Si el sentido de las cosas estuviera totalmente libre de problemas, la consciencia que nos formaríamos de ellas, de las cosas, tendría que ser de manera natural algo unívoco, como ocurre con las matemáticas o con la geometría clásicas, esto es, aquellas ciencias exactas donde siempre, (y recalco : siempre), 2 + 2 = 4. O donde 360º conforman, siempre, un giro completo, una circunferencia.
Pero en la vida humana real el sentido de las cosas es, por su propia naturaleza, algo problemático : porque nos proponen con harta frecuencia la necesidad de analizar y evaluar; la obligación, -diría ahora-, de resolver esos mil y un problemas que la propia existencia nos va poniendo a cada paso del viaje este en que consiste vivir. Y aclaro aquí que el término “problemático” que vengo utilizando no tiene ningún componente negativo, sino que se ciñe enteramente a su estricto valor matemático : el que le asigna, por ejemplo, don Julio Casares su Diccionario Ideológico de Lengua Española.
El convencimiento de que esto es así no me viene sólo de personales pensamientos, sino que algunas reflexiones hechas a la par de ciertas lecturas que estimo instructivas han fortalecido en mí esta creencia : no hay vida humana “total” que no tenga en sí misma una especie de abanico de problemas, unas como problemáticas necesariamente solapadas con el vivir mismo de todo ser consciente. Y recalcaba ahí arriba lo de “total” junto al adjetivo “humana”, ya que creo acertado entender que la vida de un demente o de un necio, pongamos por caso, aunque no dejen de ser vidas humanas, no son vida humana “total” : falta en ellas algo de alma, un no sé qué de consciencia.
Más bien son vidas que están como encerradas en “burbujas aislantes”, como esas que pintó, envolviendo a algunos de sus seres de ensueño, Hieronymus Bosch en “El jardín de las delicias”, obra que podemos ver en el Museo del Prado, y de cuya finalización, en este 2015, se cumplen, precisamente, quinientos años. Medio milenio ya del famoso tríptico, tan enigmático como lleno de elementos que me atrevo a llamar, si no oníricos, sí que visionarios. O puede que ambas cosas a la vez : oníricos y visionarios.
Antes hablé de lecturas que califiqué como instructivas. Ahora debo decir a cuáles me refería ya que, en textos que estoy preparando para unas próximas entradas en este blog, esas lecturas van a tener un gran protagonismo como base sobre la que apoyaré mucho de lo que escriba. Se trata de algunos fragmentos de la “Vida” de Teresa de Jesús, cosas del “Persiles” y el “Quijote” de Cervantes, y una conferencia de Carl Gustav Jung titulada “El punto de inflexión de la vida”, que pueden ustedes ver en el volumen 8 de su Obra Completa, en Editorial Trotta, y en traducción de Dolores Ábalos en el 2004. Y ya me retiro por hoy, dejándoles estas palabras : mediten bien su voto para este inminente 20D, pues la vida de este país es tan intensamente humana como (creo) innecesariamente problemática. Gracias a todos.
Aprovecho para felicitarnos todos por algo : ya se dejó de decir aquella soberana estupidez de “dar un giro de 360º” con la intención de querer indicar que uno, con ello, cambiaba de manera radical una futura acción suya. No : un giro de 360º le deja a uno exactamente orientado en la misma dirección que tenía antes de girar. Lo correcto es decir “un giro de 180º”, si lo que se desea indicar es un cambio radical de pensamiento o de acción.
¿Que por qué se decía antes por muchos eso de los 360º? Muy simple : por amor de exagerar el cambio o la intención de cambio.
Pero a lo nuestro : la relación de este texto de hoy con los anteriores, que venían tratando de cosas del Quijote sobre todo, puede ahora parecer nula. No es así, como se verá en su momento.
La puesta de sol que ilustra este texto viene sugerida por el texto que leíamos en C. G. JUNG, que hablaba de la vida humana en términos de “amanecer, mediodía, atardecer, noche”. De la cuna a la sepultura. Y lo de verticalidad es algo que se me ocurrió cuando pensé en la necesaria, en la muy conveniente verticalidad del propio ser humano en tanto es ser vivo : caminando, y de pie. En pie, como los árboles.
Es algo curioso que la misma palabra “cosa” sea prima-hermana, por así decirlo, de la palabra “causa”. Y uno de los condicionantes de cómo entendemos y valoramos las cosas, de cómo les damos sus sentidos, es precisamente lo que las cosas causan en cada uno de nosotros. Eso de que cada cual, según le va, de la feria acaba diciendo esto o lo otro.