En nuestra cultura occidental pocos serán los que ignoren el clásico mito griego del Minotauro y su Laberinto, y de Ariadna y su famoso “hilo conductor” o “tejido guía” que permite a los humanos salir de un penoso atolladero o, como en el caso del mito heleno, permitió a Teseo escapar del Laberinto luego de haber dado muerte al Minotauro liberando así a la doncella, Ariadna. (Este nombre, Ariadna, significa de acuerdo con sus raíces “la más pura”). La cuestión ahora no la vamos a centrar en los personajes del mito ni tampoco en sus posibles resonancias psicológicas, sino que nos iremos a otros ámbitos : el tiempo, y el espacio.
¿En qué tiempo, o época, o qué antigüedad debemos darle como marco al famoso mito? ¿Nos quedamos en Creta, entre los reyes de la leyenda minoica, o saltamos más allá de las aguas del Mediterráneo? Tratemos de dar algunos datos que, a la vez que luz sobre el tema, den también sombras y de ese modo creen dudas, pues que sin luces no pueden darse las sombras, del mismo modo que con exceso de luz, -como en el día solar de nuestro planeta-, no es posible contemplar las estrellas ni hacerse idea de la naturaleza de los cielos. Y que sean así esas sombras como la duda de Descartes : creativas.
Decía Thomas Mann, en su magnífica tetralogía escrita a lo largo de un par de decenios, entre 1926 y 1936, a raíz de un viaje a Egipto, que al pozo del pasado lo debemos considerar insondable, de tan profundo como es. “Cuanto más hondo sondeamos, cuanto más a fondo escudriñamos e investigamos en el mundo más inferior del pasado, más encontramos que los principios de la humanidad, su historia y su cultura, se revelan inescrutables.”
La cita la tomo del libro de Joseph Campbell que se titula “Las Máscaras de Dios”, (vol. I, “Mitología Primitiva”). Esta obra, que es también una tetralogía y nos ofrece una magnífica intuición, profundamente razonada, sobre la unidad esencial de las razas humanas, nos va a permitir asomarnos a otras culturas de otros espacios y otros tiempos, lejanos de la cultura minoica y los antiguos cretenses y griegos, al tiempo que muy cercanos en lo esencial aquellos de siglos atrás y éstos otros que ahora trataremos de conocer en sus leyendas. Es como si se dijera que en el fondo “somos todos uno y lo mismo”.
Cita J. Campbell una historia de los indios “pies negros” de las praderas americanas, que toma de una muy erudita obra de George Bird Grinnell, un antropólogo y sabio historiador norteamericano, que vivió entre 1849 y 1938 y que estudió en profundidad a las tribus amerindias de los EE.UU de América hacia la década de los años 70. Los 70, naturalmente, de su siglo XIX.
Se contaba entre los pies negros que estaban en grandes dificultades de supervivencia debido a la imposibilidad de cazar búfalos, que esquivaban una y otra vez sus trampas, y pasaban los pueblos duras hambrunas. Pero una mañana, temprano, ocurrió que cuando una joven mujer iba a por agua vio una mana de búfalos pastando en la pradera, justo al borde del precipicio que los indios disponían como trampa para que cayeran algunos de los grandes animales, y gritó : “¡Oh, si saltarais al corral me casaría con uno de vosotros!”
Esto lo dijo en broma, por supuesto, de modo que su asombro fue muy grande cuando vio que los animales empezaban a saltar y a tropezar, cayendo por el precipicio. Y entonces se aterrorizó porque un gran toro retiró de un sólo golpe la cerca del corral donde encerraban a los animales y se le acercó, la tomó por el brazo, y le dijo : ¡Ven! /…/ Y sin más, se la llevó consigo tomando sus propias palabras, las de la doncella india, como prenda de un juramento.
El relato que tomó J. Campbell del sabio erudito G. B. Grinnell es más extenso de lo que aquí se resume, y la historia se alarga algo hasta la liberación de la doncella. Va desde las páginas 323 a 327 de ese primer volumen de los cuatro que conforman la obra sobre Mitología que se titula “Las Máscaras de Dios”. Contiene otros elementos que sólo trataremos cuando se toquen los temas donde podamos ver la estrecha vinculación que los pueblos primitivos mantenían con sus entornos naturales, animales y plantas incluidos, así como sus rituales y creencias. Porque lo que ahora nos interesa es únicamente que el lector de hoy pueda comparar, y pensar por sí hasta qué punto esta historia de los “Black Feet”, tiene elementos en común con la leyenda helénica del Minotauro.
Pensemos si es que el Mito de Teseo viajó por el espacio y el tiempo hasta el aún desconocido continente americano, o si es que los mitos y las leyendas poseen algo que los enraízan en la propia naturaleza de la Psique Humana. Y pensemos más aún : nos demos la respuesta que nos demos, incluso desechando lo más natural y lógico que es lo sugerido sobre la identidad única del alma humana, ¿no estamos ante una realidad asombrosa? Sí : el pozo del saber tiene todas las trazas de ser insondable, como reflexionaba Thomas Mann.
Voy a permitirme una anécdota que me atañe personalmente : recuerdo que en mis clases como profesor de Lengua y Literatura Españolas les ponía a mis alumnos un ejemplo sobre cómo, a medida que más se sabe de algún tema, es más también lo que se nos presenta como cosa que se ignora. Yo les decía que imaginaran el saber humano en su totalidad como una esfera o un globo, y que ese globo limitaba con todo lo ignorado. A medida que el globo creciera, más saber habría dentro del globo pero, al mismo tiempo, sus límites con las cosas ignoradas serían también mayores.
He recordado esto releyendo la anécdota de Thomas Mann y su insondable pozo. Y ahora aprovecho para decir que debemos distinguir entre “ignorancia”, por un lado, y “cosas aún no sabidas”. El sabio ignora muchas cosas porque aún no se han descubierto, en tanto que el ignorante desconoce cosas que ya están en el acerbo común del saber general humano.
No debe extrañarnos en absoluto que la figura de animales afines al toro (bisontes, búfalos…) sean objeto de suma atención para el ser humano desde la prehistoria. Hay razones lógicas para ello, y no entramos ahora en estas cuestiones, sino que nos limitamos a señalar que este interés tiene sus reflejos en la Mitología, por un lado, y en la Literatura por otro. Y eso, desde los inicios de ambas disciplinas. En el poema de Gilgamés, que nos viene de la propia Babilonia y antigua Sumeria, ya “El Toro Celeste” era un elemento de suma importancia.
Como veremos en algunos textos, se documenta que desde tiempos donde ya había una bien estructurada estetics literaria como la del citado poema del héroe de Uruk, hombres, animales y dioses estaban a veces en planos similares. Vacas, búfalos y toros eran deificados y en la mentalidad animista de aquellos en apariencia lejanos tiempos todo era algo que tenía un modo de consistencia y unión que hoy no entenderíamos con facilidad.
Y a la vez, el soñar h los sueños tenían un claro valor muy especial.
Volveremos sobre estas cosas.
Preciosa indagación en los mitos y en la maravillosa tetralogía de José y sus hermanos, injustamente oscurecida por otras obras de Thomas Mann. Habrá que seguir leyéndote con atención para seguir aprendiendo. Un abrazo