El mar, la mar : esa vivencia

15 Mar

I .- Esta imagen es la de una muy amplia plaza, – aquí nevada -, en San Petersburgo y que está frente al  Museo del Hermitage, situado justo enfrente de ese edificio que ven ahí, que se conoce como Edificio del Estado Mayor. Pueden verlo coronado por una escultura donde se ve un carro tirado por seis caballos. Mírenlo : se diría que sobre nieve está flotando.

La vivencia de un Museo tiene un «especial aire», pues en él notamos de una manera diferente de lo que podría ahora llamar «pensar-sentir el tiempo». Es igual que se visite uno en Rusia, o en Italia, o en España, Francia o Inglaterra : en todos los museos siente uno un modo de «temporalidad manejada» que nos afecta en mayor o menor medida. Esto, sin embargo, es algo que no se suele comentar cuando se está en el museo, quiero decir que de ello no se habla durante la visita, posiblemente porque es algo que sólo se nos manifiesta en la conciencia después de la visita, ya fuera del museo. Incluso puede que más tarde.

Es posible que la vista de los cuadros y objetos que hay en los museos tenga algo que ver con ello : por un lado, nos distraen de otras sensaciones que no sean la de contemplar una obra de arte, y por otro lado, ellos mismos, los cuadros y objetos artísticos diversos del pasado del ser humano, contribuyen a crear ese sentimiento de «temporalidad por otras manos movida», y no por nuestras personales circunstancias del momento : porque los seres humanos, posiblemente otros muchos seres vivos, sentimos el tiempo de acuerdo con pautas que nos la marcan las circunstancias personales por las que estemos pasando. Sentimos (y lo pensamos, también) el tiempo como algo cuya posible definición con frecuencia escapa de nuestro siempre limitado lenguaje. Como algo, entonces, inasible, imposible de aprehender, pero constantemente presente, como insertado en nuestras células y aferrado a nuestra piel… ¿Acaso no «vemos tiempo», en nuestra propia imagen, cuando nos miramos a un espejo, pasada ya la mitad de nuestra vida?

II .- Pero hoy no vamos a entrar en ningún museo ni tampoco hablaremos de la fastuosa ciudad de San Petersburgo, sino que nos centraremos en otro tipo de vivencia, ya en el propio título sugerida : la vivencia del mar. Aunque en la famosa ciudad rusa no se suele vivencia el mar como se hace en la mayoría de las ciudades mediterráneas, el río Neva, sobre todo, incluso cuando está nevado, ejerce un modo de compensación que nos salva de la «nostalgia marina» que afecta sobre todo a quienes nacieron y vivieron muy cerca del mar, o en estrecho contacto con él. Se puede llegar a echar de menos el mar de una manera que yo me atrevería a calificar como «física». Quiero decir con esto que no se trata únicamente de un «echar de menos nostálgico», sino que se nos traduce en sensaciones que llegan a afectarnos físicamente.

Ahora me van a perdonar que hable de mí a propósito de lo que acabamos de escribir sobre la «eventual carencia» de sentir cerca el mar : lo haré ( : hablar de mí ) porque esta cosa que llamo «carencia» y a la que califico como sensación «física» que nos llega a tocar,  -físicamente, insisto-, en nuestro propio ser, es algo que vivencié directamente cuando tuve que irme a estudiar a la Universidad de Granada.

Me encontraba en una ciudad donde desde el principio me sentía bien, integrado en el ambiente estudiantil, y sin problemas con mi entorno ni mis compañeros. Los libros siempre me gustaron, y aunque en casa de mis padres siempre había bastantes libros, allí, en Granada, no sólo no faltaban, sino que abundaban las Bibliotecas y el acceso a ellas era considerablemente fácil para los estudiantes. Así que no echaba de menos nada…, hasta que llegaron las primeras vacaciones, las de Navidad.

Volvía a Málaga bajando por la antigua «carretera de los montes», que así se llamaba, y antes de llegar a ver de lejos el mar, pasando el autobús entre los pinares, por primera vez en mi vida, «olí el mar». No es que antes, de niño y luego de muy joven, viviendo en Málaga, no lo oliera. No es eso, lógicamente. Es que por primera vez me di perfectamente cuenta de que había estado muy alejado del mar durante (para mí) mucho tiempo, y cuando de pronto me llegó su especial olor, ese «olor a mar» que no tiene parangón, entonces y sólo entonces supe, con plena consciencia, qué era vivir cerca del mar. Qué era para mi persona, claro es.

Luego, a lo largo de la vida, con algunas otras personas he comprobado que, si son de ciudades marineras, si han vivido cerca del mar desde que nacieron, ocurre algo similar. Creo que son bastantes las personas que, siendo nativas de ciudades costeras, sienten en sí mismas la ausencia de lo que es la mar, el mar : esa especial sensación que no sé qué tiene, pero que sí que sé que «algo» hay ahí… : Algo que, cuando falta, se nota. ¿Será porque «sabemos» (en nuestro ser interno) que la vida vino del mar, y a la mar «que es el morir», ha de volver?

 

 

 

5 respuestas a «El mar, la mar : esa vivencia»

  1. Cuando he dicho «fastuosa ciudad» al referirme a San Petersburgo, no creo haber exagerado. Se trata de una gran ciudad donde el que acude de ciudades europeas se siente como en casa. La gente suele ser bastante amable, y las calles y plazas están limpias. Es verdad que a veces, contagiado uno por lo que haya podido leerse en autores de novelas rusas del siglo XIX, como «Crimen y Castigo», (de Fiodor Dostoievski), algo que no es «nuestro» se nota. Pero lo que se llama «el alma rusa», flota allí como si el resto del mundo estuviera «a las afueras» de los gigantes de San Petersburgo.

  2. Querido Manolo, mi mujer, onubense, mantiene un ritual inmutable cada vez que nos aproximamos a la ría de Huelva:abrir la ventanilla del coche para aspirar ese Atlántico, tierra adentro. Precioso artículo. Muy evocador. Un abrazo

  3. Gracias, Alfonso. Es curioso que esa sensación de «ausencia/presencia» del mar esté tan extendida pero sólo se suela comentar en contextos de intimidad.

  4. Me comenta un amigo que ahora vive en La Costa de la Axarquía, y que es de Almería, que cada vez que tomaba el autobús para volver a estas costas del sur, y venía desde el interior, al notar ese «aire especial del olor marino», sentía una extraña y muy grata alegría en todo su interior.
    Gracias, Jorge, por tu mail. Si mañana o cuando puedas me das tu permiso, puedo decir tu nombre y apellidos completos. De momento, basta con el nombre.

  5. Y sí : no es lo mismo oler el aire del mar «pequeño» que es nuestro Mediterráneo, que percibir esa magestuosa sensación marina que nos da el Atlántico. Cuando salimos hacia el estrecho y nos vamos acercando a Tarifa, ya sentimos el aire especial que ese océano antaño tan lleno de misterios tiene. Seguimos los seres vivos siendo un misterio por desentrañar. ¿O mejor seguir bien «entrañados»? Tal vez, tal vez…

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