Es algo curioso lo que ocurre con el lenguaje : se le contempla como un don y también como un instrumento. Eso, según ideologías y según se presuponga su origen. Y aunque siempre se use de un modo habitualmente eficaz, no siempre se le conoce del todo en su propia “instrumentalidad”. Quiero decir que se usa (con más frecuencia de lo que se cree) ignorando gran parte de los elementos de que se compone. Los elementos y -lo que es peor- las cualidades y valores insertas en las “lenguas naturales” de todo el mundo.
En realidad, poco o casi nada necesitamos saber del lenguaje para usarlo. De hecho la humanidad ha estado mucho más tiempo hablando, y sin saber escribir lo que decía, que siendo un hablante no ágrafo, esto es, hablante que sabe escribir lo que pronuncia y dice, lo que habla. Una persona ágrafa es una “persona que ignora las grafías”, que no sabe leer ni escribir. Pero ello no le convierte en persona que no sabe hablar. Y es en ese sentido que decimos que la humanidad ha sido durante milenios, durante muchos milenios, hablante y ágrafa a la vez. Pero, ¿y la relación entre lenguaje y poesía? ¿Acaso todo lenguaje natural no es, a la vez que “simbolización de mundos”, poesía?
Simbolización de mundos : Simbolizar mundos se dice aquí por representarlos a través de símbolos. De los diversos modos que esto se puede hacer, el que se hace a través de los números (matemáticas) y el que se hace a través de las palabras y sus sentidos y sonidos (poesía), son los más perfectos en sí. Porque son como mundos cerrados, circulares, completos. Geometría y Matemáticas, por un lado, y Música y Poesía por el otro, son como caras de una misma moneda : la que da cuenta de la naturaleza “civilizada” del ser humano. La paradoja surge cuando nos enfrentamos a otros ámbitos en los que podemos ver, -y si no ver, desde luego sí que intuir-, algo que sería como “nuevos mundos”.
Digo esto pensando en el soñar, en los sueños que tenemos al dormir y también y sobre todo en aquellos otros “sueños lúcidos” y como de creación, en el sentido en que los explica Chantal Maillard a propósito de María Zambrano, y en el ámbito político, en el sentido greco-latino clásico de la palabra “política” : lo que atañe a la polis griega, la “ciudad” y su más digna rección : la actividad política que rige la “res pública”. ¿No es un signo paradójico de estos tiempos el hondo descrédito en que suele caer con frecuencia la actividad política? Lo es. Y ello es al cabo lo más paradójico del hombre en los tiempos que corren, lo que marca su (parece que) inevitable caída en la negación de los hondos valores de las cosas dignas de ser nombradas para recuerdo de la historia.
Hablo de la nefasta paradoja que subyace en esa progresiva despolitización de las masas de ciudadanos, reducidos, en lo que a la actividad política atañe, a simples portadores de un voto, cada equis tiempo, que encumbra a unos pocos para el mangoneo y la perpetuación de la gran estafa social : ganaré mi pan con el sudor de vuestras frentes, seré señor sobre vuestras espaldas mojadas. La pregunta ante estas paradojas, todas en definitiva sustentadas por un tipo de lenguaje, es un “¿cómo es posible que hayamos llegado a estos extremos?” La respuesta (my friend) flota en el viento.
Se ilustra esta entrada con esa portada de la obra del Inca Garcilaso de la Vega, quien en los inicios de sus “Comentarios reales” habla de la naturaleza de algunas palabras, y las explica, como por ejemplo hace con el término “pampairuna”, que equivale (grosso modo) a meretriz.
Leer las obras que los antepasados nuestros han dejado para la posteridad y reflexionar sobre ellas, es tarea de filósofos pero debiera ser más bien tarea de todos : porque de ese modo, alzando la cultura a su más justo encumbramiento, que no es el de los premios y condecoraciones sino el del pueblo llano que sabe de su historia y su propio ser y lo respeta y exige al mismo tiempo que sea respetado, de ese modo (decía) se podrán evitar mil y una tropelías y canalladas de esas que se hacen casi a diario y van quedando impunes.
Tanto la historia del moderno México (o Méjico, como se prefiera) como la del Perú, se inician con sendos libros que relatan su descubrimiento y conquista por los españoles del siglo XVI. Bernal Díaz del Castillo, para México, y el Inca Garcilaso de la Vega, para el Perú, son los más fieles iniciadores de las respectivas historias de aquellos reinos tomados del poder de los aztecas e incas, respectivamente, por los soldados de Hernán Cortés y de Francisco Pizarro.
Con una visión absolutamente anacrónica de los hechos, hoy es visto todo aquello como una especie de rapiña, de inaceptables sucesos. Es un error, a mi juicio, y más hemos de considerar por qué no se piensa igual cuando se trata y habla de la conquista e independencia de la América del Norte, de los EE. UU. en concreto. ¿Dónde están las diferencias? ¿Acaso no había ya habitantes indígenas en Illinois, Pensilvania, Massachussetts, Georgia…, etc., cuando llegaron ingleses y franceses a sus costas y territorios?
Las ideas con frecuencia circulan espoleadas por intereses ajenos a la verdad de los hechos y la Historia, que no a su real naturaleza de “hechos naturales en sus contextos históricos respectivos”.
Se ha dicho “lenguas naturales” para no incluir en estas consideraciones a los diversos “lenguajes artificiales” (por así llamarlos) que existen y muy posiblemente hayan existido.