De pronto las imágenes se abren hacia afuera, la cámara oscura revela abismos insondables. Es el alma, es el alma, es la diosa que se torna nubes en atardeceres, en la mañana, en los celajes fugitivos. El hombre que paseaba junto a la ribera capta un instante en el horizonte, mira despacio los cielos, el rumoroso paisaje, y prepara su brevísimo acto (¡sublime!) donde la técnica y el punto exacto del enfoque apresan perspectivas, castillos, montes, poblados, mil y una cosas añejas, mares preñados de presagios con esas nubes que auguran miradas de deidades. O pueblos eternos entre sembrados y riscos que vistos desde la sabia mirada interior del que maneja la cámara parecen como recién salidos de un sueño.
“¡Amo las nubes, las nubes, las maravillosas nubes…!” , como escribió Baudelaire en el texto que inicia sus “Petits poemas en prose” : “J`aime les nuages… les nuages que passent… labas… les merveilleux nuages!”
Nubes que son mucho más cuando devienen patria : porque también en el aire se tiene, se reconoce la propia tierra que uno sueña. Y porque las nubes a veces son alma, alma que es como la verdadera tierra de la patria.
De J. M. William Turner se cuenta que, luego de ver un daguerrotipo, parece que reflexionó sobre los efectos de la venidera cámara fotográfica en relación con el futuro de la pintura, y dijo que se sentía feliz de haber pintado ya cuanto le interesaba pintar, ya que consideraba que a partir de ese “artefacto” el arte de la pintura cedería ante el nuevo invento. ¿Cómo iba la mano humana a competir con el fotón?
Como en los textos que seguirán a este de hoy nos vamos a ocupar de un tipo de fotografía que con plenitud de sentido podemos considerar artística, y como esas cuestiones de lindes entre artes, de límites donde la pintura quiere copiar el natural, o por el contrario, trata de interpretar lo que el ojo capta sin llegar a ver “lo que realmente ve”, que más que el ojo son determinadas operaciones, algunas de las cuales estudia en la actualidad la Neurociencia, y otras son objeto de consideración por los historiadores del Arte, no abundaremos ahora mucho en ese tema. Nos quedamos únicamente con esto, que citamos de obra que abajo se indica, y luego pasamos a ver, sin más decir por el momento, uno de esos cuadros-fotografía, (como casi habrá que llamarlos en alguna ocasión) :
“Cézanne solía pasar muchas horas contemplando una pincelada. En sus paseos solitarios, se quedaba mirando su tema hasta que éste se derretía bajo su mirada, hasta que las formas del mundo se desintegraban en una masa informe. Al hacer que su visión se desintegrara, estaba intentando volver al comienzo de la visión, es decir, estaba intentando convertirse en una simple “placa de grabar sensible”…” (Pág. 131, “Proust y la Neurociencia”, Jonah Lehrer. Paidós, Madrid. 1ª edición, marzo del 2010).
Y ahora, la cuestión central, la que nos ocupará en otros textos venideros : ¿acaso la fotografía de Antonio Ciero Reina no es en sí un modo “nuevo” de ver el mundo cotidiano? En realidad, todo el arte lo es. Siempre. Y estas fotografías, de las que en la cabecera de este texto ponemos una sólo, pero de las que ofertamos desde aquí el propio Portfolio de Antonio Ciero Reina, son ambas cosas : arte, y modo nuevo de ver el mundo. Quede para más adelante insistir en esta idea, razonarla, y tratar de convencer, en su caso, al lector que pueda albergar dudas al respecto. Gracias.
Como se ha dicho antes, ofertamos en este link el Portfolio de Antonio Ciero Reina. En lo sucesivo, nos referiremos a este espacio lleno de arte, que puso a nuestra disposición Antonio Ciero, por lo que le quedamos profundamente agradecidos.
http://acr1970.photaki.com/
Quiero dedicar este primer texto sobre fotografías de Antonio Ciero Reina al buen amigo Ignacio Atencia, que durante años ayudó a quienes estamos (¡y estaremos, me temo!) algo ayunos de conocimientos informáticos y colaboramos en los blogs de La Opinión de Málaga.
Gracias, Ignacio, por tu paciencia e inestimable ayuda.
Con un fuerte abrazo
Manuel