La Imagen que ahí ven es una roca con forma de cabeza de vaca.
( : Se trata de una formación pétrea natural, en el techo de un domo en Cueva del Tesoro).
Uno de los temas que suelen despertar interés, aunque su tratamiento no pasa de los límites de la más estricta privacidad y confianza, es el de los errores, incluso los graves errores personales, a los que a veces se aferra uno de manera que podemos considerar como «enfermiza». Dicho de otro modo : cuando nos equivocamos es más fácil querer «pasar página» sin reconocer el error, que rectificar.
Pero por suerte, hay excepciones. Personas que se niegan a reconocer algo, algo que tachan como falso, y que cuando se les remueve lo que sea en su interior, hablan, rectifican. Rectifican : «Hacen lo correcto, se ciñen a un recto proceder.»
Ese fue el caso de Emile Cartailhac con la cuestión del descubrimiento de las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira : junto con otros arqueólogos y prehistoriadores, colegas suyos, (Gabriel de Mortillet y Édouard Harlé) puso en duda la autenticidad del descubrimientos del arte paleolítico en Altamira, llegando a dejar caer que era un a falsificación intencionada del descubridor, don Marcelino Sanz de Sautuola, pero años después de su error dejó de ser soberbio y publicó en 1902 «La Grotte d´Altamira, Espagne. Mea culpa d´un sceptique.»
La rectificación del francés y la historia del descubrimiento de las pinturas de la Cueva del Altamira son un curioso capítulo de aquella historia. Inicialmente es la hija de don Marcelino, María, de unos 8 años, quien las ve en el techo de la gruta y, con asombro, se las señala :
– «¡Mira, papá! ¡Bueyes pintados!»
Esto ocurría en 1879. Pero antes, un aparcero de don Marcelino, Modesto Cubillas, informó al dueño de la finca que hacía años, en 1868, había descubierto una cueva que le podría interesar.
La Historia de la Ciencia y, en general, la de la Humanidad, está llena de errores, de negaciones a veces maliciosas, y hasta de posturas contumaces que desdicen mucho de la naturaleza humana en más de un aspecto. ( ¡ Y de diez, y de cien…!) Pero también se dan las debidas correcciones de dichas posturas negativas, y las personas que realmente son inteligentes suelen rectificar sus posturas y reconocen sus fallos.
Pero volvamos a la imagen : esa cabeza de toro o de vaca, en los techos del domo o sala que se denomina «Sala del Águila», por la gran piedra caliza, totalmente blanca, en forma de águila ( o de gran ave rapaz ) que está a punto de lanzarse sobre una hipotética presa desde los alto de un risco.
La imagen, ya de por sí llamativa, (aunque no me conste que haya sido comentada), está en una zona de esta cueva que estamos comentando que contiene otros elementos igualmente curiosos, que en algunos casos no son fruto de la obra de la propia naturaleza, sino de la consciente acción humana, como algunas pinturas, unas rayas hechas con sílex o tal vez con algún hueso muy duro, en las paredes calizas y escondidas en un recoveco de la sala.
De las «curiosidades» (por llamarlas ahora de una manera) de este amplio espacio de la Cueva del Tesoro hablaré en otros textos, pues el objetivo de hoy apunta a lo que en el título se dejó escrito : «errores», y «cómo se rectifica». Y a ello vamos y con ello acabaremos por hoy :
Cometer errores es natural. Va con nuestra naturaleza misma. Es más : a veces, la mayoría de las veces, si nos ponemos a ello, de los errores acabamos sacando lecciones. Aprendemos. Ahora bien : lo mismo que al cometer un error podemos aprender más de lo que creemos si somos capaces de, una vez detectado, rectificar, la cadena de actos que en ese proceso está implícita desemboca en un logro, en un triunfo de la inteligencia y posiblemente también de la buena voluntad. Y yo diría que sin «posiblemente», sino con absoluta necesidad : porque si bien errar es natural, rectificar los errores es necesario.
Así que, si caídos en un error por lo que sea, – un descuido, la inatención, un pensamiento desviado de su curso recto…-, luego somos capaces de verlo, de ver el hecho equivocado, erróneo, y una vez visto procedemos a cambiarlo, a rectificar, entonces aquel hecho natural que era el error, se convierte, como por arte de magia, en un notable acierto : Damos un salto cualitativo y alcanzamos un logro : al rectificar, hacemos del error lección, y de la lección, hacemos en nosotros mismos naturaleza mejorada. ¿No es acaso la vida un a modo de oportunidad que tenemos para lograr mejorar naturalezas?
La palabra «domo» procede de la palabra latina «domus» ( que significa «casa»). Digamos que es su versión castellana, esto es, lo que a una lengua románica le ha venido de su «madre y maestra mágica», la lengua latina, el latín. Los domos son grandes espacios en forma de cúpulas.
El diccionario de la RAE afirma que «domo» viene del francés «dôme», y al francés dôme, lo hace derivar del griego. Es posible que lo que dice la RAE tenga su verdad, pero creo que teniendo como tenemos la palabra latina «domus», bien pudiera haber habido «un cruce de términos», algo que es frecuente en las historias y evoluciones de las lenguas.
Obvio : si a lo largo de estos días indago más sobre esa cuestión y veo con nitidez mental que lo que dice el diccionario de la RAE es lo cierto, reconocería mi error y rectificaría en este mismo foro. Gracias.
Estos días atrás (me refiero a los siguientes a la publicación en el blog de este texto) han sigo días llenos de acontecimientos: un viaje por Bélgica (de Bruselas a Amberes, pasando por Gante y Brujas) y Holanda; la noticia -malhadada- del fallecimiento de una hermana mía, a quien pienso ya en Paz; y el retorno a La cotidianidad con su consiguiente sensación de «tiempo soñado», que suelen traerme los viajes por tierras donde el español o castellano (ustedes elijan cómo llamar a la lengua de aquel lejano Imperio de Castilla) es lengua poco conocida, aunque no tanto como podría uno sospechar.
Y esta vuelta a afán de cada día me da una soberana lección : el tiempo no sólo no es oro, sino que sobre no ser oro, se nos hace a veces lloro…
Y a lo que iba : «domo» es palabra que nos viene del griego, del francés, y del mismísimo latín.
En su momento lo razonaré.
Feliz 2017 a todos.
Adelanto algo de lo que comentaré, en su debido momento, sobre el origen «clave» del término DOMO : en el Diccionario Etimológico Indoeuropeo de la Lengua Española, que en su día publicó Alianza Editorial, se deja claro que el origen de la palabra «domo», en el sentido de «casa», entre otros, procede de una raíz indoeuropea. ¿No es ello suficiente para que tanto en griego como en latín, y por ende en francés y castellano, etc., sea palabra de un mismo origen?