“Ha muerto el tiempo lento que arrastraba las horas
de edades infinitas y aliento interminable.
Tiempo ancho de espigas
en que ser más humanos, ser la voz
que pronuncia el lenguaje y lo fecunda,
en que oír germinar la semilla en su vaina
y crepitar la lumbre del verano
en toda su candeal eternidad.
Hoy el tiempo nos vive,
fluye, acelera, exhorta, certifica el momento.
Hoy el tiempo domina y sus terrores
cercenan voluntades e individuos.
Muere el alma en la aguja del enjambre.”
Este poema, “Tiempos inciertos”, de Pilar Blanco Díaz, está en la página 14 de ese libro, “Espacios y tiempos inciertos de la cultura”, (de J. A. Roche Cárcel et alii), que ya hemos citado en anteriores textos. Se diría que el tiempo primero que se añora en el poema, ése del que se dice “Ha muerto…”, es lo más parecido a un tiempo mítico, a un tiempo donde la vivencia misma de éste no es sino un muy lejano marco, algo en realidad ausente por irrelevante. ¿El tiempo de la infancia, o el tiempo de otros tiempos? Tanto da ahora : lo que importa y se nos impone es esa otra presencia, absoluta casi, imperiosa, de un tiempo que, como si fuera un nuevo Saturno, (un Cronos devorador), nos va devorando a velocidad indecible. Porque somos hijos del tiempo, y más aún : de nuestro tiempo.
Nosotros somos los hijos de ese tiempo, y las edades de oro y de certidumbres han quedado atrás, muy lejanas en la historia. ¿Acaso sólo somos hoy seres grises que miramos un espacio azul en el recuerdo y sentimos sólo la marea sin término de un acecho implacable, frío? Mejor quizá nada preguntar : ausentes las respuestas, es más hacedero el sueño de un espacio nuevo y un tiempo renovado. Más fácil soñar lo que se desea.
Porque lo único o casi lo único que no sea lo que tenemos como inseparable, – : corazón, entrañas, cerebro, mirada, alma…-, y que no es posible recuperar una vez perdido, o es tiempo, o se nos hace cosa en el tiempo. “Somos el tiempo que nos queda”, dice un libro de poemas, no muy lejano en los calendarios, (J. M. Caballero Bonald). “En busca del tiempo perdido”, es el título de una novela-mundo, (Marcel Proust). Acaso sólo sea tiempo lo último que nos queda, lo último que tenemos.
Pero existe, o por mejor decir, nos sobre-nada otra posibilidad : la del tiempo detenido. El tiempo “quieto” de las fotografías. No dejemos por eso de recordar aquello de “algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía”, que cantara otro muy singular poeta, Miguel Hernández. Pero, incluso sin olvidar esa acechanza insoslayable, la fotografía, de algún modo, acaba creando mundos fijos, mundos hábiles para la eterna mirada hacia atrás, para el “retorno de lo vivo lejano”, para decirlo con palabras de Rafael Alberti. Y esa posibilidad, aun apenas entrevista tan sólo, ya crea una esperanza : la de apresar el caballito soñado del niño del poema de don Antonio Machado, por ver así de acercarnos a poder apresar un día el caballo de verdad… Si es que eso es posible, que va ser que no, nos tememos : la vida empuja como un mar sin término, y sus olas nos llevan de las playas a la alta mar, donde sólo queda ya el más digno de los naufragios. La vida /…/ empuja como un aullido interminable, (J. A. Goytisolo). Tiempo, tiempos…
Nota.- La imagen de arriba es fotografía de un desnudo, de autor anónimo, del siglo XIX. Compárenla con la Lilith de J. Collier ( en “Visiones, el desnudo como estilo”) en el foro Comunidades, de La Opinión de Málaga. ¿Dónde está en ellas el tiempo? Ver:
Comunidades – La Voz al Vuelo –
Me ha gustado mucbo el poema, me alegra encontrar cosas así en días como hoy en los, sinceramente, nadie tiene tiempo para nada
Observen el último verso:
«Muere el alma en la aguja del enjambre.» Hay aliteraciones, tanto de consonantes, como esas /l/ y esas dos /j/, como de vocales, con esas sucesiones de /e, e, e, a, a, a, etc./. Obsérvese que la sonoridad, nunca forzada, es perfecta : repitan lentamente el «muere el alma en la aguja del enjambre», y nótenlo. Salvo la /u/ de aguja, sólo hay vocales /e/ y /a/. Ese verso final, un endecasílabo, con acentos en 3ª, 6ª y 10ª sílabas, Tomás Navarro Tomás en su «Métrica» (pág. 133. Uso la impresión de 1966) da esta modalidad como una variante del ritmo trocaico, y pone como ejemplo «En los frescos jardines de Florencia», entre otros. Es un poema, éste que acabamos de citar, modélico en muchos aspectos. Clásico en su concepción rítmica, es sin embargo moderno en su contenido.
El tiempo (que más quisiera) no está en ellas, señor Laza, ellas son, el tiempo.
Un saludo, y gracias.