Cuando una representación, un signo, o un símbolo significan más de lo que inicialmente se pensó que significaban, – cosa que no es rara en casi ninguna de las culturas conocidas -, eso suele querer decir que debemos tener en cuenta que a la misma «cosa» ( : el signo, el símbolo, o la representación ) se le está tratando en diferentes contextos. También puede eso indicar que lo representado es capaz de señalar en distintas direcciones, «decirnos» diversas cosas y, por lo tanto, pareciendo ser lo mismo para todos, no lo es, sino que tiene valores diferentes. Valores que dependen entonces ya no del emisor, o «la cosa en sí», sino del receptor o persona a la que va dirigida.
Un ejemplo clásico en nuestra cultura hispánica lo tenemos en el famoso Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, donde podemos leer el caso de la disputa que tuvieron entre sí griegos y romanos ( en el libro del arcipreste representan a personas cultas frente a otras incultas, respectivamente ), disputa que se dirimió por señas, habida cuenta de que unos y otros hablaban lenguas diferentes y se entendía que el lenguaje de signos o señas era universal : no lo es, salvo excepciones. Algo similar puede que esté aún ocurriendo con gran parte de los dibujos y signos que nos han llegado desde épocas muy lejanas, como es el caso de pinturas y signos grabados en cuevas y abrigos desde la Prehistoria.
Digo esto porque entre los especialistas en el tema, que tiene una muy notable amplitud tanto en el tiempo como en el espacio, no se acaba de llegar a un consenso en torno a cuestiones tan claves como el sentido de algunas representaciones pictóricas o simplemente sígnicas, o la cuestión de si entre los sapiens cromañones y los sapiens neandertales hubo o no hubo cohabitación. Debió haberla, a tenor del dato de que al menos un 4% (puede que un 5%) de nuestro ADN tiene raíces que se remontan al «Homo Neanderthalensis», que habitó Europa y parte del Asia occidental desde hace unos 230.000 años hasta unos 28.000, por lo menos.
Puede que en el sur de la Península Ibérica llegara a sobrevivir más tiempo, y tuviera entonces mayores oportunidades de haber tenido contacto sexual (y descendencia, por lo tanto) con la especie humana que luego le sobrevivió. Pero esto es otra cuestión. Lo que ahora nos ocupa es esto : ¿debemos entender que entre los habitantes de las cuevas de la prehistoria hubo prácticas chamánicas, o tal idea debe ser rechazada? El tema tiene hondo calado, sigue siendo muy debatido, y los estudiosos del mismo se encuadran en dos bandos, según acepten o no la existencia de algún modo de chamanismo en la Prehistoria.
Las ideas que sobre esto se tengan deben siempre apoyarse en datos fiables y bien contrastados, no ser nunca ideas derivadas de meras creencias que se anclen en tal o cual preferencia subjetiva, y por lo tanto deberán ser suficientemente razonadas no sólo con argumentos «librescos» sino también con datos y restos recuperados que sean objetivos e irrefutables. Es una cuestión difícil, y más aún por lo siguiente : pese a que parece que son muchos los restos y testimonios que tenemos en la actualidad de aquellas lejanas épocas prehistóricas, no podemos olvidar que en realidad los datos materiales, los hallazgos «objetivos», son muy pocos en comparación con el tiempo transcurrido.
Pensemos sólo en esto : la fecha más cercana que se nos da significa más o menos unas once o doce veces el tiempo transcurrido desde el inicio del Cristianismo hasta nuestro días. Eso, como poco; quiero decir con «como poco» que nos ceñimos únicamente a las cifras más próximas y estamos dando de lado, en estos momentos, las mucha más alejadas. Por lo que a mi parecer respecta, las cosas que he podido leer y razonar con obras y con autores cualificados en estos temas, más me inclinan a pensar que si el hombre del Neanderthal era ya un ser humano «pleno», el chamanismo puede que sea una opción más que posible. Y el caso es que el tal hombre antepasado nuestro, sí era ya un ser humano con todas las de la ley, donc…
Seguiré con estos temas en próximos textos, y tendremos ocasión de contrastar datos procedentes de fuentes diversas. Gracias.
Como digo en el texto, seguiremos ese libro, de sumo interés y muy amena lectura, pero no nos guiaremos únicamente por esa publicación. Eso, sin contar con que algunas de las cuestiones que se aborden las pensamos contemplar desde las ópticas que otras experiencias nos han proporcionado. Y adelanto esto : muchas de las cuestiones que estamos planteando quedarán resueltas en cuanto los medios técnicos con que pueda contar la ciencia en general sean de mucho más alcance y precisión.
Las comparaciones de los distintos grupos humanos prehistóricos y los llamados «primitivos actuales», como los san de Sudáfrica o determinados grupos en fase aún «de la edad de la piedra» de Asia o del Nuevo Mundo, sólo tienen un valor relativo. No carecen, pues, de valor; pero este es relativo.
Ya explicaremos la razón de esto.