
1.- En el Libro V de las “Confesiones”, San Agustín escribió una frase que, en cuanto repara uno en ella, pronto da ocasión a reflexionar. “De manu linguae meae”, dice la curiosa expresión. “De (la) mano de mi lengua”, con o sin el artículo delante del sustantivo “mano”, es una traducción que a unos podrá resultar chocante, (¿la lengua, -el idioma-, tiene manos?), y para otros será una imagen de notable riqueza : porque podemos pensar en un niño llevado de la mano por una madre sabia y buena, que no es sino su lengua, el vehículo originario con que aprehende el mundo y con que a sí mismo se hace y configura…, ¿acaso no dijo Luis Cernuda aquello de que es la lengua vernácula de uno la más profunda patria que se tiene?
Y también podemos pensar que la mano del idioma consiste en que es con la lengua, con las palabras, con lo que aprehendemos, es decir, cogemos, el mundo y hasta nuestro propio ser cogemos y configuramos.
Esa original locución del autor de La Ciudad de Dios, el hijo de Mónica y obispo de Hipona allá por el siglo V de nuestra Era, tiene amplia aceptación en el ideario usual de cualquier persona. Está en el inicio mismo del antes citado Libro V, y dice así : “Recibe, Señor, el sacrificio de mis confesiones de mano de mi lengua…” Dejemos ahora lo de “sacrificio” referido al acto continuado de ir escribiendo sus confesiones, y vamos a centrarnos mejor en eso de “la mano…” ( : de la lengua, del idioma).
¿Sugiere la expresión el hecho mental, que en su día comentara, por ejemplo, J. Vendryes, sabio lingüista del pasado siglo (1875-1960) de que existe una íntima conexión cerebro/mano en el hacer físico de la escritura? ¿O es “mano” metáfora para referirse a las cosas que se pueden hacer con el idioma, a semejanza de las que se hacen con las manos, una mesa, una escala, una puerta, como ejemplos? No hace mucho hablaba otro grande y felizmente lúcido sabio y gran filósofo y humanista, Emilio Lledó, acerca de la lengua como “matriz del ser humano”, y resaltaba la enorme importancia del habla como expresión libre de un pensamiento previamente libre.
Destacaba eso don Emilio porque, como razonó, eso de “libertad de expresión”, que tanto se oye decir acá y allá, no consiste en que uno suelte lo que le venga en gana y cuanto diga sean discursos vacíos, (¡como mucho!), clisés y frases hechas, lugares comunes, tópicos de moda…, y todo ello carente de sentido real, sino algo con la base y la cimentación de un previo contenido, fruto de la libre reflexión, y por lo tanto de un pensamiento también libre. Ambos libres : la reflexión, y el pensamiento.
2.- Para Joseph Vendryes el lenguaje es un hecho fisiológico, en cuanto que presupone la acción de numerosos órganos del cuerpo humano, psicológico, porque implica el libre deseo y voluntad de hablar, social, ya que permite la comunicación entre los hombres y sus constitución en comunidades organizadas, histórico, pues varía en sus formas y refleja los cambios a lo largo del vivir de las comunidades, y espiritual, pues pone en acto elementos de su interno “ser/ver” el mundo. Añadiríamos a eso nosotros que también es un “algo” que nos conecta con la creatividad de los seres humanos.
La obra a que ahora hacemos referencia – indirecta – de este lingüista, experto en las tradiciones célticas, entre otras materias de su disciplina, es la que puede encontrarse traducida al español y que se titula “El Lenguaje, introducción lingüística a la Historia.” (1921). Es un estudio clásico, de validez contrastada en muchos sentidos.
3.- Pero sobre lo que ahora vamos a centrar nuestra atención, desde esa audaz metáfora o imagen que nos regaló en su expresión Agustín de Hipona, ( a saber, que la lengua o el idioma de cada uno es como una mano con la que nuestro espíritu talla sus perfiles, sus matices dibuja nuestra alma ), es esa serie de reflexiones que a su vez nos lega una muy singular obra, esta vez de nuestro más actual momento. Me refiero a la obra de Ryszard Kapuscinski, (periodista y escritor polaco, 1932 – 2007), “Viajes con Heródoto”.
Citaré algunos fragmentos de esta singular obra por la 4ª edición en “Compactos”, de Editorial Anagrama, de marzo del 2010. Quien no haya leído este libro, sepa que es de un muy rico y variado contenido, muy ameno, de lectura que una vez iniciada resulta dificultosa de dejar, y que está traducido (por Agata Orzeszek) con maestría. Tanta, que no notamos que sea traducción, y en la lectura de la obra nos pensamos ante algo escrito directamente en nuestra propia lengua. Que eso, y lo de la fidelidad a la idea de lo que se vertió en otra lengua, es el rasgo fundamental que una buena traducción lleva en sí.
De momento, esta cita, que está en la página 31 de la obra citada :
/…/ “Mi lucha en la India fue, en su primer asalto, una batalla con la lengua. Comprendí que cada mundo entrañaba un misterio y que el acceso al mismo sólo lo podía facilitar la lengua. Sin conocerla, ese mundo permanecería para nosotros insondable e incomprensible, por más años que pasásemos en su interior. Más aún : descubrí una relación entre tener nombre y existir, pues cada vez que volvía al hotel me daba cuenta de que en la ciudad había visto tan sólo aquello que sabía nombrar, por ejemplo recordaba una acacia pero no el árbol que crecía junto a ella, porque desconocía su nombre.”
Hasta aquí, casi todo lo dicho ya lo pusimos en un texto algo anterior a este, en el blog “La Voz al Vuelo” de este mismo foro de La Opinión de Málaga. Ahora damos un pequeño paso más allá, y vemos esto otro, en la página 194 ahora, del mismo libro:
“Se puede concebir que un pueblo grande, con miles o incluso millones de individuos, sumando esfuerzos, se dote de una lengua. Pero aquí, en medio de la jungla africana, se trata de tribus pequeñas que viven en el umbral de la supervivencia, a duras penas, van descalzas y siempre hambrientas, y, sin embargo, tiene sus aspiraciones y habilidades, una imaginación, una sensibilidad al sonido y una memoria suficiente para invenatrse una lengua : propia, única, para su uso exclusivo.”
En su obra, magnífica y de extraordinaria riqueza como se ha dicho, Ryszard Kapuscinski nos ha llevado de “¡ la vieja Delhi !” (pág. 29), que así la llama, al Congo, en el corazón de África. Es el momento en que los belgas se han marchado de la colonia y reina el caos en todo ese inmenso territorio. Y el periodista polaco sigue viajando, de un extremo a otro del mundo, siempre con su insobornable libro de la “Historia” de Herodoto, que nunca deja atrás, y cuya lectura le ilumina y le guía en todo momento, en cada vericueto del camino. ¡Gran libro el de R. Kapuscinski y gran actualización (o “puesta en nuevo valor” , que se diría hoy) de ese otro gran libro, casi iniciático, del tan lejano y tan próximo a la vez, griego clásico, Herodoto, que inventó, primera vez en este mundo, la Historia de la Humanidad como relato : ya no mítico, sino a modo de “libro de viajes e inquisiciones”!
¿Habrá que pensar, tal vez, que es en la lengua no sólo donde tenemos nuestra patria más extensa, sino aquello con lo que tallamos nuestra “piel de fondo”, para llamar de ese modo a ciertos aspectos del ser y del alma humana? Seguiremos con todos estos temas, tratando de enlazar no sólo un texto con los anteriores, sino con más ahínco aún lo que se trata en “La Voz al Vuelo” con lo que se va desgranando en “Palabras, bosques”. Gracias.
Podría uno preguntarse si espiritualidad y creatividad no son aspectos de una misma cosa. Lo son, y en parte, en gran parte, lo uno no es posible sin lo otro; sin embargo, hay modos de espiritualidad que desdeñan la inmensa mayoría de los modos de creatividad. Me refiero a esos monjes de suma austeridad que se aislaban en desiertos y sólo se dedicaban a orar, como mucho… ¿Qué «creatividad» (artística, obviamente) hay en ese tipo de vidas contemplativas sin búsqueda alguna de comunicación con el resto de la humanidad, sino, como mucho, con un «Deus Absconditus»? No lo sé.
Ryszard Kapucinski, como en una parte – ya avanzado el texto – de su libro nos confiesa, descubre en Herodoto (él escribe siempre Heródoto; son válidas ambas formas) el origen de lo que luego será, en el periodismo moderno, el reportaje. De este aspecto nos ocuparemos cuando hagamos un post dedicado exclusivamente a este libro. Por ahora sólo hemos tocado, muy de pasada, cosas que atañen a sus valoraciones y observaciones sobre la lengua, las lenguas y el lenguaje.