“Espiral.- La espiral, cuya formación natural es frecuente en el reino vegetal (las viñas) y animal (los caracoles y sus conchas) evoca la evolución de una fuerza, de un estado. En todas las culturas se encuentra esta figura cargada de significaciones simbólicas. /…/ Es un motivo abierto y optimista : nada es más fácil, cuando se ha partido de una extremidad de la espiral, que alcanzar la otra extremidad.
La espiral manifiesta la aparición del movimiento circular saliendo del punto original; este movimiento lo mantiene y prolonga indefinidamente : es el tipo de líneas sin fin que enlazan incesantemente las dos extremidades del devenir… (La espiral es y simboliza) emanación, extensión, desarrollo, continuidad cíclica pero en progreso, y rotación creaciones.
La espiral es un símbolo presente en muchas culturas, desde los celtas o los fogones, o los hindúes… En todas las culturas, y esto, desde el Paleolítico, donde era posiblemente símbolo de vida y fecundidad y estaba marcada o inscrita sobre los ídolos femeninos, significando el equilibrio en medio del cambio. representa la dinámica de la vida y su regeneración. La espiral /…/ está en la base de toda creación.
La espiral simboliza también el viaje del alma después de la muerte, a lo largo de los caminos por ella desconocidos, pero conduciéndola (al alma, tras de la muerte) hacia el foco central del ser eterno. Entre los germanos, una espiral rodea el ojo del caballo que, subido sobre el carro solar, simboliza la fuente de la luz.”
Estas cosas, y muchas más de este mismo sentido y calibre, leemos en los diccionarios de símbolos. Para este caso he utilizado el que publicó en castellano la Editorial Herder en Barcelona, 1993, de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, escrito originalmente en 1969 y vertido a nuestra lengua por Manuel Silvar Y Arturo Rodríguez. También he acudido al Diccionario de Símbolos de J. C. Cooper, publicado en Londres en 1978, y cuya versión castellana es de Enrique Góngora Padilla en la Editorial Gustavo Gili, en Méjico, en el 2000.
Estas cosas que decimos en relación con la espiral, como forma frecuente en la naturaleza y como símbolo prácticamente universal y que se halla en todo tiempo, desde la Prehistoria hasta la actualidad, viene a cuento de su “leve aparición” en el episodio de la Segunda Parte del Quijote, cuando el famoso hidalgo se hace descender por una cuerda a la Cueva de Montesinos. Allí, en el fondo de la cueva, entre la luz y la oscuridad, entre sueños o imaginadas situaciones, que en su momento veremos en otro texto posterior a este, Don Quijote “se enrosca sobre sí mismo” y, como señala un luminoso estudio de este episodio de la Cueva, vuelve a su ser y camina ya hacia el final, la obra de Cervantes citada, y hacia su tranquila muerte, el caballero de la Triste Figura, Don Quijote de la Mancha. Todo ello lo veremos, que por hoy debe bastarnos la consideración de este símbolo, cuya fugaz aparición tiene lugar en el episodio ya dicho, cuando está el caballero ya en el hondón de la gruta.
Como todo lector del Quijote puede recordar, y caso de no poder, puede constatar acudiendo a la obra, el caballero es descendido a la Cueva de Montesinos atado a una soga de unas cien brazas, se dice, y al poner los pies sobre el suelo, Don Quijote fue enrollando la cuerda en medio de un círculo y en espiral. La parte del episodio que citamos aquí está en el capítulo XXIII de la “Aventura de la Cueva de Montesinos”, ya en la Segunda Parte del Quijote, como se ha dicho arriba en el texto.
Sobre esa cuerda enrollada en espiral, como marca Aldo Ruffinatto en su magnífico estudio “Dedicado a Cervantes” (Prosa Barroca y Sial Ediciones, Madrid, 2015. En página 107), se sienta D. Quijote para descansar, y cae en un sueño que califica de profundísimo pero del que despierta bruscamente para ver las cosas de increíble rareza que van a marcar un punto de inflexión tanto en la novela como en la propia vida del caballero.
Ya veremos todo ello en su lugar oportuno, que hay tela que cortar en este asunto. Gracias.