«En los confines más ignorados, en las mañanas de lluvia y barro, los pobladores de las subprefecturas se encaminaban, en ocasiones antes del alba, hacia aquellas tristes construcciones con el fin de dar cuenta de sus sueños. Sin molestarse siquiera en llamar a la puerta gritaban desde el exterior : «¡Haxhi!, ¿tienes abierto ya?».
La mayoría no sabían escribir, por eso acudían tan temprano, antes incluso de pasar por la taberna, con el fin de que no se les olvidara el sueño. Y lo describían de viva voz mientras el amanuense, con los ojos soñolientos, maldiciendo aquel sueño y a su autor, transcribía sobre el papel lo que iba escuchando.» (Pág. 75. «El palacio de los Sueños», de Ismaíl Kadaré).
La edición que manejo ahora de esta obra del autor de «El general del ejército muerto», -que se publicó en París vez primera en francés en 1970-, está en Cátedra, Letras Universales, en Edición y Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde. La publicación de esta novela, (cuyo título es el de esta entrada de hoy en «Palabras, bosques»), en 1981,
supuso un gran riesgo para su autor : las denuncias de todo régimen totalitario conllevan consigo un posible saco de prestigio junto a un seguro, fijo, terrible saco de peligro. Peligran la libertad, la vida incluso, de quienes con sus obras -y más si éstas tienen en sí suficiente prestigio- denuncian las atrocidades de los regímenes sobre las poblaciones o, en definitiva, de los hombres sobre los hombres mismos, de los dirigentes sobre los pueblos.
Hay modos de autoritarismos que rayan con lo demencial, que se asoman sin pudor a los abismos del ser humano y a sus más detestables lacras indeseables : las del poder ejercido como arma sin posible antídoto. Ese tipo de poder que envenena al que lo sustenta y ejerce, y que es capaz de convertir esa fantástica maravilla que puede llegar a ser la vida sin más ataduras que un moderado y racional uso de la libertad personal, convertir la vida, decía, en una tortura sólo apta para ejercicios literarios o artísticos como panacea individual…, en secreto.
«Le palais des rêves» apareció en francés en 1990, y muy pronto se tradujo al español. Es posiblemente la obra más significativa del escrito albanés, que durante años debió residir en Francia a fin de evitar la más segura de las catástrofes personales : la de la libertad e incluso la vida a manos de ese tipo (¡tan fácil de darse a lo largo de la Historia!) de fanáticos del poder totalitario que son capaces de aplastar cuanto salga a su paso y, vivo, les signifique el más mínimo obstáculo a sus miserables apetencias.
Pese al tiempo transcurrido, esta obra del escritor I. Kadaré no ha perdido ni un ápice de interés, y su lectura nos introduce de lleno en un mundo que es a la vez kafkiano y real, fantástico y de un simbolismo al que difícilmente puede uno sustraerse. Imaginar un régimen que controle a sus ciudadanos a través del control de sus sueños, ¿es de veras algo imposible de darse? Hmm… Dependería del modo de control de que se hable, y del tipo de sueños que se sustenten. Pero eso es ahora otra cuestión que no me va a desviar de la que ahora es primordial : la de la lectura de «El Palacio de los Sueños», y la de su reflexión. Es un ejercicio de libertad, entiendo. Hágalo, pues, quien así lo quiera. Gracias.
Ciertamente neurólogos y filósofos saben, (o al menos algunos de ellos así lo manifiestan), que a través del control de lo que una persona pueda llegar a desear y soñar, se hace posible un grado de control sobre dicha persona que en modo alguno está lejos de lo que sería una grave pérdida de libertad de pensamiento, primero, y de ejercicio vital después.
¿Saben ustedes qué era Albania (y su Partido del Trabajo, tan ligado al Partido Comunista de China) durante la segunda mitad del pasado siglo XX?