Los lugares que los diferentes tipos de seres vivos habitan, reciben nombres. No es lo mismo recibir un nombre que ponerle uno nombre a algo, a alguien. Como un lugar no es un sino espacio únicamente, en principio no puede hablar. Un lugar, se diría, «no habla». Y sin embargo, ¡cuántos son los sitios, los lugares que nos dicen cosas! Claro es : las cosas que algunos lugares nos pueden decir, nos las dicen sin palabras. Sin palabras, que las cosas del alma son de por sí indecibles. Sea lo que sea eso que llamamos «alma».
Bien que saben los místicos cómo de inexpresables, de indecibles, son esas cosas del alma. Pero nosotros, ni somos místicos, ni vamos a tratar de ponernos así, como si lo fuéramos, de manera que nos intentaremos centrar en aquellos espacios, o sitios, o lugares…, que un día estuvieron habitados y, del modo que fuere, quedaron como impregnados de un tipo de vida que es difícil explicar : porque es vida de apariencia inanimada, esto es, «vida sin alma», que eso significa «inanimada», y sin embargo esos lugares nos hablan. Nos dicen cosas.
Y cuando digo «… intentaremos«, me trato de entrar en el sentido más literal y vívido (desde el punto de vista de la semántica y la historia) de esa palabra, intentar, que tiene su cuna en la lengua latina y viene a significarnos la idea de «tender hacia algo, tratar de alcanzar algo«. El vocablo «in-tendere«, latino, es como ven compuesto. Eso ya de por sí le confiere una variedad de sentidos, de significados. Ese «in-» es la preposición, lo que marca o representa el «hacia, en dirección a…»; y ese «tendere» es la forma verbal, que representa la acción, el conato (o «intento de», valga la repetición aquí).
El que ahora queremos resaltar sobre todos los demás posibles valores, aparte del genérico antes dicho, es el que se expresa en esto que decía Tito Livio y reproducimos ahora : «intentus pugnae animus» ( : «espíritu atento al combate«), donde el clásico autor latino dice «animus» con el valor de «espíritu«, en tanto que «anima» hay mejor que entenderlo por «vida«, en un sentido muy general. (Literalmente, anima es «alma«; en latín clásico no existía acento de intensidad, que llamamos «tilde» cuando se remarca en la palabra; pero los valores de la palabra latina «anima» son muy amplios).
Las dos palabras latinas, «animus» y «anima«, tienen el mismo origen. O la misma cuna, como antes decíamos en forma de metáfora. Sin embargo las cosas que expresan tienen distintos matices. Nosotros ahora nos hemos conformado en quedarnos con lo de «espíritu» para animus, y «vida» para anima. Simplificando la rica variedad de sentidos. No esté ahora de más citar aquí a una hispanista italiana, Margherita Morreale, que entre otras obras hizo un estudio muy documentado que se publicó en Granada en 1957 : «Versiones españolas de animus y anima«. El tema es apasionante, pero nosotros vamos en este texto en otra dirección.
En su libro «La poética del espacio» Gastón Bachelard aborda el tema de los rincones en el capítulo VI, que va de la página 171 a la 183. Ahí podemos leer cosas como «Je suis l´espace où je suis» ( : «Yo soy el espacio donde estoy»). Y dice también algo que deberemos repetir, en textos futuros, más de una vez : porque vamos a tener que habérnosla con diversos tipos de rincones, y tendremos que recordar que :
«Un ser vivo llena un espacio vacío. Y las imágenes habitan.» (Pág. 175 de la obra de G. Bachelard).
¡»Y las imágenes habitan«! ¡Qué tan increíble y acertada idea expresa Bachelard en ese librito que hemos citado! ¿Quién, que haya pasado por algún lugar cualquiera ya haya en él tenido alguna experiencia vital fuerte, no va a sentir como propia esta idea? ¿Acaso no llenó con su propio ser ese espacio, un día? ¿O no vivió en ese rincón del mundo alguna experiencia «indecible», alguna experiencia «con alma»?
La imagen que ven está en Praga, y es obra de Josef Václav Myslbek (1912). Es la estatua ecuestre en bronce del príncipe San Venceslao. Se encuentra en el Nove Mesto (Václavské namestí, Praha 1).
Cualquier persona que haya visitado ese lugar, -u otro cualquiera del mundo, que para el caso serviría el rincón aquel oscuro de Gustavo Adolfo Bécquer donde «dormía» una lira -, ¿acaso no va a rememorar en su interior el sitio, no va a vivenciar de nuevo lo que un día fuera experiencia directa? Pues de eso es de lo que hablamos : de que el alma se nos llena de rincones, y de que esos rincones se llenan a su vez de alma.