No es difícil a la vista de esa gran roca que se halla en la zona del la Cueva del Tesoro que estamos analizando en algunos de sus pormenores, como fueron las llamadas «rayas chamánicas», o la reciente «roca mágica» (sobre la que tendremos que seguir hablando : ahora, para no cansar en exceso al lector con un mismo tema, pasamos al águila), no es difícil, decía, imaginar que esa roca como más blanca que el resto de las calizas de la zona, es un ave de presa a punto de lanzarse en picado sobre su objetivo, sobre su presa. Por ese motivo se le llamó desde un principio «Águila», y da nombre a la Sala o domo que se puede visitar en la dicha Cueva.
La cuestión ahora es : ¿qué veían en esas forma pétrea los que pintaron en las paredes de esta sala, y en general en el interior de la gruta en otros lugares? El hombre prehistórico que vivió y habitó en tiempos esta gruta, ¿qué imaginaba ante esta gran piedra? ¿Veía o imaginaba, como podemos hacer nosotros, un ave de presa? Es muy posible que así fuera, y ello nos da una pista del por qué en esta zona de la Cueva, que está a medio camino entre la llamada «galería Breuil», ya que en vida de mi tío-abuelo Enrique Laza Herrera, (a la sazón propietario de la gruta), visitó la Cueva el «padre de la arqueología moderna» y descubrió las pinturas rupestres que posteriormente publicaría en una afamada revista científica francesa.
Realizó el abate Henri Breuil su visita el 9 de marzo de 1918, y publicó sus descubrimiento de las pinturas en el tomo XXXI de «L’Anthropologie». Esas pinturas hoy día no están expuestas a la visita del público en general, al hallarse la galería donde las descubrió el investigador francés en una zona de muy dificultoso acceso, pero pueden verlas quienes visten la Cueva en reproducciones bastante fieles de las dichas pinturas, y han sido estudiadas en un libro que pueden adquirir allí mismo, al tiempo que se hacen con la entrada al singular santuario prehistórico.
Me estoy refiriendo a la publicación titulada «Prehistoria en las Cuevas del Cantal», editado en 2007 por el Ayto. de Rincón de la Victoria. Es obra de notable interés, y uno de sus autores, Rafael Maura, me ha acompañado más de una vez a la Cueva con vistas a tratar de subsanar los deterioros que un mal uso de la iluminación cálida (que da lugar al llamado «mal verde», ya en gran parte erradicado) pudiera causar en las pinturas rupestres. En concreto una de sus últimas vistas la hizo conmigo a raíz de la inspección que a petición mía realizó el SEPRONA para evaluar la necesidad de erradicar el llamado «mal verde», causado por la instalación de luz cálida que, unida a la humedad propia de estas cuevas, da lugar a que proliferen unas algas (o quizá sean hongos) que llaman «mal verde» y que, literalmente, devoran y dañan las paredes de esta cueva, ya que se alimentan de la propia piedra caliza, con lo que el riesgo de perder pinturas rupestres de gran valor es muy alto.
Pero volvamos a esa figura de piedra caliza, blanca y tan curiosa en su forma, como si hubiera sido esculpida por manos inteligentes, cuando en realidad no hay tal : es el mar, el mar en épocas geológicas que la Ciencia conoce como Plioceno, el mar es el escultor real de esas formas y otras muchas que conforman lo que en su día llamara un antiguo alumno de mi padre y luego presidente de la Real Academia de San Telmo, Alfonso Canales, «museo vivo de esculturas abstractas», refiriéndose a la Cueva. En paz estén el antiguo alumno y el profesor : sin duda ahora carecen de dudas.
Hay pues que separar dos cosas básicas aquí : lo que hizo directamente la propia naturaleza (el mar, básicamente) durante millones de años, y lo que hace miles de años llevó a cabo el ser humano, ya fuera «homo neanderthalensis», o ya «sapiens», en el interior de la gruta. Si a ello añadimos lo que en la Historia se sabe que ha hecho el hombre «moderno», ya fueran árabes, – de quienes se hallaron restos en forma de cerámicas, candiles, e incluso monedas datados en el siglo XII -, o ya fueran investigadores y espeleólogos de tiempos posteriores, la historia de esta Cueva adquiere un sentido global que nos obliga a insistir en su mantenimiento adecuado y correcto.
Pero, volviendo a la roca que parece un ave de presa, ¿qué o cómo la vio el hombre prehistórico? ¿La pensó como nosotros la podemos pensar hoy? La pregunta nos lleva a otras indagaciones que ahora no vamos a exponer, pero que sí que daremos a conocer, merced a los estudios publicados sobre todo entre la segunda mitad del siglo XX y los años que ya han pasado del presente siglo XXI. De eso tendremos que hablar en otro momento, y con detenimiento : es un hecho cultural de muy vieja raigambre que desde tiempos que datan de la época de los sumerios, el Águila, el León, el Toro y la Luna son símbolos míticos. ¿Hunden estos símbolos sus raíces en tiempos anteriores a los del inicio de la Historia con Sumer, Uruk, toda la Mesopotamia, o son ellos, los acadios y sumerios, entre otros pueblos de hace más de 5.000 años, los que crearon e idearon dichos símbolos? Creo tener razones para poner en duda que algunos de estos símbolos no existieran ya antes que la propia Sumeria, como veremos. Con datos, y con razones.
Esos datos en relación con los símbolos de que hablo están en parte en la propia gruta, como veremos, y en la bibliografía que me es dado manejar.
En cuanto a las razones que tendremos ocasión de añadir a los datos, el propio lector juzgará por sí mismo.
Los estudios de Henry de Lumley ha publicado algunas cosas de gran interés. Por él sabemos, por ejemplo, que el «proyecto de ser humano moderno» que ya era capaz de trabajar y fabricar instrumentos de piedras y de madera, no logra domar el fuego hasta hace unos 400.000 años. Antes de esa fecha, sin el dominio del fuego, la humanidad existente necesariamente era «otra» y vivía de muy otra manera.
Ni podía ahuyentar a las fieras más poderosas que ocuparan cavernas, ni lograr modos de fabricación de cerámicas cocidas al fuego. ¿Y la alimentación? El salto que supone el dominio del fuego es enorme. Para algunos aún puede que resulte inimaginable. Pero ¡es un fantástico salto del ser humano!
Disculpen el anacoluto inicial del anterior comentario: algunas veces la propia emoción de lo que estoy pensando y trasladando a palabra en los textos a través de un móvil, me juegan esa pasada.
Gracias.
Como creo que la idea que he querido expresar queda clara, dejo el «salto gramatical» que en mi redacción he cometido.
En el título, cuando añado lo de «las visiones del pasado», luego de escribir «Águila y Roca», estoy indicando lo que se desarrolla más tarde : que hay símbolos que son mucho más antiguos de lo que se pensaba, y esto obviamente nos sitúa ante un problema : si esos símbolos los vemos plenamente realizados en un lugar (y un tiempo) como el de la cultura sumeria, ¿de qué modo han llegado allí, estando muchos siglos antes ya en el sur de Europa? La respuesta no es difícil : el ser humano llevó consigo esos símbolos (y otras muchas cosas) durante toda su andadura por el mundo, desde el noreste de África y hacia El Valle del Tigris y del Eúfrates, y también hacia el sur de Europa entrando por Iberia ( : Hispania, España, Andalucia ) hacia el resto de Europa.
Esto modificaría muchas ideas que hasta ahora están consideradas como bien asentadas. Y más : ¿no conecta todo esto con lo que se razona en el «Gárgoris y Habidis» que escribiera hace ya más de medio siglo Manuel Laza Palacio, mi padre que en paz esté?
Símbolos de gran importancia en la cultura universal de los pueblos antiguos : el toro, el águila, el león, el sol y la luna. Si a ellos añadimos al propio ser humano, que cuando cobra noción de sí mismo (cosa que se documenta en las propias pinturas rupestres) pasa de pintar toros o bisontes o leones, a pintar-se a sí mismo : ya sea en danzas, o en formas de rituales cuyos contenidos no conocemos. En los propios evangelios del cristianismo tenemos recogidos esos símbolos, en buena parte : un Hombre (aunque con alas, como si fuera un ángel), un Toro ( o buey ), un Águila y un León. En cuanto a la Roca, ¿acaso no se dice «Tú eres Piedra…» etc.?
Algunos de estos símbolos tienen una antiquísima tradición, que posiblemente nos lleve desde luego hasta el Neolítico, y en algunos casos, incluso hasta el Paleolítico.