Entre los cambios más llamativos que nos está modificando la manera de ver las cosas, -centrándonos en el nuevo milenio ahora-, están los descubrimientos en el campo de la genética, y su aplicación a los estudios de la evolución del genoma humano. Al genoma neandertal, que había sido publicado por primera vez en un extenso artículo de la revista “Science” en el año 2007, se le sumó pronto, al año siguiente, un nuevo descubrimiento : el genoma del llamado “homo denisovano” : una nueva especie de homínido que apuntaba de más ricas y diversas ramificaciones y mezclas,( hibridaciones sería la palabra más justa), entre especies de “homo sapiens”. Sin descartar los muy posibles “pre-sapiens”, pues se sabe que los hubo.
La cosa había empezado con la aplicación de las nuevas técnicas de análisis a los hallazgos óseos de seres muy próximos a nosotros, es decir, a la especie “homo sapiens”. Y no tarda en surgir una pregunta : ¿ha habido una única especie de homo sapiens, o se han sucedido más de una? La multiplicidad, en este caso, es la opción más fiable, creo. Y ello por varias razones, la menor de las cuales no es lo que se sabe hasta hoy, sino lo que nos queda por saber.
Desde hace mucho tiempo he imaginado el saber y el conocimiento humano como una especie de esfera : adentro de la esfera, todo lo que sabemos; y afuera de la esfera, cuanto ignoramos. La esfera contiene lo que se sabe y limita con lo que se ignora, de modo que lo ignorado es, en la práctica, “todo”. Y aunque al conocer un poco y llegar a un límite equis, nos pueda parecer que ya tenemos “el todo” y que fuera de eso no hay nada, la cosa no funciona así, sino que más bien es al revés : por mucho que se sepa, se sabe tan poco y es tanto lo que en realidad nos queda y quedará de por vida por saber, que es como si no supiéramos nada. ¿O no recuerdan aquí ustedes aquellas palabras que se suelen atribuir a un sabio griego, -puede que fuera Sócrates-, y que era eso del “sólo sé que no sé nada”? Volvamos a la esfera :
Y desde esa imagen de la esfera, tan simple, aparece pronto una paradoja : a medida que aumenta la esfera, aumenta su contenido, es decir, sabemos más. Pero (¡ ojo !) también aumentan las lindes de la esfera, y junto con las lindes aumenta nuestro contacto con lo desconocido, aumentan las cosas ignoradas : con lo que a más saber, más nuevas cuestiones a resolver, más preguntas que responder, más cosas ignoradas. La aparente paradoja tiene su indudable lógica interna : la esfera contiene el saber y limita con lo ignorado, y como cada nuevo descubrimiento plantea un abanico de nuevas preguntas…, voilà! Pero sigamos, vayamos a lo nuestro de hoy : los “sapiens” y sus “hermanos colaterales”. No es la primera vez que utilizo esta imagen del globo y el saber en él contenido a modo de ejemplo : porque creo que es bastante aclarativo.
Si leemos los más antiguos textos de carácter histórico y literario que nuestra humanidad ha producido, tendremos que irnos hasta el Poema de Gilgamesh : un rey que hay que ubicar en la zona de la antigua Babilonia, en Ur, en Sumer, entre los acadios y sumarios de hace más de 4.500 años, tal vez 5.ooo años, y que vivió y reinó y buscó la inmortalidad y se afanó e hizo mil preguntas… Preguntas que aún nos seguimos haciendo nosotros desde nuestras ciencias y laboratorios y filosofías y, -en fin, en fin-, un rey, Gilgamesh, que pasó quizá sus días antes de que tuviera lugar el famoso Diluvio universal, diluvio del que, por cierto, hay constancia arqueológica en aquellas tierras donde están Irán, Irak, Persia…
Y ahora nos preguntamos : ¿con qué tipos de “sapiens” se hubiera encontrado en sus días este rey? Y esos homo sapiens de hace 7.000 años, ¿han sido los únicos que ha existido en nuestro planeta? Es muy de dudar que haya sido así. Es posible que haya habido más de un diluvio, más de un “final de era”, más de una extinción global en el planeta, -con las correspondientes excepciones que aseguraban la continuidad de lo vivo en la tierra y el mar y los aires-, y por lo tanto más de una raza de “sapiens”. Si es que procede aquí utilizar la palabra “raza”.
Llegados aquí, creo que es prudente pararnos, dejar ahí las cosas, y en otra ocasión volver al tema : pero ya, “desde” esa pregunta final nuestra. Y no “para llegar” a ella, sino para responderla. Hasta entonces, pues. Y aclaro que esa imagen que ven ahí es una perspectiva de un altar prehistórico que ya he usado en otras ocasiones, y ahora reproduzco, como digo, con nuevo enfoque.
La imagen de NOCTILUCA que se puede contemplar en la Cueva del Tesoro no tiene contradicción alguna con otras imágenes de deidades antiguas, lunares o no lunares, de origen fenicio o no fenicio, como la que puede verse en las proximidades de la subida al Cantal donde se ubica “Cueva del Tesoro”, justo en el paseo marítimo. Y casi frente al Ayuntamiento de esta localidad de Rincón de la Victoria sí que hay una más o menos fiel reproducción de la Noctiluca de la Sala interior de la Cueva. Quede eso dicho. Y no está de más añadir que la palabra “noctiluca” aquí significa “la que brilla en la noche”. Gracias.
Como es lógico, tendremos que decir algo de lo que vamos sabiendo gracias a las investigaciones y hallazgos que se están haciendo en Atapuerca. Y así nos vamos a una distancia muy considerable de años, de milenios. ¿Y Lucy? ¿Dejamos al margen a esta “mater antiquísima que ya tenía el hueso hioides, y podía por tanto articular palabras?
Recuerden que a dicho hueso hioides se le ha considerado, entre otras cosas, “pivote de la comunicación”, pues en sus varias funciones básicas está la de poder facilitar la articulación de palabras, la comunicación fónica, por medio de sonidos articulados, por lo tanto. Lucy, ya lo tenía (creo recordar que eso he leído, que yo no estaba allí…).
La “edad” de Lucy : Según quienes con métodos científicos y conocimientos adecuados nos dicen, Lucy, es decir, los huesos que de aquella lejana mujer se han estudiado se deben situar en las líneas humanas o proto-humanas que nos anteceden, tenía unos veinte años, ya había parido hijos, y existió hace unos 3,2 ó 3,5 millones de años. Lucy medía aproximadamente 1,1 metros de altura, y la estructura de su esqueleto revela una mujer adulta y joven.
En esa temprana edad ya había, pues, una humanidad que sabía comunicarse verbalmente y utilizaba objetos. El enterramiento entre los humanos, así como el uso del lenguaje articulado (lo de “articulado” es clave : las abejas tienen un lenguaje muy preciso, según sabemos por estudios que realizó en su día Karl von Frisch) apto para una adecuada socialización, son dos pilares inexcusables.
A veces me asalta una duda o, por mejor decir, una pregunta : si desde hace al menos un par de millones de años,- y posiblemente más -, había ya seres humanos en nuestro planeta, ¿por qué los datos escritos tardaron tanto tiempo en producirse?
Me digo que lo que ocurre es que se comunicaban perfectamente y las tradiciones orales eran su medio de transmitir un saber elemental y absolutamente necesario para la supervivencia. La escritura es un invento muy tardío en realidad, y las leyendas y cánticos y creencias, etc., pasaban de generación en generación vía oral.
La cuestión del tiempo es clave. A veces, condicionados por ideas preconcebidas, ideas que carecen de un sustento fáctico, que no se apoyan en hechos sino que sólo se basan en suposiciones, tendemos a pensar que el ser humano de hace un millón de años, o no era humano, o si lo era, era de un comportamiento y una mentalidad muy cercadnos a otros seres no humanos (por lo general, grandes monos) o cuando menos, irracionales. Es un grave error. Si nos paramos a pensar y caemos en la cuenta de que el ser humano llega a controlar el fuego, reuniera para cazar y protegerse con elementos como árboles cortados y dispuestos en chozas, piedras talladas, etc., y sobre ello, le da un determinado sentido a la muerte y a una supuesta pervivencia de algo que nos dimensional más allá de la muerte, ( : imunu, alma, ili, espíritu…etc. ) estamos en el camino certero : nuestros lejanos antepasados eran tan inteligentes como nosotros y además de serlo sabían cómo transmitir sus conocimientos sin poseer aún eso que llamamos “escritura”.
Querido Manolo, en efecto, la esfera se hace cada vez más grande y nos queda mucho por saber. Y no pasa lustro sin que el árbol genealógico del hombre no tenga cada vez más ramificaciones, incluso árboles propios vecinos… Coincido contigo en que los homínidos que poblaron la Tierra, encaminados hacia la humanidad, debieron de ser más inteligentes que lo que pensamos y por supuesto, pasarían sus largas noches con relatos que no han llegado hasta nosotros. Un fuerte abrazo.