Cabeza de équido («Sala del Águila». Cueva del Tesoro)
Hay un libro del profesor Emilio Lledó, que se titula se titula «Imágenes y Palabras», y que desde la fecha en que se publicó (1998. En la editorial Taurus), no ha dejado de sembrar, acá y allá, según los lectores, un considerable número de reflexiones. Hasta tal punto se trata de un libro sabio escrito por un hombre sabio que comenzar a leerlo es, inevitablemente, dar un paso más en ese largo camino de necesarios aprendizajes que la vida, lo queramos ver o no, nos va poniendo por delante : la vida como escuela insoslayable. Veamos algunas de las ideas con que nos encontramos en esa elegante prosa que maneja el autor, y juzgue cada cual por sí mismo.
Algo debo aclarar antes de seguir : de todo el libro de E. Lledó, (un volumen que pasa de las 600 páginas), ya desde las primeras palabras que leemos nos sentimos como obligados a pararnos, y a releer lo ya leído para volver a pensar lo que ahí se nos ha dicho.
Y luego, sólo luego, seguir leyendo pero, ¡ojo! : ya seguimos leyendo con un muy especial detenimiento en lo que se nos va dejando caer en palabras que parecen pensadas para atrapar algo que yace en nuestro interior y que nosotros mismos vamos a empezar a descubrir precisamente porque se nos ponen ante los ojos en frases, en imágenes, en metáforas, o en dichos directos que sentimos como nuestros. Quiero decir que nos parecen ser cosas que sabíamos casi desde que aprendimos a hablar, pero no sabíamos que las sabíamos :
«El sentir que sentimos ha sido, tal vez, el primer paso con el que el ser humano ha comenzado a tomar consciencia de sí mismo y de su lugar en el mundo. Los sentidos que abren nuestro cuerpo han sido, paradójicamente,el principio de la reflexión. Un comienzo modesto, si se tiene en cuenta el desarrollo alcanzado por el lenguaje abstracto, por todos los lenguajes en los que hemos narrado nuestro «estar» en el mundo.»
Vuelva ahora el lector a la imagen inicialmente puesta en este texto : esa cabeza de caballo (o équido) que es una pintura rupestre que se localiza en la Cueva del Tesoro y que sin lugar a dudas tiene una antigüedad que debe ser equiparada a las pinturas de las cavernas más lejanas en el tiempo que podamos pensar, ¿qué nos dice, si es que quería su autor decirnos algo con la pintura que vemos en la pared de dicha caverna?
Las pinturas más antiguas que se conocen en nuestra península ibérica pueden tener entre los 15 a 18 mil años, tal vez más, tal vez algunas tengan unos 20.000 años de existencia. Esta es una cuestión aún no resuelta del todo pues las estimaciones cronológicas cambian con el avance de los métodos y tecnologías que se van descubriendo y permiten datar con precisión mayor los restos.
Y si a ello se añade el problema que plantea el posible «nicho ecológico» donde nos ubicamos a nosotros mismos, a nuestros primeros antecesores denominados ya «sapiens», y junto a este conjunto, muy muy próximos al mismo, aunque sin plena coincidencia, a los antecesores que se denominan neandertales, el problema se multiplica de ujha manera tal que se torna casi inabarcable para nuestra mente.
Podemos estar seguros de algunas cosas, como por ejemplo, que los pintores de las cavernas no pintaban para que sus obras fueran objeto de observación como lo son los cuadros en los modernos museos. No era su intención exhibir sus creaciones, lo que nos plantea otro problema : ¿con qué objeto pintaban en lugares a veces muy escondidos e inaccesibles de las cuevas?
Sobre estas cosas habré de volver : me mueve el hecho de un modo de sentimiento interior que, como poco, siento que me es muy personal y propio. Y más sobre esto no puedo decir : hablarán por mí mismo las cosas que sobre estos temas vaya diciendo. Por lo pronto, creemos ser cosa segura que estas imágenes eran un modo muy especial de «palabras – imágenes», o si lo prefieren, al revés : «Imágenes – Palabras» : son también un lenguaje con el que se nos habla. Pero…, ¿qué se nos dice en ese tan especial «lenguaje»?
De los estudios que he leído sobre el arte parietal de los hombres de las cavernas, es decir, de los estudios sobre las pinturas rupestres, los que más me han aclarado las ideas han sido los de Jean Clottes y David Lewis Williams (La Mente en la Caverna, Los Chamanes de la Prehistoria) y las reflexiones que a lo largo de su vida oí de mi propio padre, cuya memoria me suele acompañar.
Las cosas escritas por otros autores son también de gran valor, pero no es ahora el momento de cansar al lector con más datos.
Una de las cuestiones que los inmediatos investigadores deberán sin duda resolver es la de eliminar los prejuicios aún muy arraigados sobre la «sobreestima excesiva» del Sapiens frente a otros tipos de ancestros.
Actualmente la percepción que el investigador de la prehistoria, los paleo-antropólogos sobre todo, del «homo Neanderthalensis» va cambiando : ya no se les suele ver como si fueran brutos bestiales, sino que estaban a unos muy pocos pasos de lo que llamamos «humanidad».
En posteriores escritos quiero abordar esta cuestión : el conocimiento de nuestro pasado en el sentido más amplio de lo que significa «nuestro pasado», nos es clave para muchas futuras opciones. Así lo ha mostrado siempre la Historia.
Si definimos el lenguaje tomando como modelo cualquiera de las lenguas humanas, desde el inglés o el español hasta el chino mandarín o el sánscrito, el árabe o el hebreo…etc., el resto de seres que no llamamos «humanos», carecen de lenguaje. Pero esto no significa que en realidad no tengan métodos de comunicación que, en un sentido muy amplio, podemos llamar «lenguaje» : vean lo que descubrió el Nobel de Medicina de 1973, Karl von Frisch, estudiando lo que se denomina «lenguaje de las abejas».
Luego los seres «no humanos» que viven y se relacionan y tienen sus territorios y demás, tienen también sus métodos de comunicación, y en ese sentido poseen «sus lenguajes».