Entre las múltiples clasificaciones de sueños, las que se han venido haciendo tradicionalmente, las que se hacen hoy día, y las que en un futuro puedan hacerse, hay una muy elemental y además muy fácil de identificar : la que divide los sueños en dos tipos, que son los sueños que podemos llamar «positivos» y los «no positivos». Repárese en que no decimos «negativos», ( que ahora no sería, en rigor, lo contrario de «positivo» ), sino que hemos empleado una perífrasis mínima : «no positivo».
La identificación de /positivo/ versus /no positivo/ en principio sería muy clara : aquellos sueños que produzcan en el soñador una cierta tranquilidad, o le transmitan una cierta energía, esto es, aquellas cosas que al despertar de un sueño recordemos haber soñado y, al recordarlas, nos sintamos mejor con nosotros mismos, serían sin lugar a dudas sueños positivos. Ya sea porque nos clarifiquen dudas que tengamos, o porque en nuestro «ensueño» hayamos contactado con estados de ánimo, o lugares, o personas que nos resulten gratificantes, o por los motivos varios que fueren, todo lo que recordemos al despertar de un sueño y nos produzca de forme inequívoca un estado de ánimo, físico y psíquico, o estético y ético, o de sentimiento moral…, etc., todo eso será o podrá ser entendido como «sueño o ensueño positivo».
No importa ahora el carácter que tenga el soñar en sí, el contenido mismo del sueño habido, la historia recordada. Podrá tratarse de un sueño erótico grato, de un sueño de viaje, de un sueño de hallazgos y encuentros, de cualquier cosa, en realidad. Lo que importa es el efecto que deje en nosotros lo ensoñado y luego recordado.
De entre los sueños que en principio algunas personas no se atreverían a clasificar como positivos o no positivos, sino que dejarían en una zona de indeterminación significativa, o que incluso, y como mucho, tenderían a interpretar como síntoma de que el soñador simple y llanamente tiene hambre, es soñar con pan. Y ahora dejamos de lado todo otro posible alimento : carne, pescado, legumbres, pasteles, verduras… Nos ceñimos al pan.
El simbolismo del pan es nítido en la mayoría de las culturas, desde las que se han desarrollado en la cuenca del Mediterráneo hasta las de la India, gran parte de Asia, extensas zonas de África, y la mayor parte del continente americano. En algunas culturas el pan es, incluso, algo cercano a lo sagrado, a lo que conecta al ser humano con lo divino de su propia naturaleza. Y que ahora y aquí cada cual interprete lo de «divino» como quiera. El pan en este sentido es más que un mero alimento del cuerpo : es también, y sobre todo, un símbolo de alimento del espíritu, del alma. Y puede llegar a simbolizar la armonización de los seres que poco antes hayan estado implicados en estados de desarmonía : consigo mismos, o con otros. Volveremos sobre ello, y pondremos ejemplos de sueños concretos y el resultado, conocido luego de un tiempo, de esos soñares. Hasta entonces, pues : que esos sueños son en sí, y a su modo, también «centros de poder». Como el monte Uluru, ni más ni menos. Que no todo centro de poder ha de ser un lugar físico, sino también, – y a veces son los más efectivos -, «centros internalizados», algo como «lugares no visibles de la propia psique».
La palabra «pan» procede de una raíz de la «lengua de lenguas» ( o «lengua madre de muchas otras lenguas») que es el sánscrito. Tal raíz es PA-, que significa en sentido muy general «proteger, nutrir», y con diversos sufijos da lugar a palabras como éstas : «pasto, pastor, forraje, pan, sátrapa ( : en el sentido de «protector»).
La palabra «compañero» es compuesta : de la preposición «cum», que indica «lo que va junto a», y el derivado de pan-panis que es «paneare» : compañero sería, pues, «el que come pan junto a uno, el que comparte el pan con uno». Y la palabra «compañía», al margen ahora su sentido militar, pertenece a la misma familia semántica.
Se trata de un núcleo significativo y simbólico, éste del «pan» y su mundo, de una enorme riqueza.
En la expresión «partir el pan» encontramos un simbolismo de confraternidad entre personas, ya sean de un mismo grupo étnico o religioso o no lo sean.
Curiosamente, Ian Tattersall, en su muy reciente obra «Los señores de la Tierra», señala como posible que ciertas costumbres de caza entre proto-homínidos (página 90 de su obra) de «partir la carne» podrían tener como objeto reforzar los lazos entre los miembros de un grupo.
He aquí la ficha del libro antes citado : Autor, Ian Tattersall. Obra,
«Masters of the Planet. The Search for our Human Origins».
Primera edición en inglés por Palgrave Macmillan, marzo del 2012.
Traducción de
David León Gómez.
«Los señores de la tierra. La búsqueda de nuestros orígenes humanos». Edic. Pasado y Presente. (Mayo del 2012)
Barcelona