Esas marcas rojas que ahí ven, están hechas con los dedos, y aunque no tengan en sí (para nosotros) un sentido claro, – por no decir «ningún sentido» -, son pinturas rupestres, y eso ya sí que les da un sentido : son dedos de unos muy lejanos antepasados de los hombres actuales los que trazaron esas marcas en una pared de cueva, y poseen, pues, una gran cantidad de tiempo. Esto es : entre esas marcas rojas, como entre las que delimitan el contorno de una cabeza de caballo, también en rojo, o las que trazan sobre una pared la figura de una cabra, entre todas esas pinturas rupestres y nosotros, hay un muy extenso segmento de tiempo recorrido. Ahora bien : ¿cuáles son «sus tiempos»?
En algunos casos, pueden ser más de 30.000 años; en otros, puede que más : todo depende de quién o quiénes fueron los que trazaron con sus dedos y con pintura pigmentada en rojo las dichas marcas y figuras. En las pinturas rupestres hay, pues, algo que llamamos «tiempo». Pero como algunas pinturas pueden tener «tan sólo» unos 14.000 años, y otras en cambio más de 30.000, e incluso sobrepasar los 60 ó 70 mil años, dichas pinturas tienen distintos tiempos. Así, por ejemplo, en la Cueva de la Victoria hay pinturas que algunos han datado en una antigüedad de 7.000 u 8.000 años, junto a otras que no son del Neolítico, sino claramente del paleolítico : desde un criterio estrictamente temporal, las neolíticas serían casi contemporáneas nuestras, y nosotros y ellas, las pinturas neolíticas, seríamos casi contemporáneos entre sí, siendo las del Paleolítico las no contemporáneas : por ser muy, muy antiguas en el tiempo.
Pero es claro que los criterios estrictamente temporales no son los que se usan. La ciencia que estudia estos restos o vestigios de aquella «primera humanidad» semejante a la nuestra se rige por otros criterios, lo cual es lógico además de conveniente : un criterio sólo temporal no arrojaría mucha luz sobre la evolución de las culturas humanas. Ahora no entraremos en estos criterios, ni nos vamos siquiera a detener en nombrarlos : nos basta con tener presente que debemos tener muy en cuenta la existencia de una cosa que llamamos «Tiempo», y otra (u otras, depende) que deberíamos llamar «los tiempos».
Y ahora, demos un salto y salgamos de estas grutas a que nos referimos, que tenemos como al alcance de la mano (: la Cueva del al Victoria, la Cueva del Tesoro), un salto en el espacio y en el tiempo, y pongamos nuestra mente en aquel amanecer, aquella aurora de la Literatura Universal que conocemos con el nombre de «Poema de Gilgamesh».
En la versión que nos da del texto Stephen Mitchell en el 2004, y que se tradujo al español en el 2008 en Alianza Editorial por Javier Alonso López, se nos dice que la Epopeya de Gilgamesh es mil años más antigua que la obra de Homero o que la Biblia, y que su héroe es un rey histórico que gobernó en la ciudad mesopotámica de Uruk hace unos 2750 años antes de la era que llamamos «de Cristo». El poema escrito más antiguo del mundo tiene por lo tanto unos casi 5.000 años, pues a esos 2750 (a. de C.) debemos sumar los 2017 posteriores a la era cristiana. Y ahora nos entramos en la pregunta que con frase ya manida diríamos «del millón» : ¿cuántos tiempos hay que echarle a los saberes que se describen en ese primer texto escrito literario? ¡Ah, eso es otro cantar!
Pensemos : en unas pinturas que son sin lugar a dudas rupestres y tienen fechas temporales que podemos cifrar en un mínimo de unos quince mil a veinte mil años, encontramos unos trazos muy similares a otras pinturas, esas que llamábamos «negras», y que son de un artista contemporáneo nuestro; y cuando Picasso contempló por vez primera unas pinturas de la zona arqueológica del norte de España, asombrado, exclamó algo así como «¡No hemos avanzado nada!», refiriéndose al extraordinario genio de los pintores paleolíticos de Altamira y Lascaux; y cuando en el poema del rey de Uruk, que vivió y reinó hace casi 5.000 años, ¡se describen rituales para incubar sueños y acceder a conocimientos a través de ellos! ¿Desde cuando conocía la humanidad tales rituales? ¿Es razonable pensar que el ritual de la incubación de sueños, hecho con la finalidad de recibir luz sobre aspectos claves en el hacer futuro de uno, era algo recién descubierto en el tiempo en que se escribe y redacta el Poema de Gilgamesh? En absoluto lo es : tenemos que pensar que tales prácticas nos remiten, necesariamente, a tiempos mucho más remotos. Nos remite a una humanidad que ya conocía el ritual de la incubación de los sueños muchos siglos antes de esos 5.000 años que hemos calculado para el Poema del rey de Uruk. ¿Cuántos siglos atrás? Esto, es ya harina de otro costal, y lo abordaremos en otro texto.
El conocimiento de las prácticas rituales para la incubación de sueños se puede decir que es universal. Era conocido en la Grecia clásica, donde había templos dedicados a la incubación de sueños, con sus sacerdotes o «técnicos oníricos»; y en el antiguo Egipto, en Caldea, en Persia, en Siberia, entre los primitivos australianos, entre los indios de las praderas de los Estados Unidos de América, en el México precolombino, en el Amazonas… La cuestión es ahora otra : ¿desde cuándo conocía el ser humano tales prácticas? Y una vez conocidas, ¿cuando las acomete según tal o cual ritual, y por qué?
En textos posteriores abordaremos esta cuestión, y es entonces cuando tendremos que razonar, pues a diferencia de otros saberes, que exigen la manipulación de materiales y pueden por lo tanto dejar «huellas» o rastros, la incubación de sueños no deja más rastro que el relato que se haga de su práctica, con lo que si una tribu del Amazonas lo practica pero no habla de ello en sus tradiciones orales, nos quedamos a ciegas al respecto.
Los nativos australianos tienen una muy rica tradición a este respecto. Y la tenían ya «antes» de que llegaran a ese subcontinente el hombre europeo. ¿No es eso ya por sí mismo una prueba de la universalidad de tal saber?
Que razonemos adecuadamente la gran (posible) antigüedad del conocimiento y, junto con ello, del uso de dicho conocimiento para utilizar de manera deliberada el «poder del soñar» incubando los sueños y aprovechando así potenciales conocimientos concretos para la vida de vigilia, no significa que eso haya tenido que ocurrir. Pero sí que significa que no podemos descartar su posibilidad, y, dada esta, que tenga algo que ver que algunas (o muchas) pinturas rupestres estén como en lugares ocultos a la gran mayoría del clan o grupo. ¿Hay implícita en esto una cierta inclinación hacia las prácticas chamánicas?
Las cuevas y sus pinturas continúan estando llenas de preguntas sin responder, y esas incógnitas no son obstáculos para la investigación, sino todo lo contrario.
Hay algo en lo que no podemos no estar de acuerdo : que las cosas de la naturaleza son más antiguas que las palabras que las nombran.
Eso significa que los sueños, al ser fenómenos naturales, son más antiguos que las palabras que los nombran. En todos los idiomas.
Yves Coppens, paleontólogo nacido en 1934, asigna al hombre un tiempo de un millón de años y en su «Noticias de la prehistoria» dice que el ser humano ya dominaba el fuego hace unos 300.000 años.
La cifra es razonable, sobre todo si queremos entender cabalmente el desarrollo de las sociedades y su progresiva «humanización», en la dirección que históricamente conocemos : la competencia y la busca del dominio del entorno.