La palabra «árbol» al parecer es de origen oscuro, incierto. Podría relacionarse con la raíz AR-, a su vez relacionada con ARD-, ambas vinculadas, (en lenguas ya clásicas para estas cuestiones de etimologías en nuestro ámbito occidental, esto es, el de las lenguas de raigambre aria), al sentido de aquellas cosas que atañen al arte de cultivar, a lo recto, a lo que vincula la labor del hombre con la tierra y con el cielo. Pero sea cual sea su origen etimológico, lo que ahora nos va a centrar en su simbología, no sin antes adelantar que es posible, sólo posible, que la palabra latina que nombra al árbol (arbor – arboris) y la griega clásica que idéntica función tiene (dendron – dendrou), puede que tengan un origen o una raíz común. Ya lo razonaré esto último con datos.
Los símbolos que encierran estos fantásticos seres vivos, los árboles, son de una extraordinaria riqueza. Ya en un antigua pintura egipcia que se descubrió en la tumba del faraón Tutmosis III ( a quien debemos situar en fechas de entre 1479 a 1426 a. de C., es decir, hace unos 3500 años aproximadamente ) se representa a la diosa Isis en forma de frondoso sicomoro que da su jugo vital a un faraón en el más allá, lo que nos lleva a relacionar el árbol como algo que tiene que ver con la eternidad, la otra vida, el renacimiento, la perpetuación del ser… Lo que los árboles pueden simbolizar es un tema tan amplio y de una riqueza tal, que ahora no podemos abordar.
Y dado que sobre ello hay una grande y amplia serie de estudios de todo tipo, ya sean esotéricos, exotéricos, técnicos, científicos, simbólicos, poéticos…, es cosa que retomaremos en su momento aun cuando sea sólo de una manera muy por encima. Que tampoco nosotros (quiero decir ahora : yo) podríamos profundizar mucho en el tema, pues no dispongo del suficiente bagaje.
Digamos tan sólo que la vida del árbol y la vida del hombre están relacionadas de una manera muy estrecha desde el inicio mismo de nuestra cultura. Más exactamente : los árboles, y la cultura, y la vida misma de la humanidad están tan indisolublemente unidos que sin ellos, sin esos seres vegetales altamente sensibles, ( : en un modo extraño para la inmensa mayoría del hombre actual ), sin los árboles, nuestra cultura y nuestra propia vida material, de tan diferentes que habrían sido, serían muy otras, serían sin duda extremadamente distintas. Existiríamos, pero seríamos distintos. Habría una cultura, pero sería muy diferente. Es más : el propio planeta nuestro, la Tierra, no sería como es si no hubiera árboles en ella en absoluto.
Y termino : este de hoy es un mero inicio de una breve serie de textos sobre el mismo tema, los árboles, el árbol como símbolo que en días sucesivos trataré de ir desglosando y exponiendo ante ustedes. Y en esos venideros textos o entradas futuras, tanto la poesía como el mito tendrán su debido lugar. Hasta pronto, pues.
No lo voy a citar ahora, pero sí a recordarlo : el poema de Octavio Paz, y también el libro suyo del mismo título, «Árbol adentro». ¿Cabe mayor «visión humanizante» -se me permita el término- que esa que usó el ilustre hispanista mejicano?
Los significados, símbolos que representan los árboles, sus propiedades, los mitos en torno a ellos…, y un sinfín de cosas más, los veremos en próximas entregas.
De momento quédense con un libro sobre plantas y árboles y que suele denominarse «el Dioscórides renovado», si mal no recuerdo ahora. Ya lo citaré debidamente.
Como todo lector que frecuente estos temas habrá deducido, me refería antes al estupendo libro de Font Quer, «Plantas Medicinales», también conocido como «el Dioscórides renovado». Plantas y arbustos y árboles y sus propiedades y virtudes, un magnífico ejemplo de obra bien hecha.
El primer ejemplar que conocí me vino de la mano de mi tío Modesto Laza Palacio, hermano de mi padre Manuel e ilustre farmacéutico y estudioso de mil y un temas. En Paz estés, o mejor, en Paz estéis, padre Manuel y tío Modesto.