La palabra griega Psique tiene una curiosa variedad de sentidos. Sus significados van desde «soplo, aliento», pasando por «alma, inteligencia, carácter, vida…» hasta «mariposa». Me resulta altamente curioso que conceptos como «alma», «vida» o «aliento» estén relacionados, a través de ese término tan persistente de la lengua griega clásica, Psique, a la palabra «mariposa». Y también me llama la atención la historia misma del vocablo griego psique, que llega a nuestros tiempos y se instala en la Mitología y sobrevive a todas las posibles «catástrofes».
Antes de seguir con lo de hoy, estas aclaraciones : uso ahora las palabras «sentido» y «significado» con un mismo valor; y pongo la palabra catástrofe entre comillas porque la utilizo en el sentido que le daba el ilustre matemático creador de la «teoría de las catástrofes», cosa que ya tratamos en otro lugar, pero que no debemos dejar nombrada y a la vez como en el aire :
Se llama «teoría de las catástrofes» a una de las ramas del estudio de las bifurcaciones de sistemas dinámicos, y ya a finales de la década de los años 50 por el matemático francés René Thom. Muy en boga en los años 70, se pudo de manifiesto una gran controversia cuando Erik C. Zeeman llevó su aplicación al campo de las ciencias humanas, sacándola de los iniciales dominios de la mecánica, la geología, la lingüística y otros. La teoría de las catástrofes está íntimamente ligada a la «teoría del caos», que nos vino a partir de estudios sobre meteorología, y a la de los «sistemas disipativos», que estudió Ilya Prigonine. En nuestra lengua se ha ocupado de esta teoría de R. Thom Fernando Miguel Pérez Herranz, en su «Lenguaje e Intuición Espacial» (1996).
Volviendo a la Psique : ¿no llama la atención que esa muchacha mítica, así llamada, PSIQUÉ, dotada de gran belleza y gran amor del dios Cupido, debido a su curiosidad casi llegara a quemarse como si fuera una mariposa que se acerca a una hoguera? Porque quien lea y medite el mito de Psique y su breve historia no dejará de estar de acuerdo con nosotros ahora en que, movida por su curiosidad, la bella amante del dios puso en peligro todo sus ser y sentir a causa de su repentina e insaciable curiosidad. Lean ustedes algo ligero sobre el mito, y comprueben dos cosas al menos : la una, esta que estamos diciendo, lo de la curiosidad de la hermosa Psique, y la otra las conexiones de este mito con dichos como el de «la curiosidad mató al gato» o como ese relato folklórico o «cuento de hadas» de Barba Azul, (cuyo autor es Charles Perrault, y se publicó en 1697).
Algo de esto de la curiosidad, «aliada mortal» de la juventud al mismo tiempo que su arma más poderosa, está presente en la historia de Eva en el Paraíso y en la historia de la Caja de Pandora. Y algo así está hondamente implicado en lo que es la historia misma de la ciencia humana : sin un mínimo de curiosidad, sin ese al parecer innato deseo de saber más y más, ¿no seguiríamos estando en ese «paraíso mental» de quienes viven sobre árboles y se acomodan a limitar su vivir a consumir vegetales y frutas y poco más, y reproducirse como especie sin «catástrofe o cambio» alguno? Creo que sí.
Y es que los seres humanos nunca podremos «volver a esa Ítaca» del tiempo pasado, ese que «a nuestro parecer», como dijera el gran Jorge Manrique, «fue mejor». Ni fue nunca mejor el tiempo pasado, ni tampoco fue peor : fue lo que fue, y está fuera de comparación con cualquiera otro tiempo, personal o histórico, que queramos imaginar. ¿Así también nuestra alma, sea lo que fuere el alma humana, inmortal o no, individual realmente o sólo en apariencia? La vuelta a Ítaca sólo es posible en el relato homérico, si es que La Odisea es realmente obra del más famoso ciego de la Literatura Universal. ¿O sí lo es? El retorno a Ítaca, digo.
No lo sé, no lo sé. Pero les aseguro que sobre estas cosas seguiremos indagando : que estamos muy de lleno entrando en eso que llamamos la semana pasada «lindes del ser», y vamos a tener que ampliar poco a poco los límites que en un principio nos marcamos : de Carl Gustav Jung deberemos pasar a los físicos de la cosa cuántica, y de los cuentos de hadas (que lo son mucho menos de lo que nos podamos creer : cuentos) a los sueños de crímenes o de vuelos, de pasiones extrañas o de inacabables persecuciones.
En entradas sucesivas comentaremos cosas que dejó C. G. Jung planteadas en su obra «Símbolos de transformación», texto que citaremos desde la edición de sus Obras Completas, editadas por la Editorial Trotta. Es el volumen 5 y su traducción es del 2012, por Rafael Fernández de Maruri.
Aclaro esto por si algún lector tiene a mano esta obra de Jung y en su momento quiere entrar por su cuenta en los mismos textos que se citen y discutan.
En el Prólogo a la 4ª edición de la obra de Jung antes citada, en la página 6 del volumen antes dicho, podemos leer :
«¡El alma no ha nacido hoy! Cuenta ya su edad en millones de años.La consciencia individual es sólo una flor y un fruto de temporada que brotan del perenne rizoma subterráneo, (…), porque el trenzado de la raíz es la madre de todas las cosas.» (C. G. Jung).
¿Acaso no estamos ante una idea fantástica, sea cual sea el valor que se le quiera dar ahora al término «alma»?
Por esas sendas seguiremos avanzando. Gracias.
Leo en La Opinión de Malaga de hoy acerca de la posibilidad de clonar neandertales… ¿Y cómo clonarían la cultura de esa especie extinta hace unos 30.000 años? ¿Se supone que en el ADN está incluido el habla y toda la tradición cultural ,
En el ADN están las posibilidades del habla y toda la tradición cultural, pero si no se desarrollan, se experimentan y se vive no somos nadie (ni habla ni tradición). Los niños actuales no nacen hablando ni emocionándose con un equipo de fútbol. Si ahora clonamos a un neandertal habría que ver su capacidad de adaptación a este mundo y, a nosotros en función de nuestro trato (cómo lo tratamos). Si no fuera por la lástima y lamentable mundo que le vamos a ofrecer, me parecería un asunto interesante -el de la clonación.
Un saludo, señor Laza.
Certera observación la suya, señor Holden. Es una alegría leerle por estos foros. Gracias.
No sabemos al día de hoy, el motivo de la extinción de los Neardentales, pero en todo caso fue la falta de adaptación, e inclusive el no soportar algún tipo de enfermedad que el Homo Sapiens si resistió, ya que fueron contemporáneos.
Por lo que traer a la vida a una criatura de otra “raza” “humana” para criarla y educarla como a nuestros hijos me parece de una crueldad tremenda. En fin mientras no me clonen a Hitler o Zapatero que hagan lo que quieran.
Por cierto el artículo, «estupendo», que manos tienes para escribir, envidiable querido amigo.
Gracias, amigo Ildefonso. Pero no estoy de acuerdo en esa «igualación» entre Hitler y Zapatero. Y conste que no soy ni partidario del PP ni tampoco del PSOE : creo que nuestras llamadas «clases» políticas deberán someterse a un riguroso examen auto-crítico y comenzar a gobernar de verdad. Hoy por hoy, más que gobernar lo que hacen es acaparar poder : yo, por delante del partido, y el partido por delante del país de la ciudadanía. ¿O no?
Yo pienso que clonar cualquier especie ya seleccionada por la misma naturaleza para su extinción, no creo que traiga nada bueno.Teniendo en cuenta que si se repiten las condiciones ambientales de su época estarían extinguiendose nuevamente y si se cambian dichas condiciones, ya no sería el neardental que se extinguió sería otro con más ventejas(como si todos naciesemos inmensamente ricos, ¿seríamos los mismos?
Un saludo
Es razonable lo que dices. Claro que, en el caso de ese tipo de clonación, habría que saber si la finalidad es realmente «re-crear» una especie ya extinta, o es agotar una posibilidad de la ciencia ( : en el hecho mismo de la clonación, ya se «agota» la posibilidad ), o saber más sobre dicha especie al tiempo que se avanza en la práctica de esa «tecnología clonativa», por así llamarla.
Lo que no dudo es que si puede hacerse, se hará : en ese terreno el ser humano siempre ha actuado así. Y toda «moralidad» o ética implicada, se aparta en tanto lo que priva y prevalece es el propio interés del investigador.
Saludos, también.