“¿Sabías, Fulgor, que ésa es la mujer más hermosa que se ha dado sobre la tierra? Llegué a creer que la había perdido para siempre. Pero ahora no tengo ganas de volverla a perder. ¿Tú me entiendes, Fulgor? Dile a su padre que vaya a seguir explotando sus minas. Y allá…, me imagino que será fácil desaparecer al viejo en aquellas regiones adonde nadie va nunca. ¿No lo crees?
Puede ser.
– Necesitamos que sea. Ella tiene que quedarse huérfana. Estamos obligados a amparar a alguien. ¿No crees tú?
– No lo veo difícil.
– Entonces andando, Fulgor, andando.
-¿Y si ella lo llega a saber?
-¿Quién se lo dirá? A ver, dime, aquí entre nosotros dos, ¿quién se lo dirá?
Estoy seguro que nadie.
Quítale el “estoy seguro que”. Quítaselo desde ahorita y ya verás cómo todo sale bien. Acuérdate del trabajo que dio dar con la Andrómeda. Mándalo para allá a seguir trabajando. Que vaya y vuelva. Nada de que se le ocurra acarrear con la hija. Ésa aquí se la cuidamos. Allá estará su trabajo y aquí su casa adonde venga a reconocer. Díselo así, Fulgor.
Me vuelve a gustar cómo acciona usted, patrón, como que se le están rejuveneciendo los ánimos.” (“Pedro Páramo”, páginas 91 a 92).
La inmensa mayoría de los diálogos que solemos conocer a lo largo de nuestra existencia y reconocemos como de suma excelencia, como diálogos de gran maestría, suelen ser aquellos que nunca han existido fuera de la ficción donde alguien los ubicó y creó. Hablo, cuando digo eso de “que solemos conocer a lo largo de nuestra existencia…”, de las personas habituadas a la lectura, al cine también, y al teatro. Y desde el pasado siglo XX, a la televisión. Cuando la televisión no es bazofia, todo se diga.
Las que no frecuentan estas maneras de ocio, estas actividades que son para unos, (los menos), trabajo y profesión y para otros, (los más), entretenimiento, diversión, u ocios, como se ha dicho antes, ésas personas ajenas a estos mundos de las ficciones convertidas en maneras artísticas, sólo suelen conocer diálogos “reales”, los que tienen con sus vecinos o los que de sus cercanos escuchan y oyen.
Diálogos reales serían, así pues, los que han existido en la vida de cada día, los sí habidos. Y éstos diálogos, salvo excepciones, no se suelen poner en letra impresa ni se registran en modos algunos. Pasan como vuelos de pájaros libres cada día por los aires. Y al pasar, forman esa argamasa invisible y tan sutil de que está hecha nuestra existencia y conforma la textura de nuestras vidas. Y los otros, los fingidos, los imaginados, los no transcritos pero sí escritos por el aquel aquello de crear relatos, novelas, cuentos, narraciones o fabulaciones, ésos, diálogos nunca habidos son. Pero sigamos, que es otro el tema a ver hoy y tratar de considerar, y a ver qué nos depara…
¿Y los diálogos que a veces recordamos haber mantenido en algún sueño? No es algo frecuente, lo más usual es que se sueñen cosas donde se ven imágenes, a veces fantásticas, incluso imposibles, inimaginables en el mundo de la vigilia, pero aunque menos usual, también recordamos sueños donde existen diálogos.
Unas veces son diálogos que el propio sujeto soñador, – ese “ego oniricus” que al parecer poseemos -, mantiene con otro sujeto mientras sueña. O con más de un sujeto onírico, ya sea conocido en la vida de vigilia, ya sea desconocido, o, cosa que también a veces ocurre, con algún sujeto que recuerda de otros sueños.
Bien, esa esto como fuere, esos tipos de diálogos ¿dónde los ubicamos? ¿Son reales o no lo son? ¿Qué es lo que llamamos con toda propiedad “realidad”? Ahí está la cuestión, ésa es la clave de lo que se plantea ahora : dependiendo del grado o del tipo de realidad que le demos a todo lo que constituye el mundo de los sueños, ese tipo de diálogos tendrán más, menos, total o…, ninguna realidad.
Puede todo esto parecer una cuestión tan lateral que carece de importancia, y sin embargo, si atendemos a la progresiva importancia y el constante interés que despiertan los fenómenos oníricos en el mundo científico, tanto los que abordan temáticas de psicología, como los que estudian el cerebro humano y sus funciones, la cosa cambia. Estamos ante una cuestión que presenta aspectos de notable importancia : porque si hay un grado de realidad en lo que digamos o se nos diga en los sueños, eso deberá ser objeto de atención a todos los efectos, ya que sería algo tan real como lo que decimos o se nos dice en la vida que se desarrolla en el nivel de vigilia, cuando estamos despiertos, sólo que sería una realidad de otro ámbito de la existencia.
En nuestro modo de ver estas cosas, los sueños forman parte de un mundo que tiene su propio ámbito de realidad. Que se trate de una realidad básicamente interiorizada, propia y exclusiva de cada sujeto vivo, o que pueda ser compartida dicha realidad por más de uno o varios sujetos, no es cosa que ahora abordemos.
Lo que nos limitamos a decir es que, contrariamente a como muchas personas suelen creer, a saber, que “…los sueños, sueños son”, (y dan a eso un tinte de cosa ficticia), nosotros nos inclinamos más bien por pensar lo que iba ante de la famosa frase antes puesta entre comillas : que “toda la vida es sueño, y…” Y damos a eso un nítido barniz de cosa viva y real.
Sabemos que parte de lo que hacemos durante el día, en no pocas ocasiones, resulta estar condicionado por lo que se sueña durante las noches. Aunque luego los sueños no se recuerden, que es cuestión ahora también dejada al margen. Y sabemos también que bastantes obras literarias tiene su origen y génesis directa en sueños que han tenido sus creadores, los autores de dichas obras.
Como también es ya algo que parece estar asumido, mucho de los relatos míticos en realidad proceden de la directa representación de ideas arquetípicas cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos. Y si eso así resulta ser, ¿dónde tenemos la línea divisoria entre lo que llamábamos antes “diálogos nunca habidos” y aquellos otros que comenzamos considerando como dados, ocurridos, habidos en la realidad de cada día?
Esa es la cuestión, lectores. Y a ella nos iremos acercando, en sucesivas entradas y textos, poco a poco : como quien trata de llegar a alguna meta o destino no de golpe ni de un salto, y ni tan siquiera tomando un camino directo, sino dando rodeos, mirando la meta desde más de una perspectiva, y por sus pasos contados : Para así tratar de evitar la precipitación que, al cabo, nos obliga a volver atrás y re-mirar lo que antes no atendimos.
Porque (y no echemos sin más esto en el olvido) resulta que, por ejemplo, para ustedes y para mí son hoy más reales Sancho Panza o Dulcinea del Toboso, seres de novela, personas de ficción, que no las bellas damas idealizadas y que vivieron en el siglo del Quijote y los “reales” campesinos que labraron y murieron en sus terruños. Los de ficción viven hoy, y los otros, caídos están en el olvido… ¿Qué es lo real, pues?
La edición del «Pedro Páramo» que he utilizado para esa cita inicial del texto de hoy es la de Editorial Planeta de noviembre del 2002.
La cuestión que comenzamos a plantear en esta entrada de hoy formará parte de una serie de textos donde pretendemos incidir sobre los diferentes «grados de realidad» en que, muchas veces sin ser de ello conscientes, nos movemos y gestionamos nuestra vidas, cada día, tanto cuando leemos novelas, como prensa, o vemos cine, o estamos en el trabajo, o soñamos dormidos. Gracias a todos.
Debo añadir algo : para una más exacta ubicación de este texto, considero que tener en cuenta lo que se ha publicado hace unos días en otro post anterior, también en el diario del grupo Editorial Prensa Ibérica «La Opinión de Málaga», sería interesante. Por ello, haré referencia a dicho texto que se titula «¿Tenemos una Consciencia Onírica?» Es éste:
http://comunidades.laopiniondemalaga.es/blogs/manuel_laza_zeron/tenemos_una__quotconsciencia_onrica_quot-814.html