Los dos sueños a que voy a hacer referencia son de personajes históricos diferentes, y de épocas también distintas. El primero es uno que tuvo un César romano, y que refiere Tácito en su obra “Anales”. El César romano de que se trata es Germánico, y el momento histórico en concreto es cuando estaba en campaña contra los germanos de Arminio (o Hermann, caudillo de los germanos que había llegado a ser ciudadano romano, que había pertenecido al ejército o las legiones de Roma, y que, indignado con el trato que los romanos daban en aquellos tiempos a sus aliados, : galos, germanos, marcianos…, había acabado sublevándose contra Roma y causando una importante derrota a las legiones de Quintilio Varo en los bosques de Teotoburgo, en época del emperador Augusto). He aquí el sueño en cuestión :
“Esa misma noche trajo a Germánico un sueño venturoso : se vio ofreciendo un sacrificio; y cómo, al salpicarse con la sangre sagrada su toga pretexta, recibía otra toga más bella de manos de su abuela Augusta, o sea, Livia.” Hasta aquí, el sueño de Germánico, relatado en el libro II de los “Anales”, parágrafo 14. (Cito por la edición en AKAL de Beatriz Antón Martínez).
Antes de pasar al segundo sueño del otro personaje histórico, no está de más que, a propósito de la derrota de P. Q. Varo en Teotoburgo, donde fueron aniquiladas tres legiones romanas en una serie de combates más propios de guerra de guerrillas que no de batallas en campo abierto, – en campo abierto las legiones romanas no hubieran, quizá, sido derrotadas y masacradas como lo fueron -, no está de más, decía, que haga referencia a la extraña locura que asedió al César Augusto en los últimos años de su vida y mandato, : iba por su palacio a veces gritando “Quintili Vare, redde legiones!” ( : “¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!”), y al mismo tiempo, enloquecido, como se dice, iba dándose cabezazos contra los muros de su palacio.
La batalla del bosque de Teotoburgo, también conocida como desastre de Varo y sus legiones, tuvo lugar en el año 9 d. de C. y cerca de la actual ciudad de Osnabrück, en la Baja Sajonia. Marcó el “limes” o frontera final del Imperio Romano en esa zona de la Germania. La incursión de Germánico, y por ende su sueño antes referido, tuvo lugar años después de este grave percance de las legiones de Varo.
El segundo sueño nos traslada al siglo XVI, en pleno auge del Imperio Español del César Carlos I de Hispania y V de Alemania, y nos pone en contacto con ese otro gran caudillo (palabra que, dicho sea de paso, hay que ir ya despojando entre nosotros de esos tintes dictatoriales y devuelta a sus originarios valores históricos, esto es, la personalidad propia de los grandes jefes militares), que fuera el conquistador de Méjico entre los años de 1519 a 1522. Jefes tales como Gonzalo Fernández de Córdoba, más conocido como Gran Capitán, o como Francisco Pizarro, conquistador del Perú, o como Viriato, nunca derrotado por los romanos en su Iberia Lusitana natal, excepto por la traición de los suyos propios, o como tantos otros, como Hernán Cortés, el “portador” por largo tiempo de un particular sueño, éste, – cosa que ya debo aclarar, llegados a estas alturas de nuestro texto -, soñó ser un equivalente en su tiempo de Julio César, que ganó la Galia para Roma y perdió la propia vida en el Foro Romano víctima de su propia ambición.
Hernando Cortés, que luego sería nombrado por Carlos V Marqués del valle de Oaxaca (título otorgado por el Emperador Carlos en 1529), como bien han señalado algunos historiadores y biógrafos suyos, tenía a Julio César como ejemplo histórico máximo, y tanto en sus hechos como en sus escritos, emuló el genio militar hispano al clásico autor y general romano.
Estos otros sueños, los que no son de naturaleza onírica, los que nos habitan con mayor o menor consentimiento nuestro en tanto vivimos y vamos trazando los caminos de nuestra existencia, estos sí que son sueños a vigilar y a controlar, pues de ellos, de la fe o del descreimiento que pongamos en ellos, ¡cuantos y cuántos engaños podemos urdir en nuestra mente sin darnos apenas cuenta! Y, por otro lado, cuántos, también, y cuántos fracasos podemos “atesorar” en caso de no darles, a dichos sueños vivos nada oníricos, no darles ni concederles valor alguno : porque vivir sin perseguir algún sueño con entera lucidez, cosa es que tengo por vivir como a medias.
El árbol, finalmente, es el que podemos considerar como árbol nacional de Méjico, y es conocido como Ahuehuete, palabra que viene a significar “que no muere”, y es llamado por los mejicanos como “viejo del agua”. De estos árboles hablaremos ya en otro texto venidero. Gracias, lectores.
Cuando he leído “marcianos” (yo había escrito “marcomanos”; y quería haber puesto “iberos, lusitanos, honderos baleáricos”…) no he tenido más remedio que reírme : ya saben que estos ordenadores te juegan la pasada a veces de poner lo que “ellos” suponen.
En cuanto al árbol mejicano que se cita, objeto será de próximo texto. Hay cosas muy interesantes en torno a ese tan antiguo y longevo ser arbóreo.
En buena parte el sueño “lúcido y no onírico, consciente”, se cumplió : la convivencia entre los pueblos que habitaban el nuevo imperio que estaba conquistando y los nuevos recién llegados : andaluces, extremeños, castellanos, vascos…, etc.
El Marqués del Valle de Oaxaca, es decir, Hernán Cortés, sí logró en gran medida que su voluntad en ese sentido se viera realizada, y los primitivos habitantes de las nuevas tierras, que eran cuatro veces las de la España del XVI, no fueron exterminados ni confinados en “reservas”, como ocurrió en las llanuras al norte de Río Grande, sino que se fueron mezclando con los españoles. De ese mestizaje es interesante leer las reflexiones de Octavio Paz en su ensayo “El laberinto de la soledad”,
Ahora que estamos en un tiempo histórico complicado con las masivas huidas de ciudadanos de a pie hacia zonas de paz, huyendo de la guerra y las hambrunas, no está de más recordar esa “noción de solidaridad” con “el otro” que muy bien podemos ejemplificar con el sueño integrador de Hernando Cortés : los siglos pasados también contienen lecciones apuntando al futuro.
En nuestro próximo texto hablaremos de la noche triste -la que pasaron Cortés y sus diezmadas tropas cuando tuvieron que salir de Tenochtitlán – México derrotados, (antes relanzarse a la conquista definitiva), y asediados pudieron resistir hasta recomponerse y contra-atacar. Se cuenta que Cortés, ante tantas pérdidas de vidas de amigos y soldados, lloró de sentimiento. ¿Mito o realidad, ese llanto?