Escribo la palabra «Picaresca» con inicial mayúscula porque me refiero ahora a ese género que se inicia en nuestra literatura con la inolvidable historia del primer pícaro de nuestro Siglo de Oro, -que cada gran nación tiene su propio siglo de oro, como sabemos-, y que no es otro que Lázaro de Tormes, «El Lazarillo», que en algunas cosas es novela que podemos mirar como contrapunto del Quijote : es obra muy breve, realista hasta donde puede serlo una novela, su personaje central y prácticamente único, el pícaro Lázaro, está en las antípodas de los caballeros andantes…, etc.
Por no extendernos en más detalles, que no son al cabo el motivo de este texto. Y no podemos dejarnos atrás una obra excepcional del género citado : «Vida y hechos del pícaro Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana» (Amberes, 1681. Jerónimo Verdussen). Pero vamos a lo de ahora.
La razón de este texto de hoy es un sueño : esa esbelta torre que podemos ver en la ciudad de Brujas me impresionó grandemente. La fotografié varias veces y desde distintos ángulos, y esa misma noche, recién llegados que estábamos a la ciudad, recordé una frase que se me había venido a la memoria al mirar una y ora vez la torre : «…atalaya de la vida humana». ¿De dónde me venían esas palabras a la memoria? No de mi habitual modo de hablar, (eso lo sabía), pero entonces, de dónde. No logré recordarlo, y me dormí tratando de ordenar mis recuerdos.
Creo que de ahí provino el sueño, que luego resumiré hasta donde me sea posible, pues contar un sueño es una tarea a veces muy ardua : hay aspectos del soñar que son intraducibles a palabra. Es muy a posteriori cuando logré recordar el título de la obra de Mateo Alemán, «el Guzmán de Alfarache», novela a la que Francisco Ayala, en un escrito suyo muy interesante y que se publicó hacia los años 60 del pasado siglo XX, considera como consolidación definitiva del género picaresco. Género por cierto no ausente del propio Quijote, lo que trataré, (espero), en otro momento.
Bélgica es un país europeo que tiene un excepcional valor para la historia y el arte, y muy especialmente para nuestra literatura. Cierto que el recuerdo del paso de los españoles por esos países de Europa está plagado de sombras y luces : Como la imagen de la torre-campanario, el Belfort de Brujas, con función similar a las torres que señorean Gante o Amberes : avisar a la población, en los tiempos medievales, de incendios o de las aproximaciones inesperadas de grupos sospechosos de bandidaje. Sin dejarnos atrás que las ciudades europeas que tenían esas torres-campanarios solían ser señoríos de la nobleza, o gozar de cierta independencia y autogestión.
Luces y sombras que son al cabo comidilla de la historia de la humanidad, pero que nos habitan y a veces incluso nos asedian, de donde ( ¡tal vez, quién sabe!) los sueños extraños que, de vez en vez, acampan, por así decirlo, en nuestro dormir. ¿Cómo separar las ediciones de Amberes en el siglo XVII de grandes títulos del Siglo de Oro, o de las obras que guardan sus iglesias y museos de maestros como Miguel Ángel? No podemos.
Me veía caminar entre gentes que parecían, por sus atuendos, representar escenas típicas de la vida en la Edad Media ya en el siglo trece o catorce. Yo estaba al mismo tiempo que caminando por entre esas gentes que mercadeaban en la plaza donde había muchos puestos de cosas varias, estaba yo, decía, en lo alto de la torre, que era desde donde me veía. Y hasta que caí en la cuenta, en el sueño, de que ese bilocación era imposible, no me desperté sobresaltado a la vez que admirado.
Así que una vez despierto, con el recuerdo tan vivo aún del sueño, procedí a anotarlo en el móvil, indicando la hora de la noche, el día y la ciudad donde estaba. Intenté en vano tratar de ver o recordar qué clase de ropa llevaba yo en el sueño, pues había visto mi figura desde la torre caminando entre gente que vestía a la usanza del final del medievo. No pude : sólo sabía que era yo porque veía, desde mi «otro yo onírico» en lo alto de la torre, mi cabeza moverse entre la abigarrada multitud que trajinaba por la plaza. ¿Vestía yo a lo pícaro, o mi atuendo era cosa actual?
Sé que en mi sueño vi pícaros y clérigos, vendedores de hortalizas y frutas, y señoras acompañadas de otras mujeres jóvenes que les llevaban cestas y les seguían muy de cerca. Y sé también que recuerdo que justo al despertar de mi sueño y disponerme a anotarlo, olvidé una gran cantidad de cosas del mismo sueño : un fenómeno en absoluto extraño, como sabrán bien quienes gusten de analizar y anotar sus propios sueños. Me pregunto hasta qué punto los sueños, y lo que leemos y escribimos, – que puede que sean en cierto modo «modalidades del soñar»-, condicionan aspectos del funcionamiento de nuestro cerebro y nuestra psique, y son, a su manera, también «atalayas de la vida humana». Ni más ni menos a como lo es esa torre de Brujas.
El género picaresco “oficialmente” nace en la mitad del siglo XVI con “El Lazarillo”, pero oficiosamente tiene precedentes : en parte, en La Celestina, en parte en La Lozana Andaluza…
Hay pícaros sueltos en obras anteriores al siglo XV y en otras literaturas, pero no llegan a conformar un género como haría en su momento Mateo Alemán con su “Guzmán de Alfarache”.
La vida de vigilia y La onírica están tan entrelazadas que a veces parecen formar una madeja donde sus hilos no se pueden separar, pues se romperían.
La propia literatura da cuenta y razón de esto que digo, pues son muchas las obras literarias que han nacido de auténticos sueños, como se sabe.
Es cosa que trataremos en otra ocasión cuando nos ocupemos de obras tan felizmente lúcidas como pueden ser los relatos de Manuel Scorza, o Juan Rulfo, o nuestro paisano y gran escritor y periodista Alfonso Vázquez.
Por poner un ejemplo : «El Doctor Jekyll y Mister Hyde» está prefigurado en un sueño de su autor.
En psiquiatría se suele separar lo que se conoce como «trastorno disociativo de la identidad» y lo que llamamos «bipolaridad» : realmente son dos fenómenos diferentes, pero ahora lo que más nos importa de todo esto es el hecho de que la complejidad de la mente humana es tal que a poco que nos vayamos adentrando en sus honduras vemos que hay mucho aún por esclarecer. ¿Acaso no se dan fenómenos que desembocan en otros, y es sólo pasado un tiempo, cuando nos damos cuenta de que estamos en un ámbito psicológico distinto del que inicialmente tuvimos como referente?
Cualquiera persona que intente analizarse y tenga ciertos medios a su alcance para ello, puede ver que, algunas veces, llega uno a encrucijadas que impiden seguir adelante como no sea obviando sendas que hay que dejar de lado. Y cuando esto ocurre, ¿no podría darse el fenómeno de la creatividad, sea en pintura, en literatura, en música…?
Claro que hay algo obvio : el conocimiento de nuestra mente y del propio órgano que llamamos cerebro, aún tiene que avanzar mucho y resolver cuestiones de hondo calado.
Preciosa foto la de esta torre de sueños, Manuel. La verdad es que caminar por Amberes ya es soñar y evocar lecturas, cuadros, fotografías. También la escritura se nutre de las creaciones que nos deja la noche y la duermevela, en muchas ocasiones, nos la clave de encrucijadas narrativas sin resolver. El Ulises de Joyce comienza en la torre martello, un baluarte defensivo y de vigilancia como su altiva pariente flamenca. No será casualidad. Un abrazo fuerte
Gracias a ti, Alfonso. Por tus palabras, las que escribes y regalas a todos en tus relatos y las que viven en las Crónicas de la prensa diario y un día serán también (imagino que alguien lo hará) libro impreso.
Y por estas otras palabras, maestro de lectores y de escritores. Un abrazo!
Como alguna vez he manifestado, está en mi intención escribir una serie de textos sobre tu obra en general, sobre todo los relatos o novelas cortas, que en no pocas cosas tienen paralelismos con obras clásicas, de Valle-Inclán, de J. Rulfo, y de otros. No son paralelismos de estilo ni de temática, pues tú tienes una personalidad literaria muy propia y acentuada. Más bien es por el modo de crítica de unos estamentos sociales y unos usos que pones en solfa de manera ágil y muy particular. El humor atenúa la crítica, y a la vez la potencia. Sin el humor que sabes manejar, la crítica que subyace en esas ironías tan bien medidas podría parecer dura. No lo es : tu sentido del humanismo te lleva, al cabo, a tratar de comprender a tus semejantes. Y los comprendes aun sin compartir por ello sus debilidades y carencias.
En fin, Alfonso, que en su momento habré sabido plasmar mis pensamientos sobre tu obra en algunos textos. Por ahora, te releo, y tomo notas, y trato de hallar los términos que expliquen tu literatura en conexión con tu notable querencia por la música.
¡Hasta creo que uno de tus personajes se llama como un compositor español, conque ya ves!