir «mano» en otras lenguas indoeuropeas, como «hand», pero de momento estas cosas del lenguaje las dejamos a un lado en este escrito de hoy, que ocasión habrá de tratarlas.
Recuerdo ahora una obra del ilustre lingüista francés Joseph Vendryes, que se publicó en 1921 ( : «Le langage. Introduction linguistique à l’historie» ). Ahí, en las palabras iniciales de su estudio, J. Vendryes hablaba de la importancia de la palabra para la con-formación del ser humano y, con ella, con la palabra, también la de la mano. El cerebro, que es motor de la palabra, y la mano, que es el motor de los gestos : he ahí la clave que se ha visto desde el inicio de la Historia como razón de ser, como explicación directa, de la naturaleza especial del ser humano.
Me pregunto si esto que estoy ahora diciendo es algo que ya nuestros muy lejanos antepasados descubrieron, o intuyeron, hace milenios, y tan alto fue el estatus que se le dio desde entonces a la mano, que empezó a «firmar» con ella su presencia primera en el mundo : ahí están las manos «impuestas» en las paredes de las cavernas desde hace siglos.
Porque cuando se percata uno de que ya en los primeros filósofos griegos se dice que la mano es una especie de «cerebro externo» del ser humano (Anaxágoras, siglo V a. de C.), empezamos a entrever lo que pudo surgir en el pensamiento de los antepasados cuando vieron cuántas cosas podían hacer con sus manos, cómo, con el pensamiento y «el instrumento mano», el hombre podía imponerse sobre el resto de los animales y tratar de dominar su entorno, adaptándolo a él. La mano y el pensamiento liberan al ser humano de la «esclavitud del medio», que el resto de los animales tienen que soportar : porque los seres humanos iban poder fabricar su entorno, «manipular» el mundo donde vivían. Aunque luego la ciencia haya descubierto que también las abejas hacen algo similar, salvadas las distancias, y tienen su propio «lenguaje», como explicó en su día Karl Von Frisch, que por cierto obtuvo el Nobel de Medicina, el significado de lo humano en la evolución y transformación del planeta no tiene, hoy por hoy, parangón posible. Mas volvamos a lo que representan y simbolizan las manos.
Esa, la mano que ven ahí arriba ilustrando este texto, está en una gruta que se descubrió en 1985 en la ribera francesa cercana a Marsella, en la Grotte Cosquer. La famosa gruta hoy submarina lleva el nombre del buzo que la descubrió, Henri Cosquer : el primer hombre actual que vio las más de 200 pinturas que hay en sus paredes y techos. Entre esas pinturas estaba, está la mano que arriba hemos puesto casi como «título visual» del escrito de hoy.
¿Y esa mano que aparece en el cuadro de Picasso que se considera como la obra que inicia o que es «fundadora» del movimiento cubista? Me refiero a «Las señoritas de Aviñón», de 1907, cuyo título en realidad era «Las señoritas de la calle Avinyó», por una calle de Barcelona donde no faltaban los lupanares, pero luego, por semejanza de sonidos, el nombre catalán de la calle de Barcelona se convierte en el nombre francés Avignon (Aviñón), que fuera residencia de los Papas durante dos tercios o más del siglo XIV. Fíjense qué curioso : la mano «prehistórica» que arriba ilustra este escrito, ¿no tiene rasgos comunes con la mano que digo del cuadro de Picasso? Miren una y otra
En dicho cuadro, por encima de la cabeza de una de las cinco mujeres que están representadas, se ve una mano. Está como suelta, libre de toda otra parte del cuerpo humano. Es una mano «anónima», sin dueño, sin más soporte que su propio «estar ahí » : ni más ni menos a como están las manos de los lejanos pintores del arte parietal rupestre de la prehistoria, artistas a los que Picasso admiraba profundamente. ¿Es esa mano del cuadro un homenaje callado del pintor del siglo XX a sus admirados pintores de los siglos donde se documenta el primer arte del ser humano? No tengo respuesta para esta pregunta, pero tanto la mano, como esa especie de máscara que llevan algunas de las mujeres, en concreto dos de las cinco, son aún elementos «misteriosos» del arte que dan de sí como cierto halo especial a las obras : se nos entran en el alma no ya por los ojos de ver, sino por los de pensar y sentir. Son como «puentes» esos puntos de misterio de algunas obras de arte, sobre todo las pinturas. Puentes hacia el misterio
Mano y lenguaje hacen sin duda al hombre. Desde antes que pintara en las paredes de las cavernas, en las rocas, o en las piedras menudas con las que construía un sistema de signos, tal como hicieron los druidas, ya las manos servían también para hablar. Y para hablar siguen sirviendo. Pero aún hay muchos más : en la historia y a lo largo de los siglos, el ser humano ha destacado, de manera consciente o no, la importancia de la mano. Pensemos en las obras del Greco, y en el tratamiento que en ellas da a las manos : muestra ahí el genial pintor que nos vino de Grecia una especie de lección magistral de lenguaje con las manos. Es como si el Greco conociera, intuyera o en sus sueños hubiera tenido un atisbo de lo que en Oriente, entre hindúes y budistas, son los mudras. Pero de las manos del Greco, y de los «mudras», y de otras cosas más, como los símbolos Ogham de los druidas galos que llegó a conocer Julio César, de eso y otras muchas cosas más hablaremos ya en otro momento.
Escrito éste donde de manera muy apresurada he ido dejando caer ideas que me iban viniendo y sólo me preocupaba de escribir con frases coherentes.
Sé que en venideros textos debo ordenar y desarrollar esas ideas antes dichas, y otras aún no expresadas, y ponerlas en orden y con sus debidas conexiones.
Gracias.
Encuentro un libro póstumo de un estudioso de antropología y prehistoria, que trata sobre las ideas que parecen mostrar los signos y pinturas de Lascaux y Chauvet. Es obra póstuma de Alain Testart, y de sus ideas, no publicadas en vida, me ocuparé en los próximos días.
El título de dicho libro, “Art et religión de Chauvet à Lascaux” es ya interesante : propone una visión de lo que se ha ido fraguando en la mentalidad mágica y artística del hombre prehistórico desde hace unos 37.000 años (en Chauvet) hasta hace unos 18.000 años (Lascaux).
Ya los comentaremos.
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