La Física nos dice que somos seres materiales. Y deducimos de ahí que estamos en un cuerpo y en un espacio, y que todo eso que somos está dentro de un tiempo, pasado el cual, dejamos de ser lo que somos y nos desvanecemos. Somos cenizas o polvo que retornan un día a lo que fueron. De la Química deducimos, entre otras muchas cosas, que memoria, deseos, pensamientos, sensaciones…, todo cuanto la mente desde el cerebro elabora, son reacciones : a partir de las neuronas, de todos los circuitos y conexiones que constituyen esa fantástica «máquina viva» que es el cerebro humano, desde ese complejo que no tenemos por qué convertir en nada «misterioso» ni «mágico», (por más que no sea éste, nuestro cerebro, aún conocido del todo), desde ahí con-formamos todo lo demás. Y la ciencia de la Neurología se esfuerza en esa tarea : desentrañar esa máquina, el cerebro.
Pero las cosas, por lo menos para un cierto número de formas de pensar, no son tan simples o, al menos, no terminan ahí. Todo lo contrario : es «ahí» donde empiezan todas las cosas, es a partir de ahí donde comienzan a nacer innumerables preguntas cuyas respuestas, o no están dadas del todo, o cambian con los tiempos, o hallan, sí, eventuales soluciones que dejan de ser válidas un día…, y vuelta a empezar.
Las indagaciones sobre el lenguaje, los fundamentos de determinadas corrientes de la filosofía, el ser mismo del arte en muchas de sus manifestaciones, cuestionan, en sus bases, en sus más fiables bases, en principio, estas tan elementales y, al parecer, innegables respuestas de la física y la química. Eso, por no entrar en otras ciencias de la naturaleza ni meternos en aquellas camisas de once varas de las ciencias del espíritu, suponiendo que haya una «ciencia» del espíritu y, desde luego, sin plantearnos aquí y ahora la definición de esa escurridiza palabra : espíritu.
Algo (anticipo) que sí que haremos en otros textos, más adelante, cuando tengamos más acotado ciertos «campos» que aún habremos de delimitar con certeza, pues son campos de la ciencia del lenguaje, de la semántica, de los orígenes de las palabras. Me refiero con ese «algo» a abordar un intento de trazar una determinada «cartografía» de lo que hoy por hoy podemos entender por «espíritu humano». Pero hoy, nos quedamos en las lindes de ello, y seguimos con los fantasmales y luminosos parajes de los sueños.
«Nace la pintura, como es sabido, en las cavernas para apresar mágicamente algo que fluye y se escapa : las almas de los vivientes codiciados.» Es cita de un texto de María Zambrano, y es cita donde nos hemos permitido hacer una modificación que inmediatamente voy a aclarar. Donde hemos puesto esos dos puntos (:) entre «…escapa» y «las almas…», lo que la discípula de Ortega y Gasset nacida en Vélez Málaga había escrito era, simplemente, una coma (,). He creído, y espero no haber incurrido con ello en un error, que con los dos puntos daba ahora más rotundidad a la afirmación de la gran filósofa española del siglo XX. Ojalá hayamos acertado.
Los sueños constituyen por sí mismos un universo tan rico y complejo que no creo que puedan ser desentrañados ni por la Física, ni por la Química, ni tan siquiera por la misma Neurología, aunque sí puedan ser tratados en parte por la Psicología y la Psiquiatría. Porque, -y es esto una creencia muy afirmada en nuestro más íntimo ser-, los sueños en gran medida constituyen un arte. Sí : existe un arte del soñar, o del «ensoñar», y es desde esa forma de arte que se originan en una muy gran medida gran cantidad de obras de arte y hasta se configuran determinados artistas y pensadores, creadores todos ellos, antes de, durante el, y después del Surrealismo.
Venidos más acá de los años donde se dio lo más fecundo y granado del Surrealismo, los de las dos primeras décadas del siglo XX, han seguido surgiendo creadores que continúan las líneas maestras de los maestros del movimiento «sur – real». Uno de ellos, de quien espero ocuparme con mayor detenimiento en próximas entregas a este foro, es el creador polaco Jacek Yerka, de quien es ese cuadro que hoy elegimos como ilustración a este post de hoy.
Diría uno que la figura femenina ahí desnuda y de espaldas nos sugiere el mundo clásico de los griegos con toda su estupenda luminosidad, y ese abigarrado conjunto de maderas dispuestas en forma de escaleras, vigas, puertas, techumbres inacabadas…, nos arrojan de pronto al caótico mundo nuestro de hoy.
Diría uno que esa figura humana desnuda sólo tiene ya como posible salida a un mundo mejor ese espacio azul abierto arriba, donde los techos no se cierran, y donde sería posible, únicamente, el sueño de la armonía. Pues es armonía y belleza en su más pura esencia (esta vez, ese desnudo femenino) lo que aquí contrasta con el caos y el desorden que nuestro mundo (hoy, en este convulso inicio del siglo XXI) se empeña en sostener.
Como resulta obvio, no se agotan ahí ni mucho menos las posibilidades de interpretar esa obra de Yerka.
¿No podemos, acaso, centrarnos en el contraste entre la desnudez de la belleza inocente de la mujer, una especie de Eva antes de la Caída, y ese sinsentido de tablas, vigas, maderos…, una especie de vano esfuerzo por construir un mundo que tuviera en sí validez?
Cuando digo que «soñar es un arte» no estoy situándome en la línea que ya marcara Carlos Castaneda en sus libros en torno a Juan Matus y las «magias» de los brujos u «hombres de conocimiento» de los indígenas mexicanos, en especial en su obra así titulada, «El Arte de Ensoñar».
No. Mi idea ahora, sin entrar en los mundos que plantean Castaneda y otros, como Taisha Abelar o como Florinda Donner, es otra. Mi idea está -creo- más cerca de todo ser normal y corriente y menos adscrita a esas magias que, por otro lado, nunca he desdeñado.
Pero cada cosa en su caso.
En relación con los ensayos de María Zambrano sobre el sueño, y respondiendo así a algunas cuestiones que me han planteando personas que siguen estos temas, debe aclararse que M. Zambrano no se ocupa en absoluto de los contenidos de los sueños, ni tampoco de sus significados, el sentido o la interpretación de los «episodios» que se sueñan. María Zambrano se ocupa de «la forma – sueño», o, si se prefiere, del estado o proceso del «modo-sueño». Esto es de gran importancia para valorar en sus justos términos la mayor parte de lo que expone Zambrano en sus ensayos sobre ese apasionante tema.
En concreto, -explica Francisco José Martín en un ensayo-, lo que pretende María Zambrano es realizar una «fenomenología de la «forma-sueño». Antes, en el mismo ensayo, ha señalado cómo la propia Zambrano se refería a que «hasta ahora, y desde Freud, los estudios de los sueños se han centrado en el análisis e interpretación del contenido de los mismos, los sueños, descuidando el «fenómeno – sueño» en sí.
Ambas citas las hago de memoria, y aun cuando vayan entre comillas, tal vez no sean literalmente exactas. Su sentido, sí que lo es.