Esquina Final

24 Dic

Ana Catalina Emmerick

Para nunca olvidar a Ignacio Laza Rojas, ya doblada su última esquina.

1.- Apenas ha pasado un instante desde que doblamos las últimas esquinas de las calles finales del pueblo y nos hemos abierto a los paisajes que ahora dora el sol a punto de hundirse allá donde el páramo se llama, desde aquí, “la parte del oeste, señor: siga usted recto por la parte del oeste, y pronto llegará al camposanto”, según recuerdo todavía que me ha dicho la ronca voz campesina. Y ya parece que todo un mundo es lo que se ha disuelto a nuestras espaldas. Es cosa que pertenece al tiempo: hacernos creer que ayer está, de pronto, muy, muy lejos. ¡Y eso que ignoramos cuántos ayeres todavía recordaremos!

(Algo me dice, lejanamente y desde adentro, que esto es un homenaje muy breve y de mínima entidad, tal vez, del “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Puede que sea esa la mejor novela en nuestra lengua en el siglo XX. Para mí, lo es).

2 .- Miro con cierta curiosidad los surcos que las ruedas de los carros dejaron en el camino tras las últimas lluvias. Sé que fueron fuertes y que las aguas anegaron campos y cosechas, de modo que deduzco que las mulas debieron de hacer un notable esfuerzo para tirar de los carros y llevarlos, cargados, a resguardo. Eso dicen los surcos, y eso dice alguna huella de casco de caballería que delata un resbalón inesperado: el hombre muchas veces exige a quienes con él sobrellevan trabajos y pesares más de lo que se puede dar. Y peor: a veces, incluso, más de lo que él mismo da de sí. ¿Quizá porque  no suele medir sino sólo la distancia de su intento, la magnitud de su deseo? Puede. O puede que porque atiende, simplemente, al arco, siempre invisible y tenso, de su propio tiempo. Acaso seamos seres desmesurados, y aún nos falta por aprender la paciencia infinita de los árboles.

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3 .- Me ha preguntado qué pájaros eran los que han pasado sobre nuestras cabezas, altos y ordenados en sus vuelos, negros. Volaban desde el este, donde se asienta el pueblo, y hacia el oeste, donde la arboleda esconde, con su verdor tupido, las tapias eternas del cementerio. Eso lo sé porque los he intuido, sin mirarlos apenas, o mirándolos casi sin verlos. “Mirlos son”, le he dicho. Responde que cómo lo sé, si ni siquiera los he visto. Hay un tono de enfado o queja en su voz. “Lo sé, porque siempre son mirlos. Y porque ya soy viejo, y sé de estos parajes que llevan del caserío al cementerio”. Calla el niño, pero noto su mirada seria posada en mi rostro, y sé lo que está pensando, como si me lo dijera en alta voz y con palabras claras. Entonces le digo: “Pero aún no moriré, me queda tiempo”. Casi puedo tocar con mis manos su sorpresa, cuando dice, con voz que quisiera parecer tranquila:

¿Cómo sabes que aún te queda tiempo, abuelo? ¡Ya eres muy viejo!

Volaron desde la derecha para nuestra izquierda, y eso significa augurio bueno, hijo.

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4 .- Anochece. En este tiempo del año la anochecida es lenta. Parece que la luz se quiere demorar sobre las copas de los cipreses y los altos tejados añejos de las casas más elevadas del pueblo, las que cubren de humos la suave colina, leve, sobre que se asienta el pueblo, y cada mañana ponen olores a café caliente, a pan tostado, a tarea por empezar cada día, año tras año, una generación tras de otra. No llevo la cuenta ya de cuántas lunas he contado sobre los campos de esta aldea, ya elevada a condición de pueblo, aunque pequeño. No llevo la cuenta pero sé que son infinitamente más las ya contadas que las por contar: el tiempo, llegado un momento, nos dice mil cosas sin una sola palabra. Son cosas más para que las oiga el cuerpo, y que rechaza escuchar el alma. El viejo apego del cuerpo a la tierra es ley más fuerte que la caída libre de todo cuanto pesa… Sólo esto es fijo : existe, en un día que ignoramos, una esquina final. Y en ella, de algún otro modo, también somos.

/// Nota.- Ana Catalina Emmerich : monja agustina que, de un modo extra-ordinario, tuvo visiones de la pasión y vida de Jesús el Cristo. Fue beatificada por la Iglesia Católica . ///

4 respuestas a «Esquina Final»

  1. En efecto, cada texto es un viaje, y se habrán de retomar muchos de ellos. En realidad, iniciada una lectura, apenas si se ve el modo de acabarla. ¿Es cosa del texto, del lector, de la literatura…? No es seguro, no es fijo qué sea el inicio y qué el término.

  2. El corazón no entiende de despedidas; sí de reencuentros; cada texto será un reencuentro, y una y mil veces reencontrados, me fundiré en el abrazo íntimo, incorpóreo, de amor y admiración que me ilumina la senda desafiante que siempre nos precede…siempre…hasta la esquina final.

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